Viendo lo que ocurrió en Rosario con el discurso y las reacciones de los llamados grupos “antipandemia”, recordé una experiencia similar que me tocó vivir apenas irrumpió el Sida. Y tal vez la experiencia que protagonizamos en la ciudad un grupo de profesionales para hacer frente exitosamente a estos grupos pueda ser de utilidad en la actualidad.
Eran las épocas del avance irrefrenable de un virus que producía miles de muertes de jóvenes y niños alrededor del planeta, donde todos los pronósticos eran sombríos, sin tratamientos efectivos, sin vacunas preventivas y con escasos recursos humanos disponibles. Pero a pesar de todo, manteníamos la firme decisión de no abandonar la lucha porque estábamos convencidos que la respuesta científica finalmente llegaría.
En medio de la crisis, donde las buenas noticias no existían, un periodista de un importante medio de la ciudad me llamó por teléfono para invitarme a tomar un café en su casa. Raro. No era habitual este tipo de convocatoria, pero accedí rápidamente facilitado aún más por su dirección, que sin yo saberlo previamente, era muy cercana a mi domicilio.
La tarde de ese mismo día nos reunimos y en forma sigilosa y sin muchos prolegómenos me informó que estaba por llegar a Rosario un “científico” que afirmaba que el virus del Sida no existía y que él lo iba a entrevistar. Sin dudas estaba entusiasmado por la primicia, y quería saber “en off” mi opinión sobre su postura.
Lo cierto es que la nota se publicó y tuvo una interesante repercusión en la ciudad, provocando curiosidad sobre cuál sería la respuesta de los médicos que veníamos trabajando en el tema ante las afirmaciones tan expresivas y contundentes de nuestro visitante.
Sabíamos que su capacidad para el discurso basado en afirmaciones indemostrables pero dichas con mucha seguridad nos pondría en aprietos, atento a nuestra falta de entrenamiento para este tipo de exposición mediática donde la polémica obligada y la extrema simplificación para el mejor entendimiento de la audiencia sin dudas le serían favorables.
Por otro lado, estábamos seguros que de una situación semejante sólo habría un único beneficiado, este interesante personaje, que lograría que “la ciencia” lo ponga en igualdad de condiciones al darle identidad y responder a sus dichos. Sin embargo, no podíamos negarnos a la requisitoria y así lo hicimos.
Nuestra propuesta fue invitarlo a una sesión académica que se realizó en el Aula Magna de la Facultad de Odontología donde no podía contar con sus aplaudidores y abucheadores que lo acompañaban, sino que iba a tener que discutir en igualdad de condiciones y con la serenidad académica que ofrecía el ámbito.
La sesión comenzó con la lectura de su currículum, que manifiestamente lo incomodó. A quien no, sí ante tanto palabrerío previo en los hechos concretos nada podía sustentar.
Lo exiguo de sus antecedentes desnudó al invitado, que nervioso e inseguro apenas pudo responder balbuceante las respetuosas preguntas básicas del auditorio que observaba como su mentada seguridad se transformaba minuto a minuto en desorientación, impotencia y finalmente vergüenza. Su papelón fue tan elocuente que sin saludar se retiró de la reunión y nunca más volvimos a saber de él.
Observamos como de tanto en tanto se repiten similares situaciones, potenciadas ahora por las redes sociales, pero que al final son la misma cosa. Desafiar lo establecido no está nada mal, pero se desgasta la oportunidad cuando en casos como el narrado, sólo encontramos palabras expresadas con firmeza y convicción pero que a la hora de defenderlas con argumentos sólidos en el lugar apropiado, sólo aparecen como vaguedades sin contenido y alguno que otro inconfesable motivo.
*El autor de la nota es Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón.
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