Si algunos teóricos creen que la grieta es un concepto abstracto utilizado para una campaña política o como estrategia para gobernar quedaron desmentidos como nunca este jueves a la mañana en Rosario. Antes, durante y después; adentro y afuera, el acto que protagonizó el presidente Mauricio Macri en el club Ciclón de la zona sur estuvo impregnado por esa exaltación de lo que divide. Hubo gritos y trompadas en la calle y un discurso que obvió a Manuel Belgrano para centrarse en los Moyano, padre e hijo: el mal de la Patria. ¿Qué fue lo que pasó en el 20 de Junio más extraño (y triste) de los últimos años?
De Ingalinella a Saavedra; ¿y Belgrano?
Una hora y media antes de todo eso, a las 9.30, el barrio es la paz de un feriado. Es mujeres y hombres que pasean sus perros. Unos primeros curiosos que se juntan en una esquina a ver el vallado y el desfile de gendarmes y policías. Dos niñas juegan en una terraza y espían el extraño suceso.
Más acá, justo frente al club, en el techo de la sede del Partido Comunista, tres jóvenes descuelgan una bandera que dice “Macri = Hambre”. Diego, que está parado en la puerta del local, levanta un puño cerrado y sonríe. “Es algo tranqui, queremos expresarnos”, afirma ante la primera consulta. Son siete, hombres y mujeres de unos 30 años, que decidieron y planearon el acto mínimo de resistencia la noche anterior, apenas se enteraron de la visita presidencial frente a su local y centro cultural “Inga”, por Juan Ingallinella. La familia del médico y militante del PC, detenido y asesinado en 1955, donó esa casa al partido.
Ellos tampoco entienden porque el presidente no va al Monumento (que es donde Belgrano creó la bandera celeste y blanca pese a la oposición del Triunvirato de Buenos Aires). Y, en cambio, visita un club ubicado a casi cuatro kilómetros, en la calle Cornelio Judas Saavedra (presidente de la Primera Junta) y Buenos Aires.
“No lo sé, yo simplemente estoy acompañando”, dice el intendente de Santa Fe, José Corral, cuando arriba al lugar. El diputado y referente del PRO, Federico Angelini, afirma que “el presidente quería venir a Rosario” pero el municipio “prefería hacer un acto simple y formal” y por eso se optó por organizar un acto con chicos y la bandera. Los organizadores agregan que privilegiaron el Ciclón porque tiene dos entradas, una por cada calle, para la entrada y salida ágil del mandatario.
El show de la grieta
Afuera, por aburrimiento o impaciencia, algo pasa. Llega una mujer rubia con una sonrisa enorme y grita: “Vamos Macri”. Nadie responde. “Vamos Mauricio”, insiste, más fuerte. Dos o tres personas a su lado le sonríen. “Vamoooos”, grita de nuevo. “Sí se puede, Sí se puede”, responde un coro que cuando empieza a ganar adeptos se topa con otras voces.
“Mauricio Macri la puta que te parió”, responden desde el vallado de enfrente un hombre y una mujer. “Hay chicos que se están cagando de hambre”, dice la señora que se trepa a la estructura metálica. “Eso es mentira. Porque no se van al acto de Cristina”, se mete otro muchacho, que defiende la gestión de Macri de una manera extraña: “A mi también me perjudicó un montón este gobierno pero no es la forma, eso de venir a putear”. El alboroto crece. Salen las cámaras de televisión y los móviles de las radios. La grieta en vivo.
“Qué quilombo”, dice un señor canoso que miraba el espectáculo quieto y en silencio, y se va.
Alguien alerta a los periodistas que empieza el acto. Son las 11 en punto. Macri ya está dentro del gimnasio, un tinglado con las gradas vacías pero con chicos y adultos invitados en la cancha de básquet. Una orquesta militar. Selfies con el presidente. El jefe de Estado se ubica en el centro. Niños sentados en el piso y hombres y mujeres lo rodean en forma de herradura. Dos pasos detrás de él la ministra de Seguridad Patricia Bullrich y la intendenta Mónica Fein, con inocultable incomodidad.
Micrófono en mano, el presidente menciona que este Día de la Bandera nos recuerda “que somos libres” y “esa libertad hace que nuestro futuro dependa de nosotros mismos”. Contrapone el cambio que propone su gestión al daño que las mafias le provocan al país. Los niños que quedaron sentados en el piso aplauden. Otros se escaparon y juegan más atrás con globos. No hubo promesa a la bandera para ellos.
Macri se centra en la “mafia del transporte” que tiene nombre y apellido: “Hugo y Pablo Moyano”. Asegura que el precio del limón o de las gaseosas es más caro por culpa de los líderes camioneros y también que “una Pyme de Jujuy no puede exportar”. Pide "no volver al pasado y la corrupción".
Quince minutos después, los saludos de rigor y Macri se va por la puerta lateral de la cancha que dice "Vestuarios". Corral deja el club por el frente de calle Saavedra. Cree que lo de Moyano fue “el título” del acto y minimiza que no haya nombrado a Belgrano: “Le piden a Mauricio cosas que él no siente, él no es eso, es como pedirle a Lifschitz que sea gracioso en un acto”.
Una pelea como síntesis
En la esquina de Saavedra y Buenos Aires, la discusión entre los pro Macri y los anti Macri (la dualidad funciona también para el kirchnerismo) se fue de las manos. O se fue a las manos. Un padre y un hijo se pelearon con dos hombres que criticaban al presidente. Rincón 1: los del centro comunitario. Rincón 2: padre e hijo.
Rincón 1: –Él me dijo que como era salteño me tenía que ir a Salta, que no podía estar acá. Me discriminó y le dije que era un hijo de puta y entonces me pegó. Y el hijo le pegó a mi compañero desde atrás –jura un hombre de 56 años con pelo largo y colita retenido por Gendarmería junto a otro que había quedado tirado en el piso.
Rincón 2: –Le dije que se vaya al otro acto si no le gustaba Macri –por la presentación del libro de Cristina Kirchner, que intensificó aún más esas diferencias–. Y él me dijo «hijo de puta» y me dio una trompada –cuenta otro de los protagonistas, el padre, aunque los testigos dicen que él tiró la primera piña.
Rincón 1: –Tengo un centro comunitario en Roca al 5200 para 400 pibes y solo le puedo dar de comer a 100. Soy albañil, mirame las manos. Eso me da bronca, que nos mienten y nos dicen que todo está bien. Por eso vine –insiste del otro lado el de pelo largo y colita que se llama Junco o “Flecha”.
Rincón 2: –Los felicito, si gente como nosotros se calla este país no va a cambiar, con todos estos corruptos y chorros –se mete otro hombre y habla con el padre e hijo que siguen custodiados contra una pared.
Atrapados entre vallas, enfrentados a las trompadas, con actos paralelos y sin público, esa fue la triste marca que dejó el Día de la Bandera en Rosario.
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