Las bandas narco que operan en Rosario encontraron en los últimos años una nueva manera de infundir terror en la ciudad: disparar y dejar carteles cuyos contenidos posteriormente, al ser mediatizados, logren llegar al verdadero objetivo del atacante. En ese contexto se pueden enmarcar los atentados con carteles firmados por “La mafia” dirigidos a jueces, policías y edificios judiciales que intervinieron en la causa de Los Monos. Extendido en el tiempo, eso luego se copió en balaceras contra cárceles, escuelas y comisarías, entre otros establecimientos. Pero también en escenas de crímenes donde las víctimas no tenían ningún tipo de relación con la nota ni con el ambiente delictivo, como los casos de Lorenzo “Jimi” Altamirano y el colectivero César Luis Roldán.
Ya sea para escrachar a un rival, para enviar un mensaje que pueda ser interpretado por vecinos y por la Policía, o por lograr trascendencia pública, los carteles escritos se hicieron cada vez más frecuentes en escenas de balaceras, atentados y asesinatos.
En el lugar donde fue acribillado Roldán, el sicario arrojó una nota dirigida a un nombre masculino que, de acuerdo a las tareas investigativas, podría ser Valentino B., un recluso de 22 años que está alojado en Piñero tras haber sido imputado como presunto sicario de la banda narco que lidera Alan Funes desde el penal de Ezeiza. Quien habría enviado el mensaje sería Julián A., otro preso de Piñero, de 24 años, que está sindicado como uno de los supuestos cabecillas de la célula de Los Monos que opera en la zona noroeste de la ciudad.
Sea cual fuere el motivo, el colectivero estaba completamente ajeno al delito o a las personas que mantienen una confrontación callejera mediante un cartel dejado en hecho de conmoción pública. El fiscal Adelmar Bianchini dijo que tampoco cuenta con indicios que lleven a la hipótesis de que el blanco fuera otro chofer con el que Roldán haya cambiada el turno. "No tengo ningún elemento en ese sentido", aseguró.
Casos que en la criminalidad no se vieron jamás, en Rosario, comenzaron a tener lugar, y de manera más frecuente. Si bien no dejaron una nota escrita, en el doble crimen de Claudia Deldebbio y su hija Virginia Ferreyra, también ocurrió que resultaron víctimas de una balacera en una parada de colectivos cuyo objetivo –según dijo Patricio Saldutti, el fiscal a cargo del caso– fue “infundir terror” en el Fonavi de Parque del Mercado por pedido del jefe narco René Ungaro.
Al ataque a Deldebbio y Ferreyra le siguió otro: el crimen de Lorenzo “Jimi” Altamirano, de 28 años, quien de acuerdo a la investigación de los fiscales Luis Schiappa Pietra y Matías Edery, fue secuestrado “al azar” el 1º de febrero por la noche en inmediaciones de 27 de Febrero e Iriondo y minutos después fue ejecutado de tres disparos en la puerta del Coloso Marcelo Bielsa.
En el homicidio de Altamirano se encontró un papel dirigido a integrantes de Los Monos que están presos y regentean la barra brava de Newell’s. “Jimi” no tenía relación con el club, con los miembros de la barra. Ni siquiera le gustaba el fútbol, según dijeron sus amigos y familiares.
Altamirano fue utilizado para dejar un mensaje. Un mensaje de terror. Y surtió efecto: los destinatarios del cartel se enteraron por los medios, que en definitiva, era lo que pretendía el presunto autor intelectual, que de acuerdo a la causa, fue el recluso Pablo Nicolás Camino, que también es de Los Monos, está preso en Rawson y fue imputado por el hecho.
Una mezcla de los casos de Altamirano y el doble crimen de Claudia y Virginia aparecen en el homicidio del colectivero Roldán: ocurrió en una parada de colectivo, el sicario disparó sin importar la consecuencia y dejó una nota que nada tenía que ver con la víctima.