¿Es una extorsión más de las que a diario sufren comerciantes de distintos rubros de la ciudad? ¿Buscan los jefes de las bandas del delito organizado generar un nuevo hecho de conmoción pública en una suerte de ola de terrorismo urbano que tampoco es nueva y que tiene como fin obtener visibilidad y generar caos? ¿Tiene que ver con el inicio de la campaña electoral y por eso el mensaje mafioso incluye al intendente? ¿Fue la barra de un equipo de la ciudad ante los rumores de que Messi analiza venir a jugar al otro? ¿Fue la barra del mismo equipo en el que Messi se formó y en el que varias veces dijo que quería terminar su carrera porque queda afuera de algún negocio o porque la llegada del mejor jugador del mundo podría complicar los que ya tiene? ¿Fue la policía, una fuerza que debería cuidarnos pero que tiene integrantes que operan para los extorsionadores, los narcos y los barras, al punto de que ayer mismo detuvieron a una agente que le pasaba información a una banda responsable de casi un cuarto de los crímenes de 2022 en Rosario y a su hijo gatillero? ¿Fueron lúmpenes trasnochados que se montan sobre la ola de violencia que sacude a la ciudad y buscan sacar algún tipo de provecho de una situación desbocada?
Que luego del ataque al supermercado de la familia de Antonela Roccuzzo todas estas preguntas tengan lugar es porque en Rosario la violencia no es ya un fenómeno: se ha transformado en una cultura, donde la lógica de las balas y la extorsión atraviesa todos los ámbitos, sin que las políticas de prevención y combate del delito tengan efecto positivo alguno.
Lo increíble se volvió verosímil. Lo terrible está naturalizado. La impotencia de las autoridades para resolver un drama que ya lleva demasiado tiempo, que todos los días corre un límite, se convierte en resignación en la ciudadanía. Mientras tanto, la calidad de vida se deteriora, el miedo se expande, el futuro se achica.
La balacera al supermercado de la familia política de Messi es, al fin de cuentas, una más. Solo que por la notoriedad pública de las víctimas tiene una repercusión que trasciende toda frontera. Pero no es sorpresa en una ciudad donde atentan contra casas, negocios de todo tipo, tribunales, organismos oficiales, medios de comunicación. Donde un chico fue secuestrado al azar cuando volvía a su casa, asesinado y cuyo cuerpo fue arrojado justamente en la puerta del club que sueña con repatriar a Leo como mensaje mafioso de una banda narco a otra.
Son todas cosas que parecían inimaginables hace no demasiado tiempo, pero que ahora son parte del loop informativo cotidiano, de la verdadera cadena del espanto que vivimos y que ha roto toda capacidad de asombro.
Rosario es una ciudad desprotegida, abandonada a su suerte. Aquí todo puede pasar por una simple razón: después, no pasa nada.