El 2022 enfila hacia 2023 a velocidad crucero y a bordo de un calendario atípico, que se extinguirá en modo Mundial de Fútbol entre noviembre y diciembre y de ahí directo a las fiestas de fin de año. Con esos aprestos en puerta, la política argentina pareciera haber entendido que a ninguno le conviene que el país despiste en el tramo final hacia el recambio presidencial.
Esa coincidencia no escrita indica que la política disputará todo lo que haya por disputar, que es mucho, pero intentará hacerlo sin que eso se lleve puesta la economía y menos que haya un hiato institucional.
Las señales en ese sentido son la aprobación del Presupuesto 2023 en la Cámara de Diputados, lo que garantiza su sanción en el Senado a corto plazo. Argentina tendrá un presupuesto en el último año de gestión de Alberto Fernández. La oposición se guardó la ferocidad que mostró en diciembre del año pasado para rechazar el proyecto de este año; y el oficialismo fue receptivo para incorporar suficientes planteos opositores como para garantizar la aprobación.
Por otra parte, el globo de ensayo que soltó el cristinismo para eliminar las elecciones Paso, y que encontró resistencias irreductibles tanto en la oposición como en la Casa Rosada y sus aliados, parece mutar a un plan para atrasarlas lo más posible en el calendario electoral, a pesar del proyecto que diputados aliados al oficialismo presentaron en ese sentido.
Uno de los aspectos que se le critican al sistema de las Paso es que la primaria en determinadas situaciones instala un escenario de ganadores y perdedores que repercute en la economía, los mercados, las expectativas y en el ejercicio mismo del poder. Eso fue lo que pasó en 2019, por ese motivo los primeros guiños positivos tanto desde el oficialismo como desde la principal bancada opositora.
Repasemos. Ese año las Paso se hicieron el 11 de agosto y consagraron por 47 a 31% el triunfo opositor de la fórmula Fernández-Fernández. Al día siguiente el mercado devaluó abruptamente, se produjo una estampida del riesgo país y la Bolsa y los títulos públicos se hundieron. El tránsito hasta las elecciones generales del 27 de octubre, con el resultado puesto, resultó eterno. Un interregno de dos meses y medio perdidos, con un gobierno golpeado y de salida, sin capacidad de maniobrar en semejante crisis, y una oposición que se sentía ganadora pero todavía no había ganado.
Para evitar que se repita ese escenario en el laboratorio de La Cámpora pusieron en pausa la idea de eliminar las Paso (no la abandonan, por eso el proyecto presentado esta semana) y echaron a rodar la posibilidad de llevarlas lo más cerca posible de las generales. Sería cuatro domingos antes.
La gestión de Sergio Massa como ministro de Economía es otra cuestión que oficialismo y opositores parecen proteger. Hay críticas y chicanas, por supuesto, pero un ministro de Economía con poder político para la Argentina de estos días, la de la inflación del 100%, situación social en deterioro, es un hecho para considerar. Massa hoy es funcional a todos los que están mirando cómo se llega a diciembre de 2023. Al oficialismo le proporcionó una base de estabilidad y autoridad que antes del 3 de agosto no tenía; a los gobernadores peronistas les preocupaba que estabilizara el barco, escuchara sus pretensiones y les abriera una mesa de negociación, requisitos que viene cumpliendo; y a la oposición la ilusiona con que podrá llegar al poder sin que la economía esté incendiada, y de yapa, quizás, hasta inicie el proceso de ordenamiento de cuentas en el sentido que lo pretende Juntos por el Cambio.
Elementos fuera de órbita
Sin embargo todo ese escenario también está atravesado por variables que pueden desestabilizarlo. La economía, y en particular el proceso inflacionario, es una de las principales. Las otras son políticas y refieren directamente al desorden en el que se desenvuelve la vida interna de las dos grandes coaliciones electorales de Argentina.
La argamasa de Juntos por el Cambio son la expectativa de poder, el antikirchnerismo y poco más. Por fuera de eso, ahora que los candidatos empiezan a moverse, las diferencias son expuestas. Por un lado Macri y Bullrich preanuncian políticas de shock masivas, confrontación con las organizaciones de trabajadores, privatizaciones, reformas laborales, baja de impuestos a los sectores de poder adquisitivo y hasta intervención de fuerzas armadas en cuestiones de seguridad interior.
Pero Macri, Bullrich, los diputados Luciano Laspina y Federico Angelini, por decir dos santafesinos, no dicen lo mismo que Facundo Manes, Gerardo Morales, Horacio Rodríguez Larreta y Martín Losteau. Ni siquiera podría decirse que hablan de lo mismo Lousteau, Martín Tetaz y otro santafesino, Gabriel Chumpitaz, que comparten el espacio Evolución.
Es que JxC corre serio riesgo, en caso de ganar las presidenciales del año que viene, de enfrentar dificultades similares a las del Frente de Todos en cuanto al empate interno por la disputa del rumbo.
Guste o no, el sistema político argentino inclina la balanza cada vez más por coaliciones organizadas en torno al acceso a espacios de poder y cada vez menos por afinidades en el rumbo a seguir. Sobre el oficialismo huelgan los ejemplos de cómo se superpusieron la disputa de poder interno y las visiones encontradas sobre el camino a tomar. En el caso de Juntos por el Cambio lo que se viene viendo y escuchando es una conversación interna que no sintetiza un plan unívoco. El primero que notó eso fue Mauricio Macri, por eso pone tanto énfasis en ponerle el copyright al cambio.
En el período 2015-2019 resultó abrumadora la hegemonía interna del macrismo por encima de la UCR, pero en esta oportunidad y con la experiencia acumulada el desenvolvimiento en el poder podría estar más controvertido.
Por el lado del Frente de Todos, es notable la inercia de distanciamiento a medida que se dan los aprestos del año electoral entre el cristinismo de un lado y del otro a los leales del presidente, el Movimiento Evita y la CGT. Este segundo bloque, el más identificado con la gestión presidencial, hasta aquí resistió con éxito la eliminación de las Paso que en provincia de Buenos Aires los hubiera entregado a manos de La Cámpora.
El entrevero verbal sobre si es raro o no que el presidente Albert Fernández compita en unas Paso y la devolución camporista sobre que la gente ya le dijo que no a la reelección, son parte de una disputa en el que la Casa Rosada y sus leales le está diciendo al cristinismo que no está dispuesto a dar por perdido nada de antemano. Después de todo, tienen el gobierno nacional, estructura, gestión, cajas, llegada mediática. Si hoy las encuestas auguran triunfo de la oposición, los incesantes cortocircuitos dentro del Frente de Todos deben leerse como la disputa por cuotas de poder de una futura oposición.
La incógnita de la política argentina es si esas dos coaliciones electorales finalmente succionarán el grueso del electorado o si Javier Milei se consolida como tercer jugador. En algunas encuestas que se hicieron en Rosario en las últimas semanas aparece con pisos de 16% de intención de voto, por tanto es un vector a no perder de vista ya que con un porcentaje de esa magnitud puede resultar decisivo, ya sea en segunda vuelta o balotaje.
El congelamiento de la eliminación de las Paso no es una buena noticia para el cordobés Juan Schiaretti, que deambula por la política nacional en busca de que los planetas se alineen y le abran una oportunidad. El gobernador ya se había subido a la ambulancia para recoger a los heridos de distintos frentes que no hubieran podido competir si eliminan las primarias.
En Córdoba el schiarettismo agita de forma incansable la carrera presidencial de su jefe político. La movida tiene sentido porque el Gringo no tiene reelección y es una forma de mantener la expectativa y la manija del peronismo mediterráneo. De ahí a que pueda meter un bocadillo a nivel nacional y aglutinar en torno a una candidatura suya es otro cantar. Todos sus gestos apuntan a conformar una opción electoral nutrida del ramaje de los dos grandes partidos populares del país. Pero la única forma de conseguir un flujo de radicales y peronistas que le den volumen y presentarse, es que una o las dos grandes coaliciones se rompa. Y esa es una historia con final abierto.