Esta semana en California, Estados Unidos, aconteció uno de los encuentros más relevantes de este año en política internacional: el de Joe Biden y Xi Jinping. Hoy no existe una relación diplomática bilateral más trascendente. Ésta, no solamente afecta a los dos gigantes sino, prácticamente, a todos los países del mundo. De por sí es un vínculo muy complejo y se encuentra dominado por factores de interdependencia y competencia hegemónica, los cuales conllevan a que el nexo oscile entre la cooperación y el conflicto.
El acercamiento de esta semana tuvo un fuerte componente de política interna, tanto para Estados Unidos como para China. Ambas potencias hegemónicas, una democrática y la otra autoritaria, buscaron reestablecer contactos políticos y diplomáticos que les permita surfear los cada vez más acuciantes desafíos internos, aunque no sean de la misma proporción.
El mandatario norteamericano está a un año de los comicios en los que buscará la reelección. Todo da a entender que, la polarización del electorado se encuentra más afianzada, en un muy probable nuevo duelo 2024 Biden-Trump. Por lo cual, éste tiene la necesidad de remontar sus bajos índices de popularidad. En este contexto, le es imperativo evitar un conflicto abierto con China en medio de dos guerras: Ucrania y Gaza.
A estos dilemas, se le suma la economía. A pesar de que ésta se encuentra muy bien, Biden no consigue que la población se quite el fantasma de la inflación. Para ello necesita fortalecer aún más el mercado por lo que le es fundamental normalizar la relación con China. A su vez, tiene que moderar sus acciones con el gigante asiático, en el sentido de que la oposición republicana lo acusa de ser demasiado blando.
En tanto, el líder chino, que retorna a los Estados Unidos después de seis años, también cuenta con varios asuntos internos importantes que resolver. Aunque más críticos. El crecimiento de la economía se ha ralentizado y se prevé que este año sea el más bajo en décadas. Esto, está relacionado con la crisis inmobiliaria, el desempleo juvenil y la fuga de inversiones. Por eso, fue fundamental en este viaje, la reunión de Xi Jinping con directivos de grandes compañías norteamericanas para revitalizar la imagen de China como destino de negocios.
Esta cena, que fue casi impuesta por la Casa Blanca, tenía gran interés de ambos lados. Muchos empresarios norteamericanos, están dispuestos a tragarse los atributos democráticos con tal de operar en el gigante mercado asiático. Por ejemplo el dueño de Tesla, Elon Musk, que no disimula su simpatía por el cada vez más autoritario modelo chino.
Para que esto prospere, será necesario que Xi Jinping, blanquee que es lo que quiere de los inversores extranjeros. Porque son muchas las empresas que prefirieron dejar el país y recurrir a mercados como México o Vietnam. Estos son más baratos y tienen menos cuestiones políticas y geopolíticas que resolver. Por ello, probablemente ante las grandes empresas estadounidenses éste lanzó un mensaje conciliador: "China no busca esferas de influencia y no tomará parte ni en una guerra fría ni en una caliente contra nadie".
El líder asiático además, marcó importantes límites en este encuentro, que no pueden pasar desapercibidos. El primero, fue en torno a la democracia y el sistema que Estados Unidos quiere imponer al resto del mundo. Se sabe que esta modalidad es rechazada por la autocracia china. De todas maneras, el mandatario lo volvió a marcar afirmando: "No es realista que ninguno de nuestros países trate de remodelar al otro".
El segundo, se trató de un límite geopolítico. El presidente chino expresó: "El planeta es lo bastante grande para los dos". Lo que traducido quiere decir, algo que China también ha expresado en otras oportunidades y es que Estados Unidos le trate como a un igual. Más allá de que le guste o no a Washington.
Estas demandas chinas, se topan con un gran muro norteamericano: el democrático. Esto quedó muy claro al final de la reunión bilateral cuando ya Xi Jinping se había ido. Entonces, Biden dió una improvisada conferencia de prensa. Más allá de los gestos del secretario de Estado, Antony Blinken, que demuestran que, o no le gustó la pregunta, o bien la respuesta, Biden volvió a dejar claros los límites de este tímido deshielo.
Esto ocurrió cuando una periodista le preguntó "¿Sigue considerando a Xi Jinping un dictador?". El mandatario, que estaba saliendo de la sala, replicó: "Sí, eso no ha cambiado”. Era una respuesta incómoda a una pregunta incómoda de la que el norteamericano no escapó. En cambio, el presidente chino, no dio explicaciones en ninguna conferencia de prensa.