Siempre que termina un año resulta interesante echar la mirada atrás para recordar qué cosas pasaron. Durante estos 365 días las sorpresas fueron muchas. Aunque la mención especial la merece Brasil y el regreso de Luiz Inácio Lula da Silva al mando de la economía más grande de América del Sur. El actual mandatario comenzó con un gran crisis institucional que finalizado el 2023 logró revertir exitosamente y en múltiples aspectos.
El presidente asumió el 1º de enero, ejerciendo por tercera vez la presidencia. El contexto era muy complicado. El saliente Jair Bolsonaro se negó a realizar el traspaso de poder viajando a los Estados Unidos y dejando un clima de crispación que se sentía en el aire. Así fue que ocho días después, una turba de fanáticos decidió invadir y destruir los edificios de los poderes del Estado en Brasilia. El objetivo consistía en generar tal caos, que deban intervenir las fuerzas armadas, las cuales se sumarían a los rebeldes y derrocarían a Lula.
Este fue el primer gran desafío del flamante mandatario: contener a estos grupos, extremadamente radicalizados y violentos, que no juegan dentro de las reglas tradicionales de la democracia. Meses después, Jair Bolsonaro ha sido inhabilitado por el Tribunal Superior Electoral, para ejercer cargos públicos por ocho años. Los magistrados encontraron que éste utilizó su posición de jefe de Estado “para degradar el ambiente electoral”, “incitar un estado de paranoia colectiva” y fabricar “teorías de la conspiración” con “informaciones falsas” y “mentiras atroces”.
Este enorme desprecio por las instituciones dejó un arduo trabajo a Lula. El país había quedado sumido en el aislamiento y desprestigio internacional y regional. Un simple ejemplo es la enorme deuda que el gobierno de Bolsonaro contrajo en esos cuatro años con Naciones Unidas. Al punto de casi generar la suspensión de su derecho a voto en diversos organismos. Esto sin mencionar la salida de Unasur y Celac, que estuvo a tono con otros gobiernos de derecha regionales que desprecian la integración entre vecinos.
El medio ambiente y la espantosa deforestación del Amazonas fue otra de las urgencias del gobierno de Lula. Durante los cuatro años de mandato del negacionista del cambio climático, la tala de árboles en el mayor bosque tropical del mundo aumentó un 59 por ciento respecto a los cuatro años previos. Son éstos datos del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales, la agencia pública brasileña que mide esta actividad por satélite. Una primera muestra de que la agenda ambiental pasó a ocupar un lugar prioritario fue la asistencia del petista, antes de asumir, a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) en Egipto.
A esto se le sumó el nombramiento como Ministra de Medio Ambiente a Marina Silva, figura emblemática de la ecología en Brasil. Antigua funcionaria del primer gobierno de Lula, la cual anunció que la deforestación cayó el 33,6 por ciento en el primer semestre de 2023. El objetivo, que ha tenido grandes avances en esta materia, es llevar a cabo un plan a largo plazo para poner fin a la deforestación ilegal para 2030. Además de buscar posicionar a Brasil a la vanguardia del liderazgo climático.
En política internacional, Lula tiene como principal consejero al prestigioso y respetado Celso Amorin, que fue su canciller durante sus dos mandatos anteriores. Éste es un fiel partidario de la integración regional y de un mundo multipolar. Fue el artífice de la gran popularidad que Lula adquirió debido a los éxitos que llevaron, en la primera década de este siglo, a hablar del “milagro brasileño”. Amorim cree que es, a través de una acción mancomunada de los países de la región, que se garantizará a América Latina su independencia geopolítica.
La región volvió a ocupar un lugar preponderante para el nuevo gobierno. Brasil se reincorpora a organismos regionales de los cuales Bolsonaro se había retirado: la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Además, retomó relaciones con Venezuela, país con el que comparte frontera, y reabrió su sede diplomática nombrando en noviembre una embajadora. Este multilateralismo regional también se tradujo en la realización de la Cumbre Amazónica en Belén do Pará con los países con los que comparten este enorme ecosistema.
Su gobierno también tuvo un importante rol en el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) y en su ampliación. Argentina tuvo su apoyo para ser uno de los nuevos integrantes. Invitación que penosamente será rechazada por el gobierno de Javier Milei. Además, Lula participó en la preparación de la Cumbre del G-20 en Nueva Delhi y su país será el anfitrión en 2024. Y como frutilla del postre, a inicios de diciembre el presidente anunció que Brasil se unirá a la OPEP+. Será el tercer país latinoamericano, junto con Venezuela y México, en formar parte del grupo de países exportadores de petróleo.
En materia económica, los resultados de su primer año al mando, fueron completamente positivos: logró tener la inflación más baja de los últimos cuatro años, un crecimiento de casi el 3 por ciento (cuando el FMI había pronosticado un 0,8%), un desempleo que se mantiene en un dígito y salarios en aumento. De la misma manera que en sus primeros ocho años, Lula volvió a centrarse en fortalecer los subsidios para las familias con menos ingresos, subió el salario mínimo y rescató iniciativas para la construcción de viviendas populares. Todo aquello, sumado al envío de médicos a zonas vulnerables, garantizándoles la accesibilidad no solo a la salud sino también a los medicamentos básicos.
Fiel a su conocida trayectoria de excelente negociador, antes de asumir, el presidente ya había logrado el apoyo de un dividido congreso inclinado hacia la derecha. Con ello, pudo llevar a cabo las políticas descritas arriba y obtener un necesario aumento de los presupuestos con el que puso a funcionar a sus 38 ministros. Aunque hay aumentos no tan positivos con los que tiene que lidiar: el déficit fiscal nominal y la deuda pública bruta. El ministro de economía Fernando Haddad dijo estar ajustando estos asuntos y confía en equilibrar las cuentas aumentando la recaudación impositiva.
La aspiración de que su país asuma el liderazgo regional no le será fácil aunque tampoco imposible. La compleja relación con la Argentina de Javier Milei es parte de ese escollo. Éste no solamente no lo acompañará en el proceso, sino que se acoplará a Jair Bolsonaro, como ya lo viene haciendo, quien a su vez lo utiliza como arma política interna. Sin esta camaradería vital, la región pierde poder a la hora de sentarse en las mesas de negociaciones internacionales, para tratar con los grandes poderes mundiales.
A Lula le quedan tres años por andar. Según un sondeo del Instituto Datafolha divulgado a principios de diciembre de 2023, el 38 por ciento de los brasileños considera su gobierno como “óptimo o bueno”. A días de que termine el año, el presidente brasileño ha expresado: “No lo resolvimos todo, pero creo que dimos un paso gigantesco para que Brasil volviese a ser un país civilizado, con crecimiento económico, con distribución de la riqueza y con mejoría en la calidad de vida de la población. Por eso estoy feliz: no podía haber ocurrido algo mejor para mí que lo que ocurrió este año con mi Gobierno”. Lula está contento y tiene motivos.