No solo se rompieron todos los pronósticos. La crisis sistémica que atraviesa la democracia argentina, fruto de los fracasos de la dirigencia tradicional en el aporte de soluciones a los grandes problemas de una ciudadanía de la que se alejó dramáticamente, quedó absolutamente al desnudo después de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (Paso) en la que el gran ganador fue Javier Milei.
El libertario no solo fue el precandidato individualmente más votado. Además, le ganó a los dos frentes principales: Juntos por el Cambio y Unión por la Patria.
Así, para las elecciones generales de octubre Milei llegará con inmejorable expectativa a la pulseada con Patricia Bullrich –que venció a Horacio Rodríguez Larreta en Juntos por el Cambio– y Sergio Massa –que dejó en el camino a Juan Grabois–. De todos modos, las tres fuerzas quedaron muy cerca: entre la primera, La Libertad Avanza (30,3%), y la tercera, Unión por la Patria (27,3), había apenas 3 puntos de diferencia. Un esquema de tercios que quiebra el sistema de representación que en los últimos años se concentró entre el kirchnerismo y Juntos por el Cambio, pero a la vez deja el escenario para octubre absolutamente abierto.
Como sea, los resultados son un castigo para la política tradicional. Por primera vez, el descontento, que abarca al peronismo gobernante pero también a Juntos por el Cambio que gestionó a nivel nacional hasta hace cuatro años, fue capitalizado por un líder emergente.
El triunfo de Milei, que encontró en el calificativo "casta" la palabra justa para describir a una dirigencia que se enfrascó en disputas palaciegas que ayudaron a cavar la grieta con la ciudadanía, implica un quiebre para la democracia argentina que cumple 40 años y ahora enfrenta el riesgo de una especie de bolsonarismo tardío.
Se trata de un candidato que acostumbra a expresarse con violencia verbal, intolerante al disenso, negacionista de las violaciones a los derechos humanos de la dictadura militar y que en campaña lanzó propuestas impensadas como renunciar a la moneda propia, incendiar el Banco Central, permitir la libre circulación de armas de fuego y habilitar la compra y venta de órganos.
El voto a Milei fue una ola transversal y eso explica que haya sido el candidato más votado en gran parte del país: estaba primero en 16 provincias. Una porción importante de los sectores altos, medios y bajos de distintas partes de la Argentina se inclinaron por la opción libertaria, que ganó provincias que se pensaba que iban a favorecer a Juntos por el Cambio, como Santa Fe y mendoza, y también en históricos bastiones del peronismo, incluso en partidos del Gran Buenos Aires.
Pero tanto es el enojo que expresó la población con la dirigencia que no solo ganó Milei: además hubo un 31 por ciento de ausentismo. Es decir que la asistencia quedó por debajo del 70 por ciento que es el piso histórico para una Paso presidencial.
“Tiene miedo, la casta tiene miedo” y “que se vayan todos, que no quede ni uno solo” fueron los cantos que estallaron en el búnker de la Libertad Avanza cuando Javier Milei se subió al escenario para festejar los resultados que, dijo el candidato, “no solo darán fin al kirchnerismo sino a toda la casta política chorra y parasitaria”. Habrá que ver si el miedo a lo que representa no es más fuerte y eso le pone un freno en octubre.
Poco antes, Patricia Bullrich celebró en el búnker de Juntos por el Cambio acompañada del derrotado Rodríguez Larreta y de Mauricio Macri, en una imagen de unidad que busca reparar ahora todo lo que la feroz interna que protagonizaron rompió. ¿Será demasiado tarde?
Lo cierto es que la fuerza que en 2021 parecía que ya tenía la Presidencia en el bolsillo se autodestruyó por la ambición de sus dirigentes que, como se dice en política, se almorzaron la cena. “Empieza otra historia”, dijo Bullrich sobre la general. Pero más allá de los festejos de ocasión, la performance de Juntos por el Cambio fue absolutamente decepcionante.
Lo que nunca imaginó la ahora candidata era que de cara a octubre iba a comenzar corriendo de atrás contra un referente, Milei, que disputa en el mismo cuadrante ideológico: el del centro a la derecha.
Y si bien no son tiempos en los que esas categorías ideológicas parezcan pesar tanto, el hecho de que sus dos adversarios para las generales representen de alguna manera a ese sector es lo que, a pesar de su mala elección, sostiene a Massa con chances de llegar a un balotaje.
Es que fuera de carrera Rodríguez Larreta, que hizo una pésima elección, al ministro de Economía se le abre la cancha de la moderación en la que queda solo otro jugador en pie: el cordobés Juan Schiaretti, que bordeaba el 4 por ciento de los votos. En su discurso del domingo a la noche, Massa apuntó a los riesgos que, desde su punto de vista, se presentan ahora: arancelamiento de las universidades, desregulación del mundo del trabajo, privatización de las jubilaciones. Y convocó a otros sectores políticos que quieren "un modelo de desarrollo e inclusión" a un gobierno de unidad nacional.
Claro, el problema para el tigrense es la ola de antiperonismo que los resultados demostraron que atraviesa al electorado, con algunas excepciones como la provincia de Buenos Aires, donde el gobernador Axel Kicillof pudo revalidar títulos. Y, sobre todo, la propia gestión que no consigue revertir una inflación galopante ni ponerle freno a la ola de violencia que es consecuencia directa del empobrecimiento de la población.
En ese sentido, no solo pesan los mensajes de las urnas de este domingo. Este lunes hablarán los mercados y no se espera, justamente, que sea con tranquilidad.