Decir que el discurso de Javier Milei es polarizante se queda corto. Cortísimo. En la puesta en escena de Parque Lezama, para el lanzamiento de La Libertad Avanza como partido político a nivel nacional, el presidente de todos los argentinos -porque sí, es el presidente de todos los argentinos- se expresó como un fogonero del caos y el odio. 

Con amenazas proféticas (“a los traidores se los va a tragar la tierra”), imputaciones varias (“periodistas ensobrados, corruptos y cobardes”) y descalificaciones a opositores (principalmente a los K, que “quieren tanto a los pobres que lo único que hacen es multiplicarlos”), el líder libertario expuso su perfil más desaforado: el de un agitador carismático y malhablado, ante una multitud que le demostró la adoración que produce el fanatismo.

Más que como un acto político, la escena fue pensada como show. El presidente, cual si fuera un rockstar, ingresó eufórico al ritmo de “Panic Show”, el tema de La Renga, y un cordón de seguridad le abrió paso entre la multitud, lo que produjo empujones y apretujones en su camino hacia el escenario.

Así, se buscó reponer la imagen del Milei de 2023. La del que le ganó a la casta, porque supo capitalizar y empatizar con el enojo social generalizado contra una dirigencia política que no solo no solucionó los problemas de los últimos 20 años sino que los agravó. No la del que ahora negocia con ella recurriendo al viejo método del toma y daca, como pasó con los “héroes” que avalaron el veto al aumento para los jubilados agasajados con un asado en Olivos y como pasa ahora con los gordos de la CGT.

La estrategia de construcción política de La Libertad Avanza es la campaña permanente para garantizarse un piso de acompañamiento social que compense una débil representación institucional, cuyo crecimiento es el próximo objetivo. En ese marco, podría decirse que el acto de Parque Lezama fue el lanzamiento del plan proselitista para las elecciones legislativas de 2025. Hubo un gesto claro en este último sentido: que antes de Javier Milei hablara su hermana Karina, el Jefe. El hecho inédito, ya que nunca antes había pronunciado un discurso en un acto político, la puso en la pole position para ser candidata en la ciudad de Buenos Aires el año que viene. 

Sin el carisma de su hermano, Karina leyó con voz ronca y sorprendió con un mensaje destinado a movilizar a la militancia para el objetivo de "llenar el Congreso" de libertarios: “No van contra Javier, van contra todos nosotros”. La frase trajo el recuerdo de cuando Cristina Kirchner advirtió ante los embates judiciales en su contra: “No vienen por mí, vienen por los salarios y los derechos de los trabajadores”.

Te amo, te odio, dame más

Ya como presidente y no como candidato, Milei manifiesta una dualidad: por un lado se muestra revanchista con quienes se enfrentó en su camino al poder; por el otro abre los brazos para recibir "a todos aquellos que quieran abrazar las ideas de la libertad". Desde ahí, señala a los enemigos a los cuales odiar, y a los “héroes” y "colosos" a los cuales amar, incluidos los conversos. 

Entre los primeros, Cristina y el kirchnerismo son los favoritos, pero no los únicos. De hecho, fue a los periodistas a los que más atacó el presidente, incentivando incluso a la concurrencia a que los insultara. “Periodistas corruptos, ensobrados, acá tienen los trolls. Escuchen periodistas ensobrados, esto es lo que siente la gente por ustedes”, agitó, mientras la multitud gritaba: “Hijos de puta, hijos de puta”.

Entre los segundos, están los integrantes de su gobierno, al que en varios tramos definió como “el mejor de la Historia” y al que deslindó de toda responsabilidad en el enorme aumento de la pobreza del último año. 

Milei tiene una autoestima a prueba de balas. Todo lo bueno es por él. Todo lo malo por lo que hicieron esos enemigos a los que no queda más que defenestrar. Y el desgaste de su figura, los bolsones de disconformidad, la antipatía que generan imágenes como las del festejo del veto al aumento de los jubilados o su salida al balcón con Susana Giménez mientras el Indec difundía los índices de pobreza e indigencia, un invento de los encuestadores que ahora también pasaron al bando de los malos.

“A este proyecto lo bancan 14 millones y medio de argentinos”, gritó Milei, en un intento por transmitir que aún cuenta con el respaldo absoluto del 56 por ciento que lo votó en el balotaje contra Sergio Massa. A pesar del ajuste, de la recesión sin freno, de la perdida de poder adquisitivo y puestos de empleo. 

Pero si bien su afirmación es voluntarista, hay algo muy cierto que también marcan las encuestas: el nivel de respaldo al presidente sigue siendo alto y la identidad política libertaria es la única que crece, mientras el resto -la macrista, la radical, la kirchnerista, la socialista- se desgrana.

Es eso, finalmente, lo que le da a Milei una centralidad excluyente en medio de un caos que incentiva y le queda cómodo. El León ruge entre los liderazgos frágiles y las lealtades movedizas de la casta derrotada. En ese escenario de fragmentación, entiende que fogonear el odio, minar la credibilidad de todo aquello que no sea adhesión a su proyecto, es su mejor negocio político.

La temporada de insultos recién empieza.