El teléfono suena y suena en la sede del Centro de Ex Combatientes de Ayacucho y Zeballos. El 2 de abril está a la vuelta de la esquina y los pedidos de las escuelas para que aquellos chicos que hace 40 años le pusieron el cuerpo a la guerra participen de los actos conmemorativos y conversen con los alumnos sobre la historia del reclamo de soberanía argentina en Malvinas y el desarrollo del conflicto bélico llegan de a decenas por día. Estos hombres curtidos de hoy, que pasaron las mil y una y continúan en pie, sienten entonces que ganan una batalla crucial que comenzaron a librar desde el mismo momento en que pusieron nuevamente sus pies, sus cuerpos, sus mentes, sus espíritus, sus corazones en el continente, luego de la rendición del 14 de junio de 1982: el enemigo es la resignación y el olvido.

Desmalvinizar, origen de un verbo

En marzo de 1983 la Argentina vivía, en medio de fuertes tensiones económicas, un proceso de restauración democrática que generaba nuevas expectativas y movilizaba a las juventudes. La imagen del gobierno de facto estaba en el subsuelo, pero las Fuerzas Armadas aún detentaban el poder y trabajaban para limitar los alcances de la democracia futura, que había comenzado a tomar forma al calor de las reuniones de la multipartidaria, un espacio de convergencia política que nació en 1981 y desde el cual se planteó un movimiento de resistencia y superación de la dictadura. En las movilizaciones que ese colectivo impulsó nació un cantito simbólico de la época: “No sirven para gobernar, no sirven para la guerra, los milicos argentinos, no sirven para una mierda”. 

En ese marco, en un reportaje con el periodista y escritor Osvaldo Soriano, el politólogo francés Alain Rouquié puso por primera vez sobre la mesa el concepto “desmalvinización”. “Quienes no quieren que las Fuerzas Armadas vuelvan al poder tienen que desmalvinizar la vida argentina. Porque para los militares las Malvinas serán siempre la oportunidad de recordar su existencia, su función, y, un día, de rehabilitarse. Intentarán hacer olvidar la guerra sucia contra la subversión y harán saber que ellos tuvieron una función evidente y manifiesta que es la defensa de la soberanía nacional”, sostuvo Rouquié en la entrevista publicada por la revista Humor hace 39 años.

Es decir, el consejo que dio el catedrático francés, y que pareció hacerse carne en el gobierno radical que asumió en diciembre de ese año con Raúl Alfonsín a la cabeza, era sacarle foco al tema Malvinas para que los militares no tuvieran una “guerra limpia” como argumento para contraponer a la “guerra sucia”, concepto bajo el cual quisieron disfrazar el terrorismo de Estado, el genocidio. La democracia no había comenzado y se la asumía frágil, siempre expuesta a una amenaza golpista hasta entonces omnipresente en la historia argentina.

Desmalvinización, primer acto

En realidad los primeros en desmalvinizar, pero sin pronunciar ese verbo, fueron los propios militares. Ese proceso comenzó desde el mismo regreso de los soldados, que fue deliberadamente ocultado y demorado por las Fuerzas Armadas con –como sostiene una investigación sobre el tema realizada por Cora Gamarnik, María Laura Guembe, Vanina Agostini y María Celina Flores– una metodología ya desarrollada “durante el período previo de represión clandestina” para ocultar los crímenes militares: “Encubrimientos, censura, amenazas, operaciones de inteligencia y complicidad mediática”.

El temor era que el relato de los soldados más la exposición de su estado físico y psicológico profundizaran el descrédito del gobierno de facto y la indignación de la población tras la derrota. Es que si bien tras la rendición del 14 de junio de 1982 el argumento de las cúpulas militares fue que la mayor tecnificación bélica y el apoyo de Estados Unidos fue lo que volcó el resultado de la contienda bélica a favor de Gran Bretaña, sin asumir ninguna responsabilidad propia, lo cierto es que distintos testimonios e informes posteriores expusieron que a los malos tratos a la tropa brindados por los superiores, se sumaron una planificación y una organización logística pésimas. 

Los soldados llegaron con hambre y los habitantes de Puerto Madryn les llevaron panes a los camiones.

Por caso, soldados argentinos relataron que tras la rendición, cuando estaban como prisioneros en Puerto Argentino, vieron decenas de galpones repletos de comida, mientras ellos pasaban hambre en el frente de batalla. “Lo que más bronca me dio fue que los ingleses sí nos dieron esa comida”, decía uno de los testimonios, de un soldado de nombre Guillermo, incluido en el libro “Los chicos de la guerra”, de Daniel Kon.

No fue el último padecimiento, pues una vez que regresaron al continente comenzó justamente el proceso de invisibilización. La idea era esconderlos y evitar todo tipo de contacto con la población, para lo cual en muchos casos los tuvieron recluidos durante semanas en destino militares, alrededor de los cuales llegaban familias que eran sometidas a otro calvario: no saber cómo estaban sus hijos. 

Allí los “engordaban”, les decían que el pueblo los despreciaba por haber perdido la guerra y les ordenaban no hablar de lo ocurrido en las islas. En algunos casos hasta con la firma de un “acta de recepción” en la que de acuerdo a la investigación ya citada volcaban denuncias de torturas, vejámenes e irregularidades por parte de superiores, bajo el compromiso de no volver a hablar del tema. La tarea se completó con la intercepción y el velado de los rollos fotográficos, incluso los de los únicos reporteros gráficos que habían podido llegar al escenario de guerra, los de la agencia oficial Télam.

El estigma

La supuesta bronca de la sociedad con los soldados de Malvinas no era tal. Y si bien sus jefes intentaron que no tuvieran contacto con la población, lo primero que recibieron al llegar al continente, en puertos del sur del país, fue cariño. Pero la desmalvinización sí comenzó a tener efecto en las grandes ciudades, donde encontraron indiferencia y desamparo, pues el Estado también los abandonó a su suerte, sin brindarles siquiera apoyo psicológico.

“La frustración causada en el hombre de la calle por el desastre de las Malvinas hace más difícil la vida en medio de esta crisis. Casi nadie quiere hablar del asunto”, escribió en una nota de noviembre del 82 el periodista del diario El País de Madrid Juan González Yuste desde Buenos Aires.

En ese marco, la pretensión de los militares de que no contaran lo que habían pasado en Malvinas se convirtió en una necesidad de los propios soldados. “Si decías que eras veterano no te daban trabajo; se convirtió en un estigma”, recuerda Claudino Chamorro, actual titular del Centro de ex Combatientes de Rosario.

Así, el silencio ganó terreno, y, se sabe, callar enferma. La contención la pudieron encontrar, en muchos casos, entre ellos mismos. “A fines del 82, principios del 83, nos juntábamos en casas para ver cómo ayudar a nuestros compañeros y a sus familias. Después la Municipalidad nos prestó un local y así comenzó a formarse el Centro de Ex Combatientes”, relató Chamorro. 

Democracia desmalvinizada

 

La salida de los militares del poder fue con una ley de autoamnistía mediante la cual buscaron cerrar el camino a ser castigados por el genocidio y con una política que apuntó –como escribió Ricardo Robins en una nota ya publicada en Rosario3.com– a “enterrar el trauma de la guerra”

El presidente Raúl Alfonsín, que en 1982 había sido uno de los pocos dirigentes políticos que no apoyó la decisión de recuperar Malvinas por la vía militar, derogó a poco de asumir la norma con la que las cúpulas castrenses se autoperdonaban –lo que abrió el camino al histórico juicio a las Juntas– pero, acaso bajo el influjo del consejo de Alain Rouquié, mantuvo la política de invisibilización del tema de la guerra de Malvinas y de los ex combatientes.

Uno de los primeros actos en ese sentido del entonces jefe del Estado fue correr la fecha del feriado por Malvinas del 2 de abril al 10 de junio, fecha en la que en 1829 asumió Luis Vernet como comandante militar de las islas.

La desmalvinización operó en un doble sentido: interno, con la indiferencia hacia los soldados que habían luchado por la Patria poco tiempo antes y sus familiares, y externo, con la suspensión del reclamo de soberanía como forma de mejorar la imagen del país ante las grandes potencias que dominan los organismos multilaterales.

Puede sonar extraño que un gobierno que con el Juicio a las Juntas hizo lugar al “ni olvido ni perdón” ante los crímenes de la dictadura apostara a la amnesia colectiva en el otro gran tema que llamaba a una revisión de lo actuado por las Fuerzas Armadas: la guerra de Malvinas.

Alfonsín recibe el "Nunca Más" de la mano de Ernesto Sábato.

Pero en realidad, con su línea de acción en ambos temas, lo que buscaba Alfonsín era lo mismo: castigo máximo a los comandantes militares e integración de los mandos intermedios a la nueva atmósfera democrática.

Las contradicciones de ese plan tuvieron su síntesis, en forma de drama, con el levantamiento carapintada de Semana Santa de 1987, encabezado por Aldo Rico. Antes de su famoso “felices pascuas” ante una multitud aquel domingo histórico en Plaza de Mayo, Alfonsín mencionó a los amotinados como “héroes de Malvinas”. Así, aunque anunció que serían detenidos y enjuiciados, buscó amortiguar el rechazo social hacia su actitud sediciosa, explica Sabrina Morán en un artículo titulado "La guerra de Malvinas en la transición democrática" en la revista Cuadernos de Marte. Pocos meses después, el entonces presidente –que ya había puesto un tope temporal a los juicios contra los responsables de la represión ilegal con el punto final– promulgaría la ley de obediencia debida, que salvaría de responsabilidad penal en las violaciones a los derechos humanos a los grados militares por debajo de coronel. 

Juzgar a los represores no era tan simple, desmalvinizar tampoco.

Remalvinización pero no tanto

 

La realidad es distinta hoy, cuando se cumplen 40 años de la guerra. Con un costo enorme sobre sus espaldas –"pasó el tiempo y llegamos a tener más suicidios que caídos en combate”, sostiene Chamorro–,  los ex combatientes encuentran en la sociedad un reconocimiento que se les negó en otros tiempos. 

“Fuimos los chicos de la guerra; se nos trató de fachos y de locos. Muchos funcionarios aún no entienden, pero el pueblo sí. Es el pueblo el que nos quiere y nos abraza”, sostiene Chamorro, quien ubica como un primer punto de inflexión frente el proceso de desmalvinización el año 91, cuando durante el gobierno de Carlos Menem se les otorgó a los veteranos de guerra una pensión graciable.

La gestión del riojano retomó el tema Malvinas, al que en sus discursos ubicaba como punto central de la política exterior argentina, aunque en rigor puso más empeño en recomponer las relaciones bilaterales con el Reino Unido que en plantear el reclamo de soberanía.

Menem y su hija Zulemita junto a la reina de Inglaterra.

Además su canciller, Guido Di Tella, rompió con una tradición histórica mantenida por Argentina en Naciones Unidas desde 1965 y planteó que para la solución del conflicto debían tenerse en cuenta los deseos de los habitantes de las islas. Lanzó en ese marco un plan de “seducción” a los kelpers, a quienes les llegó a enviar libros de Winnie The Pooh como regalo de Navidad. Fue un fracaso.

Durante el gobierno de Fernando de la Rúa, en tanto, se repuso el 2 de abril como feriado y el de Néstor Kirchner convirtió el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas como inamovible.

No fue el único gesto remalvinizador de esa gestión. En el año 2005 se creó el Programa Nacional de Atención al Veterano y Excombatiente de Guerra y su grupo familiar para darles cobertura de salud a través del Pami y el año siguiente se triplicó el monto de la pensión que reciben los ex soldados. Al mismo tiempo, en el plano de la política exterior, reactivó con fuerza el reclamo de soberanía en los organismos multilaterales y las protestas contra el Reino Unido fueron permanentes.

De todos modos, el camino de los veteranos no fue ni es ahora un lecho de rosas. Por caso, están frescas las imágenes de la represión que ex combatientes sufrieron días atrás en la puerta del Pami en Buenos Aires, adonde delegaciones de todo el país fueron a reclamar por la falta de cumplimiento de las prestaciones. 

“Para nosotros siempre fue así. Cada vez que íbamos a reclamar algo siempre recibimos palos. Nada fue fácil, nadie nos regaló nada”, dice Chamorro.

Solidaridad y después

El abrazo entre los excombatientes y el pueblo al que refería el presidente del Centro de Ex Combatientes de Rosario se construyó en medio de ese clima que fue desde la indiferencia al reconocimiento de hoy. Y en el que los ex soldados realizaron y realizan un trabajo solidario que fue también puerta para encontrar un rol social nuevo y virtuoso. 

Veteranos de Malvinas en plena tarea solidaria.

Rosario es testigo, cada vez que los veteranos salen, las noches de invierno, con su camioneta y su cocina de campaña a servir un plato de comida caliente a las personas en situación de calle.

“Teníamos que devolver a la sociedad esa entrega que ellos con sus aportes hacen para nuestra pensión. Y decidimos hacerlo con la gente en situación de calle porque ellos viven lo que vivimos en Malvinas: sin un plato de comida caliente, a la intemperie, sin abrigo, mojados”, comenta sobre esa acción Chamorro.

La transmisión de la historia

Los excombatientes saben que tienen otra misión fundamental: contar la historia.  

“Si no hubiese sido por nosotros hoy la causa Malvinas serían dos páginas de un libro. Mantuvimos viva la memoria de Malvinas y eso mantuvo vivo también el reclamo de soberanía, que debe ser por la vía diplomática porque la guerra no sirve para nada”. Chamorro lo dice y suena una vez más el teléfono. Es otra escuela, es otro pedido para que vayan los excombatientes. 

Satisfacer la demanda de los colegios no es fácil, porque si bien el Centro de Ex Combatientes de Rosario tiene 300 socios son pocos los que dan las charlas, unos 20. Chamorro explica que a muchos aún les cuesta hablar de ese episodio fundamental y a la vez traumático en sus vidas, expresar lo que sienten sobre eso. Pero que él los alienta, porque hace bien, es “un cable a tierra”.

Las charlas de los veteranos en las escuelas, una actividad clave para mantener viva la memoria.

Lo cierto es que allí, en las aulas, es donde la historia adquiere sentido y construye futuro. Chamorro lo expone con toda claridad: “Hoy si vas a una escuela y preguntás a cualquier chico por las Malvinas te va a decir que son argentinas. El día de mañana, cuando ocupen un lugar de decisión, van a tener claro entonces que debemos insistir con nuestra soberanía. Eso quisimos siempre, que lo entiendan los chicos. Muchos funcionarios se olvidan, salvo el 2 de abril”. 

Por enésima vez, suena el teléfono del Centro de Ex Combatienes de Malvinas de Rosario. Y es una alegría.