Martín Caparrós elige el tono de crónica para plantear en su última novela, Sinfín, las paradojas de una sociedad hipertecnologizada en la que la muerte ya no existe, las religiones han perdido terreno y se siguen reproduciendo las desigualdades sociales de la actualidad.
La nueva ficción del autor de A quien corresponda, Larga distancia y El hambre desanda un futuro no demasiado lejano donde la realidad tangible pasa a ser el territorio excluyente de los pobres, mientras las clases más adineradas se trasladan al mundo virtual para transitar existencias diseñadas por catálogo.
En el libro publicado este marzo por Literatura Random House, la noexistencia de la muerte parece un gran logro de la civilización, aunque la condición de la vida eterna sea la soledad y las corporaciones sigan ejerciendo despóticamente el control del universo.
En diálogo con la agencia Télam, Caparrós contó que Sinfín comenzó como una crónica impostada que buscaba burlarse un de los estereotipos de la crónica y de su posicionamiento dentro del género.
"Me quería reir un poco de mí mismo pero también de esa cosa de entrar a un lugar pobre o marginal y describirlo, algo que he hecho muchas veces en muchas crónicas", indicó. "Después me fue cautivando cada vez ese mundo que estaba tratando de inventar. Es mucho más libre por un lado pero también más exigente, porque no hay una realidad disponible que esté ahí para que la cuentes. Hay que inventar todo".
Al ser consultado sobre cómo encalla la novela en tiempos en que las sociedades ya no están regidas por la idea de progreso, Caparrós sostuvo que “vivimos en una sociedad que no ha conseguido armarse una idea de futuro que le interese. O mejor dicho, que viene de un proyecto de futuro que acaba de derrumbarse. Ahora, la siguiente tardará acaso décadas en construirse. Por eso, hoy vemos al futuro como amenaza y no como promesa”.
Y continuó: “Hoy tenemos miedo de la amenaza ecológica, de la amenaza poblacional, de la amenaza política...Tenemos muchas amenazas dando vueltas y parece que siempre necesitamos de algún apocalipsis. Ahora tenemos el del cambio climático pero como es de muy largo plazo hemos conseguido el coronavirus. Por eso, efectivamente, muchas de las ficciones que se arman sobre el futuro son bastante oscuras. No creo que Sinfin sea tan funesta. Me parece que un triunfo en esta larguísima batalla del hombre contra la muerte no es poco. Tiene un costo pero, en todo caso, encerrarse en una especie de vida virtual agradable y entretenida es menor que el de simplemente morirse. El gran futuro distópico es, justamente, morirse”.
Para el escritor, la novela futurista “es hoy una forma deformada del realismo, una manera de mirar la realidad y contar algo un poco distinto de esa realidad para entenderla”.
Sinfín transcurre alrededor de 2070 y en el marco de esa formulación futurista irrumpe el pueblito de Darwin, donde sus habitantes viven de la caza y mueren prematuramente por infecciones.
“Podría haber hecho una novela sobre el futuro en 1930 y plantear que en el 2020 las personas iban a andar en aviones supersónicos y se iban a comunicar de continente a continente con sólo tocar una tecla –contó Caparrós–. Esa hubiera sido una descripción más o menos apropiada de lo que le está pasando hoy... a cuántas personas? Dos mil millones de millones? Pero después hay otros cuatro mil millones que viven de una manera radicalmente distinta. Por eso quise integrar en la novela a aquellos a quienes los cambios tećnicos les sirven para muy poco”.
Para el escritor, la novela plantea en interrogante de “cómo puede ser que haya vida después de la muerte y no les llegue a todos”,
“Me gustó imaginar una novela donde la técnica ocupa el lugar de las religiones y ofrece sustituir todo aquello que hemos perdido para obtener un mínimo refugio frente a la muerte”, cerró Caparrós.