Hay una atmósfera que no se puede evitar y que es capaz de desafiar al calor más bochornoso. Es eso que pasa cuando comienza a sonar una canción y el tiempo parece detenerse. En rigor, entra en un loop entre el presente y el pasado para unir en un punto común la memoria propia y las ajenas; un punto intergeneracional. Dicho de otro modo, eso que podría definirse como "clásico".
Fito Páez presentó en Rosario el último sábado en el Anfiteatro Humberto de Nito la gira por los 30 años de El amor después del amor con localidades agotadas y ante unas cinco mil personas.
Fueron dos horas de concierto en las que sonaron las 14 canciones que integran la placa editada en 1992 (en una primera parte) y otras siete (en la segunda) en un arco que fue de 1986 hasta casi el comienzo de nuevo milenio.
Por el plazo que enhebraron los 24 temas de la noche, el tiempo se rigió por la evocación personal y la colectiva; no importaba cuántas veces habías visto a Fito o si era la primera vez: las miles de voces se unieron para acompañar la celebración de un gran artista y su obra.
La noche comenzó a las 20 con la presentación de Coki Debernardi. El también músico rosarino estuvo acompañado por Barfeye y Ricardo Vilaseca, “la banda del amor antes del amor”. Para el cierre de su set, el guitarrista, cantante y compositor volvería al escenario para ser reconocido por Páez como “un amigo” y “un músico al que admiro”.
A las 21.20, La rueda mágica volvió a girar 30 años después con una intro instrumental que se fundió en el inicio de “El amor después del amor”, tema que abre el álbum homónimo.
Un Páez en off comenzó a cantar mientras el resto de los músicos tomaba su lugar: Juan Absatz (teclados), Diego Olivero (bajo), Carlos Vandera y Juani Agüero (guitarras), Gastón Baremberg (batería), Emme (coros), Alejo von der Pahlen (saxo alto y barítono), Manu Calvo (trombón) y Ervin Stutz (trompeta).
“Es una noche de luna llena. Esto va a salir bien”, anticipó Fito, mientras se ajustaban los niveles de las voces y él ocupaba el centro con su piano. Lo que siguió fue el repaso del disco canción a canción.
“Dos días en la vida”, “La Verónica”, “Tráfico por Katmandú”, "Pétalo de sal" –en una versión homenaje con mención incluida a Luis Alberto Spinetta y “Sasha, Sissí y el círculo de baba” –en clave soul, con las intervenciones de Von der Pahlen y Agüero–, “Un vestido y amor” –a dos pianos, con trompeta y trombón– y “Tumbas de la gloria”.
La pantalla de alta resolución que iba de un extremo a otro del escenario operó, salvo en algunos casos en los que las animaciones jugaron su parte en el guion del show (como en “Ciudad de pobres corazones”) por contraste: se tiño de rojo, azul, verde, celeste y sobre ese fondo se recortaban las figuras de los músicos (una suerte de guiño al afiche de Vértigo (1959) o al primer James Bond).
Difícil obviar en esta crónica las dos variables externas que operaron en el concierto: la previa mundialista y el calor. Sobre el primer eje, Fito vaticinó un triunfo ante Países Bajos. Respecto del segundo, no hubo chances de escapar ni para el público ni para el cantante que tuvo que lidiar con bichos de distinto carácter.
“El tiempo no existe. Bienvenidos a la rueda mágica”, fue el preludio de la canción del mismo nombre y el inicio del tramo final de la primera parte.
La siguieron “Creo”, “Detrás del muro de los lamentos” y la marinera peruana “Balada de Donna Helena”, con un agradecimiento especial a Lucho González, ex guitarrista de Chabuca Granda quien, en palabras de Fito, “transformó esta pieza" hasta darle la entidad final. Esa versión “lisérgica” a dos guitarras y percusión se cruzó con una chacarera en las palmas del público.
Los celulares encendidos, en el ya ritual que acompaña a “Brillante sobre el mic”, tapizaron las gradas del Humberto de Nito que por algo más de cuatro minutos. Un mar de fueguitos.
Al pedido de “quiero ver los trapos” se mostraron banderas de Uruguay, Argentina y Brasil, las remeras comenzaron su danza en el aire y hasta Páez con el saco hizo su parte. “A rodar mi vida” marcaba pasadas las 22.30 el fin de la primera etapa.
Tras un receso de diez minutos cronometrado, la banda retornó para tocar por primera vez en la gira el “Tema de Piluso”. La épica “Al lado de camino” fue seguida por “11 y 6” –envuelta ya desde hace tiempo en una atmósfera pop– y “Circo beat”.
“No tengo que tolerar nada. El que (dice que) tolera es un fascista”, advirtió Fito para luego “poner en juego” su “fama de tirano”: “Vamos a dividir en dos el Anfiteatro. Esto es un troyanos y espartanos”. De un lado quedó el coro de “circo beat” y del otro, el “uouo”.
Una intro marcial anticipó la cada vez más power funk “Ciudad de pobres corazones” y el "último tema" del concierto.
A las 23.20, los músicos regresaron para los dos bises del concierto. El primero fue “Dar es dar", intervenido por frases de “Buena estrella” y “Peluca telefónica”. En esta última, Fito pareció buscar alguien que le recuordara la letra del tema compuesto por Charly García y Spinetta (+ Pedro Aznar) en la que se menciona a “Entel”, la ex Empresa Nacional de Comunicaciones privatizada dos años antes de la edición de El amor después del amor.
¿A qué viene esto? Al punto en común (antes mencionado) que constituye eso que se llama "clásico": una puesta artística que trasciende y pervive más allá de las subjetividades y del si “estuviste” en el Estadio Cubierto de Newell’s el 4 de octubre de 1992 para la presentación de El amor después del amor o en la cancha de Rosario Central en abril de 1993, con La rueda mágica devenida a una gira a escala para el que luego sería “el disco más vendido” del rock argentino.
La generación “Entel” y “WhatsApp” se encontraron en un coro más o menos afinado en un concierto que cerró a las casi dos horas con “Mariposa Tecknicolor”.
"Hoy me emocioné fuerte! Gracias x tanto, tanto amor gente hermosa de mi ciudad! Viva Rosario!", tuiteó Fito una vez finalizado el primero de los tres recitales en la ciudad. El segundo será este sábado y el tercero, el domingo, ambos con localidades agotadas.