Marco Ruben llegó al Gigante envuelto en la tranquilidad que lo caracteriza. Bajó del micro y caminó, inmutable y con las manos en los bolsillos, junto al capitán Fatura Broun rumbo al vestuario auriazul, un recorrido que conoce de memoria. Era una tarde especial, la de su cuarto regreso a casa, el que definió como, tal vez, el desafío más grande de su carrera, dos años después del retiro y a pocos meses de haber vuelto a jugar en Deportivo Maldonado de Uruguay, como paso previo para demostrarse a sí mismo si estaba en condiciones de volver a Rosario.
A las 17.16 el ídolo asomó por el túnel con destino al césped del Gigante y tuvo su primer encuentro cercano con los hinchas canallas que coparon desde temprano las tribunas del estadio. La ovación fue instantánea. Bajó el “oleee, oleee, Marcooo, Marcooo…” desde los cuatro costados.
El goleador no tardó en devolver todo ese amor incondicional y alzó los brazos en señal de agradecimiento, antes de empezar la entrada en calor junto al grupo de los suplentes.
Hacía del 7 de mayo de 2022, aquella tarde noche del que se pensaba era su adiós definitivo, que no entraba al Gigante como jugador de Central. Habían pasado 105 goles e innumerables alegrías compartidas con los colores de su vida. Un 2 de junio de 2024, poco más de dos años después, volvió a ponerse los botines en Arroyito.
El ídolo puede ir y volver cuantas veces se le ocurra. Puede emigrar de joven para ver hasta dónde llega con su carrera profesional, tomarse un año sabático y hasta anunciar y concretar su retiro. Pero siempre terminó volviendo. ¿Qué es el paso del tiempo? ¿O qué es el tiempo?
El reconocimiento de la gente al ídolo se sintió con fuerza otra vez cuando los equipos salieron a la cancha y Marco, sonriente y feliz, con un brillo especial en sus ojos, como quien vuelve a su casa después de un tiempo afuera, se sentó en el banco al lado de Damián Martínez.
Una gran bandera con su cara y su boca llena de gol, celebrando uno de los 105, en azul y amarillo sobre un lienzo blanco, a la altura de la boca del nuevo túnel del Gigante, le dio la bienvenida al nueve de oro. También hubo un homenaje en la camiseta: un parche en el centro del pecho con su imagen y la inscripción "goleador eterno”.
Con el transcurrir del encuentro, el semblante de Ruben se fue transformando y de la felicidad inicial pasó al nerviosismo y la preocupación porque el equipo no le podía entrar a Lanús y se fue al descanso abajo en el resultado.
A las 19.32 y cuando el cronómetro marcaba 23 minutos del segundo tiempo, con el Canalla en desventaja y sin encontrarle la vuelta al partido, Russo llamó a Ruben para sellar otro momento que quedará en la historia del club: el ídolo y goleador eterno reemplazó al pibe Módica, ese al que Marco apuntó como al que hay que seguir para “estar a su altura”.
Unos cinco minutos después tocó su primera pelota tras la vuelta. Peleó y se fajó con los defensores granates, como siempre lo hizo, porque es un goleador con clase que nunca le escapó al roce. Parecía que Central se iba con las manos vacías y que el reencuentro de Marco con el gol se iba a postergar.
Pero no. Digno de un guión que bien podría haber escrito el Negro Fontanarrosa, Ruben tuvo una única chance cara a cara con Aguerre y no la dejó pasar. Diagonal, pase rápido de Giaccone y una sutileza de zurda, sin frenar la pelota, para colocarla junto a un palo y desatar la locura de 48 mil almas en Arroyito.
Marco y Central, un sólo corazón. Una noche de junio volvió a su casa para que todos los canallas, hasta el más incrédulo, volvieran a creer al menos por un rato en los milagros.
El “niño viejo”, aquel apodo que le puso el Chacho Coudet cuando fueron compañeros, ese que no necesitó declaraciones grandilocuentes ni polémicas para transformarse en leyenda, empezó a escribir otro capítulo de esta historia. Porque el tiempo está después.