Este 5 de agosto de 2023 se cumplen 200 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Argentina y Brasil. La estabilidad del vínculo entre los dos vecinos fue una construcción que acompañó la conformación de las respectivas identidades nacionales y vaivenes internos. Hay que tener en cuenta que, como en la vida personal, con los vecinos siempre es mejor llevarse bien.
Las relaciones formales comenzaron el 5 de agosto de 1823 cuando el presbítero argentino José Valentín Gómez se convirtió en el primer enviado extranjero al Brasil independiente dando inicio a las relaciones diplomáticas entre el Imperio de Brasil, entonces la única monarquía de América del Sur, y las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sin embargo, en sus inicios la relación no marcho muy bien. Esto se debió a cuestiones territoriales ya que la región se encontraba en un proceso de conformación de los Estados nacionales.
El flamante embajador argentino, intentó entablar negociaciones para que Brasil se retirase de Uruguay, entonces llamada provincia Cisplatina, pero el objetivo fracasó. Entonces, el 4 de noviembre de 1825 rompen relaciones diplomáticas. Un mes más tarde, el 10 de diciembre, el imperio le declaró formalmente la guerra a las Provincias Unidas del Sur. Ésta duraría tres años, hasta el 27 de agosto de 1828, cuando se firma el acuerdo de paz. Para ello fue necesario la mediación de Inglaterra, que dio origen a Uruguay, como estado tapón.
Podemos encontrar mucha historia en estos 200 años. Por ejemplo, entre 1864-1869 la guerra de la Triple Alianza. En ésta, ambos Estados estuvieron del mismo bando hasta que, la firma de la paz por separado de Brasil, llevó a una situación muy tensa. Incluso se llegó a vislumbrar la posibilidad de un nuevo conflicto armado, que afortunadamente no ocurrió.
Aunque un siglo después, podemos encontrarnos con fuertes intentos de acercamiento con el “Pacto ABC” entre Argentina, Brasil y Chile en dos oportunidades. Primero en 1915, donde los tres países se comprometían a una política de resolución de conflictos por la vía pacífica, poniendo fin a las guerras en la región. Tres décadas más tarde ya con Getulio Vargas en Brasil, Juan Domingo Perón intenta reflotar este ABC, pero sumándole intenciones de crear una unión económica. Ninguno de los dos intentos prosperó, pero las intenciones demuestran el clima de estas épocas.
Durante los gobiernos desarrollistas que se sucedieron entre 1955-1962 se dio una etapa de cooperación y diálogo directo entre el argentino Arturo Frondizi y los brasileños Juscelino Kubitschek y Janio Quadros. Los vecinos coincidían en la idea de que la cooperación debía ocurrir para apoyar el modelo de industrialización por sustitución de importaciones.
Ya entrada la década del 60, apareció un gran tema de confrontación. Fue el proyecto de construcción de la represa brasileño-paraguaya de Itaipú. Ésta se encuentra ubicada en Brasil, pero a escasos kilómetros de la frontera con la Argentina, generando un conflicto por la utilización de las aguas del río Paraná. Finalmente, en 1979 el conflicto se resuelve con un Acuerdo Tripartito, firmado también por el Paraguay.
Un gran salto institucional para ambos países ocurre con la restauración de la democracia. Los presidentes José Sarney y Raúl Alfonsín (1986-1989) gestaron, con la “Declaración de Foz de Iguazú” de 1985, la base del Mercosur. Esto es, tratar de lograr primeramente una unión aduanera para luego extenderla a otros ámbitos.
Aunque hay otro hecho que indica la madurez alcanzada, pero no emulada en otros ámbitos, que fue la apertura de los secretos nucleares. En 1991, en un caso único en el mundo, se creó la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC), cambiando la carrera de bomba nuclear por la confianza mutua. Fue un punto de no retorno en el proceso de integración.
Durante la década del noventa ambas naciones coinciden con gobiernos neoliberales. Argentina con Carlos Menem y Brasil con Fernando Collor de Mello, Itamar Franco y Fernando Henrique Cardoso. La tendencia era reducir al máximo la intervención del Estado en la economía y, por ende, se promovía un regionalismo abierto. Para la Argentina de entonces, la relación con Estados Unidos era más importante que la relación con Brasil.
A inicios del siglo XXI, luego de una gran crisis económica en Brasil en 1999 y en Argentina en 2001, comienza una nueva etapa de cooperación. Ésta estuvo liderada por Luis Ignacio Lula da Silva en Brasil y Néstor Kirchner en Argentina. Se relaciona, sin dudas, con una importante coincidencia ideológica.
Ambos le otorgan, la centralidad al vecino, en sus estrategias de inserción internacional. Esto está potenciado por la gran cantidad de temas que compartían entonces: el pago de la deuda al FMI, la necesidad de posiciones comunes frente al Alca, las negociaciones sobre subsidios agrícolas con Estados Unidos y la Unión Europea en el marco de la OMC, el avance del despliegue militar norteamericano en la región, etc. A esto se sumó el intento de desafiar el orden internacional establecido buscando el desarrollo interno e industrialización. Para ello se intentó potenciar y ampliar el Mercosur y crear nuevos organismos como Unasur.
Sin embargo, los cambios de gobierno primero en Argentina con Mauricio Macri a fines de 2015 y luego con Bolsonaro a principios de 2019, cambiaron la dinámica de la relación. Este giro ideológico, no sólo de Argentina y Brasil sino de varios países latinoamericanos, intentó reducir el peso estratégico del vínculo.
Hoy nos encontramos ante una nueva etapa de relación bilateral. Probablemente la mejor que hayamos tenido jamás. Apenas asumió por tercera vez la presidencia, Lula da Silva publicó una carta conjunta con Alberto Fernández, donde nombraron al vínculo entre ambos países como “relación estratégica”. En la misma, hacen hincapié en trabajar juntos para la reindustrialización, inversiones en innovación, integración energética, desarrollo sostenible, cambio climático, creación de una monedad sudamericana, etc.
Aunque merece un principal hincapié esta frase: “Los lazos entre Argentina y Brasil se cimentan en la consolidación de la paz y la democracia”. Algo que puede sonar como una frase trillada, tiene un significado enorme. En la carta, los mandatarios, explican dos cosas:
1-Consolidaremos nuestra posición como poseedores de tecnología nuclear con fines pacíficos, fortaleciendo la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares y dando continuidad a proyectos ambiciosos como el del reactor multipropósito.
2-Queremos democracia para siempre. Dictadura nunca más. Condenamos todas las formas de extremismo antidemocrático y de violencia política.
Hay que tener en cuenta que el fin primero de todo Estado es su supervivencia. Por lo cual, las cuestiones de seguridad, encabezan siempre las agendas. No hay que olvidar que Brasil y Argentina, por momentos, compitieron en materia nuclear y llegaron a sospecharse de una carrera bélica nuclear.
Estamos en mundo donde la amenaza nuclear está cada vez más latente. Solo pensemos en la invasión rusa en Ucrania, el desarrollo nuclear desproporcionado de Corea del Norte, el aumento del poderío militar chino y japonés, el enriquecimiento de uranio iraní, y la lista es mucho más grande que esto. Además, es cada vez más visible la inestabilidad fogoneada por poderes autoritarios, no democráticos e imprevisibles.
Por estas razones, y a 200 años del establecimiento de relaciones diplomáticas, es un enorme momento para valorar la importancia de la paz que genera una buena relación con el vecino. La estimación de este acuerdo que nació en 1991, y que hoy ambos Estados ratifican, es incalculable. Y lo es, porque ambos países, representan el 60 por ciento de la población y el 63 por ciento de la superficie total de América Latina. Y porque principalmente siembra paz en una región que hoy, todavía, tiene muchos problemas por resolver. Muchos, menos uno: el de la guerra.