El concepto de que algo considerado sin valor por una persona puede ser apreciado por otra es probablemente tan antiguo como la civilización misma, y se resume extraordinariamente en el proverbio “la basura de unos es el tesoro de otros”. Esto no solo habla de la subjetividad del valor, sino que también aplica a hallazgos de antigüedades invaluables en un mercado de pulgas, al descubrimiento de prendas exclusivas en ferias americanas, o incluso a elementos recuperados de contenedores de residuos por recolectores informales a los que aún se les puede obtener algún rédito económico, como vidrio, cartón y otros reciclables.
Es que la basura, a pesar de ser considerada un desecho, puede contener una gran cantidad de información valiosa. Tanto es así, que ha dado origen a una rama específica de la arqueología: la llamada arqueología de la basura. Esta disciplina se dedica a analizar los residuos que generamos para entender comportamientos de consumo, hábitos cotidianos y cambios sociales en la población. Desde restos de comida y envases hasta dispositivos electrónicos obsoletos, cada objeto descartado puede revelar aspectos ocultos de nuestras vidas, como el nivel socioeconómico, la dieta predominante y las preferencias de consumo, no solo de individuos sino también de comunidades enteras.
Si bien escudriñar la basura ajena puede parecer una práctica intrusiva (claramente lo es), no es infrecuente que algunas profesiones la utilicen para obtener información valiosa. Investigadores privados, agencias de inteligencia, científicos forenses, analistas de mercado y hasta periodistas han recurrido a esta técnica en busca de pistas o evidencias que revelen detalles ocultos sobre las actividades, hábitos o intenciones de las personas investigadas. Inclusive en el ámbito corporativo, el análisis de los residuos de la competencia puede revelar secretos comerciales, estrategias de mercado o documentación financiera confidencial. Más allá del dilema ético, la basura puede hablar más que las personas mismas, ofreciendo un acceso directo a detalles que de otro modo sería muy difícil de conseguir.
De hecho, este método de recolección de información es tan común que hasta tiene su propio nombre, dumpster diving, cuya traducción al español sería "buceo de contenedores". El nombre proviene de la combinación de dos palabras en inglés: "dumpster", que se refiere a los grandes contenedores de basura utilizados comúnmente por empresas, edificios y municipios, y "diving", que significa bucear o sumergirse. El término evoca una imagen bastante literal, la de alguien “buceando” o sumergiéndose en un contenedor de basura en busca de algo valioso, y aunque aparentemente inocente, tiene una aplicación mucho más siniestra en el mundo de la ciberseguridad.
Imagine por un momento el contenedor de residuos frente a su casa. Para usted, puede contener nada más que basura: diarios y papeles viejos, envases vacíos, restos de comida, quizás algunas facturas arrugadas, recibos y folletos promocionales descartados. Sin embargo, para un "dumpster diver" con intenciones maliciosas, ese mismo contenedor podría ser un tesoro repleto de datos valiosos esperando a ser descubiertos y explotados.
Un ciberdelincuente paciente y metódico puede recopilar información en apariencia inofensiva durante semanas o meses, hasta construir un perfil completo de su víctima. Cada trozo de inteligencia, por insignificante que parezca, puede ser una pieza del rompecabezas que están armando. A diferencia de un elaborado ciberataque que requiere de habilidades técnicas avanzadas, hurgar en la basura es una actividad que solo necesita voluntad y un par de guantes. Y, sin embargo, la información obtenida puede ser tan valiosa como la que se adquiere a través de las brechas de seguridad más sofisticadas.
¿Qué podría encontrar un ciberdelincuente? Tal vez un resumen bancario descartado que revele su número de cuenta y patrones de gasto. Quizá algunas facturas que expongan sus proveedores de internet, cable y teléfono, junto con sus respectivos números de cliente. Puede ser también algo tan habitual como una oferta de una tarjeta de crédito preaprobada, repleta de valiosa información personal. Estos datos, obtenidos directamente de la basura, pueden ser utilizados para llevar a cabo ataques de ingeniería social, phishing dirigido (spear phishing) altamente personalizado y muy difícil de reconocer, o incluso maniobras de suplantación de identidad. Ni hablar de un viejo documento de identidad o una licencia de conducir vencida, estos elementos, aparentemente inservibles para sus dueños originales, son oro puro para los delincuentes, quienes pueden explotarlos de múltiples formas.
Los desechos electrónicos pueden transformarse en un verdadero dolor de cabeza, y no en términos medioambientales, sino respecto al valioso contenido que aún puede rescatarse de ellos, tanto a nivel individual como corporativo. Los archivos que no se han eliminado correctamente de viejos discos rígidos, USBs y tarjetas de memoria plantean un riesgo enorme, ya que aún formateados pueden contener material recuperable, y a menudo se desechan sin analizar la información que contienen. Aquellos viejos CDs y DVDs, considerados tecnología obsoleta y para los que ya no se tiene una lectora, aún pueden almacenar copias de seguridad con importantes datos personales y financieros. Ese viejo teléfono celular que acaba de arrojar despreocupadamente a la basura, tal vez aún conserve en su memoria una fuente rica en contactos y mensajes susceptibles de ser explotados por sujetos malintencionados.
No solo los cibercriminales suelen realizar una etapa de “reconocimiento” del objetivo como fase inicial a un ataque; también los delincuentes comunes se dedican a recolectar información de sus potenciales víctimas, perfilándolas a partir de los diversos elementos aparentemente inocentes que componen los desechos dejados en la puerta de sus hogares.
Cajas de dispositivos electrónicos costosos, como computadoras, tablets, smartphones, consolas de videojuegos o un televisor nuevo, indican la existencia de productos de mucho valor. Envases de comida rápida, evidencia de uso frecuente de apps de delivery, botellas de vino y otras bebidas, o incluso cajas y etiquetas de entregas de compras en internet pueden indicar qué tipo de vida se lleva, si vive solo o en familia, si hay menores en el hogar o hasta si tiene mascotas. Todos estos datos pueden ser utilizados para planificar intrusiones físicas en el hogar; incluso pueden calcular cuándo estás en casa o no -a partir del tipo de residuos y frecuencia de desecho- y planear el momento ideal para el robo.
La basura no solo es un subproducto de nuestro consumo, sino que es un espejo de nuestras vidas que, involuntariamente, revela mucho más de lo que imaginamos sobre nuestros hábitos y vulnerabilidades. Así como en la vida digital somos cada vez más conscientes de la importancia de la privacidad y de los riesgos a los que nos exponemos, es momento de extender esa precaución al mundo físico, y especialmente a nuestros desechos. Cada papel, cada envase y cada dispositivo obsoleto que descartamos cuenta silenciosamente nuestra historia a una audiencia invisible, revelando detalles que nunca imaginamos compartir, pero que están ahí, listos para ser descubiertos por quienes sepan observar.