No fue ni el propio presidente ni los integrantes de su círculo más o menos íntimo los que salvaron a Javier Milei de tener que volver a recurrir al verso del “principio de revelación” para tapar una nueva derrota de su gobierno. Si la ley Bases, aun con poda legislativa al proyecto, pasó al fin el filtro del Senado fue por obra y gracia de alguien a la que el primer mandatario recela, la vicepresidenta Victoria Villarruel, y alguien a quien detesta, Martín Lousteau, titular de un radicalismo aturdido por sus propias contradicciones.
La primera, que otra vez demostró que aunque la ataquen los trolls no piensa sacar los pies del plato libertario, porque condujo con eficacia una sesión en muchos aspectos bochornosa y luego aportó el voto que desempató a favor del oficialismo. Así, ganó una centralidad que le reconoció el propio presidente al celebrar la sanción legislativa posteando en redes sociales una imagen que los muestra juntos. El segundo porque si bien votó en contra y aportó un dictamen de minoría con el que quiso modificar parte del articulado en alianza con el perdidoso kirchnerismo, se sentó en su banca y dio el quórum que permitió el tratamiento legislativo del proyecto.
Todo en medio de un escándalo adentro del Congreso, con peleas, chicanas y sospechas de votos comprados, y episodios de extrema violencia afuera: en los alrededores del Congreso hubo fuertes enfrentamientos entre manifestantes que protestaban contra la ley y fuerzas de seguridad que, por orden del gobierno, los reprimieron con absoluta fiereza. En ese marco, se produjeron acciones deleznables, como el incendio intencional del auto de un periodista.
El combo, con postales que remitían a épocas oscuras de la historia, puso en evidencia la debilidad con la que llegó el gobierno y el estrés al que somete al sistema democrático el plan de ajuste y disolución del Estado. Aun con eso, Milei se fue en la madrugada a Europa para participar de un encentro con los principales mandatarios del mundo en condiciones de transmitir que pese a la clara minoría que tiene en el Congreso, la Argentina es gobernable bajo su mandato y sus dogmas.
Eso explica que esta vez el León se haya medido para no patear el tablero y aceptara manso, por más que simuló rugir contra la casta y denunció ser víctima de un golpe de Estado, que los legisladores le estrecharan algunos límites en temas como la moratoria jubilatoria y las privatizaciones.
No solo eso: sus negociadores, con el jefe de Gabinete Guillermo Francos a la cabeza, tuvieron que ceder ante pedidos de gobernadores a los que el presidente había prometido fundir y recurrieron a los peores métodos de la tan odiada casta. Por ejemplo, el pago con una embajada que garantiza vida de lujo en París, la de la Unesco, por el voto de una senadora que días atrás aparecía entre los opositores.
El baño de realismo político dejó el purismo solo en lo discursivo. Como sea, es un avance importante para un gobierno que desde hace semanas encadena crisis tras crisis, y un presidente que parece vivir en una película en la que él es el referente máximo de las ideas de la libertad en el mundo, sus ministros son los mejores de la historia, y su gestión se bate contra el comunismo como si fuera Rocky contra Iván Drago y el muro de Berlín no hubiera caído.
Como Rocky, Milei siempre gana. De hecho, en el gobierno consideraban que las escenas de violencia en la calle y la decisión de reprimir sin concesiones las manifestaciones no hacen más que consolidar el respaldo de quienes lo votaron en el balotaje contra Sergio Massa.
En un punto no les falta razón: ese electorado efectivamente le dio al presidente el mandato de sostener el orden en las calles. Exagerar calificando la situación como intento de golpe de Estado busca sumarle el justificativo de la defensa de la democracia a la dureza con la que actuaron las fuerzas de seguridad.
Las tremendas imágenes de violencia en las calles, de todos modos, pueden conspirar contra un objetivo que el artefacto legal con el que ahora contará el gobierno persigue: transmitir un clima favorable para el ingreso de inversiones que muevan una economía a la que el ajuste sin contemplaciones aplicado en los seis primeros meses de gestión sumió en una recesión profunda y compleja de revertir.
Lo cierto es que el gran influencer de la derecha mundial, que alecciona a líderes y mira desde arriba a opositores "liliputienses", tendrá la ley Bases. No es poco. Ni por el instrumento legal para llevar adelante muchas de las reformas que se propone -con herramientas clave como el RIGI, el blanqueo, la reforma laboral y las privatizaciones- ni por el costo que tenía, por ejemplo en materia de estabilidad de los mercados y marco para llegar a nuevos acuerdos con organismos de crédito internacional, el empantanamiento legislativo que ponía la gobernabilidad en duda.
Pero tampoco es lo que el gobierno imaginaba en un principio: la ley que ingresó en enero con casi 700 artículos sale en junio con poco más de 200 y algunas limitaciones en el desguace del Estado para el topo que sueña con destruirlo desde adentro.
La película sigue: al cierre de esta nota faltaba el tratamiento en particular y la palabra final la tendrá la Cámara de Diputados, que debe ratificar o rechazar los cambios introducidos por el Senado. Como sea, la ley produce cambios rotundos en las reglas económicas de consecuencias aún imprevisibles en el marco del experimento anarcocapitalista que pretende llevar adelante un presidente ultra e inexperto.
Mientras tanto, ahora el “principio de revelación”, como pasó con el escándalo por los alimentos retenidos y los vidriosos contratos en el MInisterio de Capital Humano, quedará en otro lado: el de los ajustados, el de los que día a día pierden su trabajo en nombre de un discurso anticasta que a medida que la gestión avanza pierde sustento real. Acaso eso solo sea el consuelo de los derrotados.