La imposición de un modelo maternal atraviesa la condición femenina. La valorización de la madre omnipresente, responsable, severa aunque tierna, pero sobre todo, abnegada y sacrificada, es metida a presión en las mentes, con mayor fuerza en las psiquis de las niñas.
Los discursos sobre el parto que desgarra, las tetas inflamadas de los primeros amamantamientos, las noches sin dormir, las corridas acá y allá, los sinsabores y disgustos que dan los pibes, las tareas de la escuela, los chats de "mapadres", o la plata que no alcanza para tantos cumpleañitos ni para la cerveza del fin de semana –la lista es interminable si se pone empeño y muy variada de acuerdo a la edad de hijos e hijas–conforman y consolidan un modelo materno casi heroico, ese en que la madre debe poder con todo.
Las redes sociales se nutren de comentarios (quejas) de madres luchonas, que despotrican contra las maestras, los ex, los aumentos de precios de útiles y cuotas escolares. Maternar puede ser una carrera a contrareloj con un destino incierto. Mientras tanto, los platos se acumulan sucios en la cocina, junto con la carrera tan postergada como el propio cuerpo. Entonces, habrá que dedicarse, esforzarse un poquito más, dejar las harinas y el cigarrillo. Ponerse a estudiar de noche. Todo esto con una enorme sonrisa cargada de amor a los hijos y a la cámara del celular, para que, aunque tortuoso, al menos se vea lindo y relajado.
La contracara de esta forma maternal todopoderosa es la madre dejada y despreocupada. Esa que no conoce los pormenores de la vida escolar y deportiva de los hijos, la que se confunde los nombres de los amiguitos, la que es capaz de dejar a su hijo en una fiesta de cumpleaños de un nene desconocido. Ese tipo de mamá está vinculado con el desamor, la desatención y el descuido. Los pibes irán por la vida con pantalones descosidos y medias rotas, y por supuesto, con la autoestima desgarrada, hecha jirones.
Así, ambos prototipos se contraponen, cada cual con sus características que parecen inamovibles. Si se es madre heroína habrá que sacrificarse, y si no hay tal entrega, la sombra de la madre descorazonada siempre estará al acecho.
Blondi, la madre construida por una primeriza Dolores Fonzi en la dirección de películas, pero de profunda trayectoria actoral, viene a unir esos dos mundos, a reconciliarlos. La mamá que interpreta es una mujer de mediana edad que ha tenido a su único hijo a los 15 años. Crecieron juntos y a la par. La historia, que este lunes fue presentada en un avant premiere donde estaba la creadora, muestra un vínculo diferente entre una mamá y su hijo: van juntos a todos lados, se divierten, fuman marihuana, charlan y se ríen.
Mirko (el hijo) la llama “Blondi” la mayoría de las veces, como un detalle demostrativo de este lazo peculiar, donde hay muy poco de reto, preservación o consejo maternal. Los roles de madre-hijo se intercambian todo el tiempo. Aunque mantiene al muchacho, Blondi es madre con el cariño, los besos y los abrazos. Esa corriente amorosa fluye natural desde esta mamá que tiene olvidos y desinterés por tantas cosas, pero que configura un verdadero sostén para el joven.
Blondi es una mamá diferente. Lejos de los mandatos y los sacrificios, su maternidad se despliega solo desde el amor, y aunque se rebela ante el cansancio y la abulia de su propia vida adulta, no hay indicios de sacrificio ni de renunciamiento por haber sido madre. Su hijo es su existencia y no despliega conflictos con esa condición. No hay gesta, no hay ofrendas.
Sí, madre hay una sola, entre miles de millones. Todas distintas y reales. Las madres posibles.