La decisión de cerrar las exportaciones de harina y aceite de soja, como paso previo a una suba de las retenciones, generó el rápido rechazo de los gobernadores de dos provincias productoras, el santafesino Omar Perotti y el cordobés Juan Schiaretti. Pero –a la vez– acaso le sirva al presidente Alberto Fernández como factor para abroquelar otra vez al grueso de un peronismo que quedó al borde de la fractura luego de la aprobación en Diputados del acuerdo con el FMI, con el ruidoso rechazo del kirchnerismo duro.
El gobierno esperó, justamente, que pasara la votación en Diputados, donde necesitó de un respaldo de Juntos por el Cambio que podría haber sido más complejo con aumento de retenciones de por medio, y también que terminara la Expoagro, una tribuna del campo y sus sectores afines con enorme amplificación en los medios nacionales y por donde también pasaron funcionarios peronistas.
La medida tiene efectos variados. Como explica en una nota de Rosario3 Mariano Galíndez, persigue un objetivo fiscal: hacer frente a la necesidad de aumentar la recaudación para poder pagar las importaciones de gas, cuya cotización se disparó a partir de la guerra en Ucrania, sin incumplir las metas de emisión comprometidas con el FMI. Pero además, políticamente, recupera una línea argumental histórica del peronismo –priorizar “la defensa de la mesa de los argentinos” ante la escalada de los precios internacionales de los principales productos que exporta la Argentina– e instala así una bandera para reunir las partes del resquebrajado Frente de Todos.
Fueron días difíciles los últimos para el oficialismo. Juntos por el Cambio copó la parada como garantía contra el default y la votación del acuerdo con el FMI en Diputados dejó al Frente de Todos con un nivel de tensión interna tan grande que la fractura parecía inevitable. La pregunta es si el inminente conflicto con el campo será el eje aglutinador que la evite. Por más que aparezcan voces críticas como la de Perotti, que en realidad, con su rechazo al aumento de las retenciones, expresa su posición histórica y también la de al menos un sector importante del peronismo santafesino. Es lógico: la provincia alberga al nodo agroexportador más importante del mundo.
Con la decisión de cerrar exportaciones para luego subir retenciones el gobierno busca, de alguna forma, volver a un “orden natural” de las cosas: el oficialismo impone la agenda y la oposición la critica con el libreto que marca la tapa del diario Clarín.
Es decir, la grieta como factor para galvanizar y recuperar adhesiones que hoy le son esquivas al presidente Alberto Fernández por la “traición” de haber traído de regreso al FMI a la Argentina.
La grieta, justamente, tuvo como acto fundante el largo conflicto con el campo de 2008, cuando el kirchnerismo intentó imponer retenciones móviles a la soja y terminó naufragando en su intento, con el voto no positivo del entonces vicepresidente Julio Cobos en el Senado.
Paradojas de la política, hoy Cristina Kirchner ocupa el mismo lugar que Cobos entonces y protagoniza un fuerte enfrentamiento con el el jefe del Estado, al que acusa de ir en contra del bienestar económico de los argentinos por el acuerdo que cerró su ministro de Economía con el Fondo.
Alberto Fernández, que dejó de ser el jefe de Gabinete de Cristina en 2008 porque creía que había que ceder en el enfrentamiento con los sectores agropecuarios, es quien ahora tensa esa misma cuerda por necesidades fiscales y políticas. Es como si el presidente le reconociera a su vice: al final, contra el campo estábamos mejor.