Cada nueva tecnología que surge parece poner en riesgo a una anterior, amenazando con enterrarla en el pasado y la obsolescencia. Así fue que, en su momento, la aparición de la TV hizo que muchos anunciaran la muerte de la radio, más tarde que los VHS y los videoclubes terminarían para siempre con el cine y, más recientemente, que los servicios de streaming acabarán con la televisión.
La industria musical anunció sus últimos días al menos dos veces: primero a principios de la década del 80, con la popularización de los cassettes y los grabadores hogareños, lo que empujó a las discográficas a llevar a cabo en todo el mundo campañas contra la piratería. Veinte años después, la historia se volvía a repetir, pero ahora con los mp3 e Internet como enemigos. Esta vez, la amenaza la representaban los programas de intercambio de archivos P2P como Napster, eDonkey2000, Audiogalaxy o Kazaa.
Con la industria del libro sucedió algo similar. Hace poco más de diez años, el mundo de las editoriales entró en pánico cuando la generalización de los e-readers parecía venir a rivalizar con la manera tradicional de consumir literatura.
Estos dispositivos de tinta electrónica y de precio relativamente accesible presentaban (y aún lo hacen) varias ventajas respecto al libro tradicional, siendo la portabilidad tal vez la más destacable. En un pequeño aparato de menos de 200 gramos de peso se pueden llevar no cientos, sino miles de libros. Una biblioteca entera que entra en el bolsillo de una campera. En cambio, solo se pueden llevar unos pocos libros impresos a la vez antes de que el peso y el volumen comience a ser un inconveniente.
Otro punto destacable es la facilidad para acceder a una enorme cantidad de libros a costo cero y no solo por el inmenso conjunto de títulos que forman parte del dominio público al haber expirado sus derechos de autor. Conseguir literatura digital pirateada es extremadamente sencillo, al punto que según recoge la encuesta nacional “Cómo leemos 2020”, la gran mayoría de lectores digitales argentinos nunca pagó por sus libros.
La misma encuesta destaca que entre los lectores consultados, más de la mitad rechazó la experiencia digital o no se encontró cómodo leyendo desde un dispositivo electrónico. Es que entre los lectores híbridos, o sea los que leen tanto en papel como en digital, los e-readers tienen muy baja penetración: apenas un 10% de los lectores habituales los utilizan. El 43% usa un smartphone, el 30% una computadora y un 15% una tablet, todas pantallas que al ser brillantes, aceleran la fatiga visual. Lejos de lo ideal para disfrutar de la lectura.
Es que para muchos, leer es más que utilizar la vista para identificar letras y palabras. Leer es una experiencia que va más allá de lo visual y cognitivo, al igual que un libro es mucho más que papel, tinta y cartón. Al menos así lo cree Juan Ignacio, quien al principio sintió verdadera fascinación por la comodidad que representaba tener un e-reader.
“Cuándo salió el libro digital me pareció re práctico. Súper liviano, podes meter un montón de libros, lo llevas a cualquier lado sin problemas y no pesa nada. Creo que un poco por el boom del momento y la novedad, también me parecía bien logrado el tema de la calidad, parecía que estabas viendo la hoja de un libro pero en realidad estabas leyendo un dispositivo digital”, ilustra.
Sin embargo, ese entusiasmo inicial motorizado por la magia de la tecnología se fue diluyendo rápidamente. “Después eso me cansó y me terminó volviendo a gustar más el libro de papel por una cuestión de tradición, no sé...”, cuenta Juan Ignacio. “Ver el libro arriba la mesa de luz, ver cuánto te falta para terminarlo, poner el señalador... A la larga, acostarte en la cama y agarrar un libro de papel me terminó convenciendo más que el Kindle. Pero te digo, durante dos o tres años estuve fascinado”, agrega.
Evidentemente hay una relación entre el lector y el libro como objeto que va más allá de las palabras. Muchas personas disfrutan también del olor y el aspecto de los libros de papel, y consideran que forman parte de la experiencia multisensorial de la lectura.
“Yo agarro un libro de papel y me relaciono con la portada, con la contratapa, lo sostengo, siento el espesor del libro, lo tengo en la mano...“, cuenta Alicia, ávida lectora y dueña de una nutrida biblioteca que cobija una enorme cantidad de volúmenes que abarcan un espectro literario asombroso. Es que los libros definen a sus dueños, y sus lomos escriben una biografía reservada solo para ojos curiosos e ilustrados. Una clave cifrada, un idioma secreto que un e-reader nunca podrá expresar desde la frialdad de un directorio de títulos instalados en su memoria.
“En el libro electrónico todo es igual. Es cómo mirar la pantalla de una computadora, le falta calidez, no te conectas, es una cosa diferente. Me ha servido porque obvio, uno puede ir a algún lado y llevarse cinco libros pesan una tonelada, y en el Kindle podés llevar cualquier cantidad de libros sin problemas. Pero no es agradable leerlos ahí. No le puedo encontrar la vuelta a que me guste el libro electrónico”, concluye Alicia.
Rocío Baró, periodista y una de las realizadoras del Club de Lectura de Rosario3, tiene una perspectiva diferente, ya que no cree que el soporte modifique la relación entre el lector y el libro.
“Vos lees sobre un medio digital o lees sobre un medio que puede ser papel, pero en realidad hay algo que se mantiene y que no cambia nunca, que es la historia. Es el contacto que vos tenés con esa historia en la que te metes, en la que te zambullís. Uno puede leer al sol tirado en la reposera, puede leer en el colectivo, en una sala de espera, pero la relación con el libro no cambia, porque en realidad es la relación con la historia que estás leyendo. Para mí eso es fundamental”, señala la conductora de Cada Día, el ciclo informativo matinal de El Tres.
Rocío coincide en que los e-readers “te dan la posibilidad de tener una especie de biblioteca ambulante. Te llevas cien, doscientos, mil libros, que de otra manera no lo podes hacer porque el peso físico que te da el libro papel es muy difícil de transportar. Creo que lo que hace es darte la posibilidad que de otra manera no tenés y te acerca a una plataforma para muchos más cómoda. Yo no tengo e-reader, no lo necesito en este momento, pero sí recuerdo que en una oportunidad, cuando le estaba dando la teta a mi hija, me hubiese resultado muy cómodo por una cuestión de no pasar las páginas y leer mientras la tenía en brazos. Por eso, creo que lo que hace es darte más herramientas para la lectura”, concluye.
Estela es otra gran lectora, devota del libro electrónico y las comodidades que ofrece más allá de su espacio de almacenamiento. “La mayor ventaja que le encuentro es que se puede configurar de acuerdo a las necesidades del lector. Le pones la tipografía que querés, el tamaño de letra -que es fundamental-, el interlineado, el margen... Y por último, el tamaño del dispositivo, que lo podés sostener con una sola mano y es mucho más cómodo que leer un libro gordo y pesado. Yo la única contra que le veo es que hace falta cargarlo una vez por semana, y en cambio obviamente el libro de papel está siempre disponible, pero en el resto, voto muchísimo más por el libro electrónico”, precisa.
Es innegable que los e-readers no solo ofrecen características que los hacen prácticos y convenientes, sino que además pueden abaratar considerablemente los costos de lectura sin tener que recurrir a la piratería, ya que en general las versiones electrónicas de los títulos literarios suelen ser más baratos que la versión impresa.
Aún así, una pila de bits y unos circuitos nunca tendrán el valor emocional que se puede encontrar en un libro que te regaló alguien muy querido y cuya lectura te marcó para siempre. Un libro electrónico tampoco podrá ser dedicado y firmado por su autor, ni tendrá valor coleccionable o decorativo. Más allá de sus indiscutibles ventajas, nunca será un libro de verdad, sino que es lo más parecido a un libro que la tecnología puede ofrecer para imitar la experiencia de leer en papel. Una suerte de simulador de libro. Y eso tampoco está mal.