Pablo Vierci es el autor de La sociedad de la nieve (Planeta), el libro de 2008 que inspiró la película más vista de Netflix y que relata cómo 16 jóvenes amigos sobrevivieron a lo imposible, más de dos meses en el frío extremo, sin comida ni abrigo, al estrellarse en la Cordillera de los Andes el avión que los llevaba de Uruguay a Chile en octubre de 1972.
La suya es una historia mucho más personal y cercana que la del libro sobre el que se basó Viven, el film norteamericano de los 90 y que escribió el inglés Piers Paul Read. Vierci era amigo desde la infancia de algunos de los sobrevivientes; de hecho se sentaba cerca de Nando Parrado en el colegio Stella Maris de los Christians Brothers. Siempre le gustó escribir, tanto que la letra del himno de la escuela de esa época la hizo él y luego el propio Nando le pidió que lo ayudara a poner su historia en palabras poco después de haber sido rescatado.
Sin embargo, no fue hasta 2008 que la versión de Vierci salió a la luz. Escribir La sociedad de la nieve y luego participar de la película como productor asociado fue como terminar de cerrar una deuda que tenía con sus otros amigos, los otros, los que no volvieron de Los Andes.
En 2012, a 30 años del accidente, publicó "Nosotros, los otros", un ensayo sobre los 29 que no sobrevivieron al impacto y al frío y con La sociedad de la nieve, terminó de darles voz. En contacto con el programa Podría ser peor (Radio 2) aseguró que fue catártico, parte de su propio duelo, y se mostró conmovido por el arte del director Juan Antonio Bayona que logró darle el tono uruguayo a esos 72 días de resistencia y amistad.
–¿Cómo nace la idea del libro y cuál crees que es la gran diferencia con otras publicaciones sobre el tema?
–Siento que cualquier persona en mi situación haría lo mismo que yo. Soy coetáneo de ellos, compañeros de la infancia y la adolescencia. Nos moldeamos juntos, fuimos al colegio toda la primaria, toda la secundaria y toda la juventud la pasé con ellos: con los vivos y con los muertos. Y a la vez me gustaba escribir. Uno escribe... yo al menos escribo sobre cosas que no logro entender. Escribir es encontrar explicaciones siempre parciales, siempre superadoras que van cambiando con el tiempo, de situaciones que yo no logro entender, entonces esa es la raíz, la matriz.
Nando me pidió que lo ayudara a escribir su libro en enero del 73, ni bien llegó. Intenté abordarlo de diferentes ángulos, particularmente de lo periodístico. En 2012, a los 30 años escribí un pequeño ensayo para El País que me dio mucha paz, se titulaba “Nosotros, los otros”. Era desde el punto de vista de los muertos.
La diferencia (de La sociedad de la nieve con otras publicaciones) es la cercanía. Yo soy de la cercanía. Yo soy del mundo de ellos, nos moldeamos juntos. Viven, que es una gran crónica, está escrita desde afuera, inmediatamente después de que llegaron, pero desde afuera. Es un autor inglés.
Mi ventaja y también es una desventaja, es la cercanía, es poder leer entre líneas, poder ayudarlos (a los sobrevivientes) a completar un pensamiento, una emoción.
Y la diferencia con el libro de Carlitos (Páez, Después del día 10, de 2003) y el de Nando (Parrado, Milagro en los Andes, de 2006) es que yo no estaba en el avión. Ellos lo cuentan desde adentro, yo lo cuento como si fuera mirando por la ventanilla del avión.
–¿Tragedia o milagro?
–Para mi fue un accidente; o sea no aplico ni una ni la otra, ni tragedia ni milagro. Y si fuera a elegir una, es un accidente trágico. Es un accidente cruento, o sea mueren 29 personas, veinteañeros mayoritariamente, mis compañeros. Entonces para mí es un accidente donde se generó, como dice Roberto Canessa, una suerte de laboratorio de comportamiento humano y donde ellos muestran en esa juventud rebelde, disruptiva, con coraje, muestran una sociedad. Muestran que el hombre cuando está acorralado en el peor lugar imaginable lo que surge no es la maldad ni el egoísmo, ni “el hombre como lobo del hombre”, como decía Thomas Hobbes, sino que lo que surge es lo contrario, es una sociedad; la ternura, la misericordia y la compasión.
Creo que es una historia inspiradora, es una suerte de carrera de postas que comienza en el 72, en el accidente, que nos muestra esa sociedad completamente contraria a la ficción apocalíptica, una sociedad pautada por la generosidad particularmente, pero luego continúa en libros, películas, documentales, entrevistas que van iluminando aspectos nuevos y creo que lo que lo nuevo que generamos ahora con esta película es que existen 16 vivos porque hay 29 muertos. O sea, hay vida porque hay muertos. Ha pasado el tiempo y los muertos tienen voz y se conocen las diferentes formas del heroísmo.
Leí un artículo que decía que justo en el momento en que los superhéroes entran en cierta decadencia, surge La sociedad de la nieve mostrando diferentes tipos de heroísmo, como por ejemplo el caso de los chicos que dieron todo, que hicieron una entrega total incluso de sus vidas, pero no llegaban a la orilla y como no llegan a la orilla es como la tumba del soldado desconocido. Independientemente del heroísmo clásico, épico que es el los expedicionarios como Nando y Canessa que llegan a la orilla después de diez días de una expedición imposible.
–¿Qué fue lo que más te costó escribir?
–Lo que más me costó no es la historia de 16, sino la historia de los 45. Tenía que estar en un estado emocional tal donde estuvieran presentes mis amigos que no estaban, que no están acá, los que se murieron en esa edad donde todos somos inmortales. Yo tenía 22 años y era el promedio, pero había más chicos, había de 19 años y había más grandes. Acá están todos. Entonces, lo más difícil era escribir en un estado emocional que abarcara a todos y eso implica como estar en un plano de conciencia diferente, donde la vida y la muerte en cierto modo se confunden. Para eso tienes que entrar en una especie de trance donde en rigor la vida y la muerte estén confundidas.
–¿Qué buscabas al darle voz a “los otros”, los muertos?
–Todos nos preocupamos por los 29 que no volvieron, todos, absolutamente todos, no solo los sobrevivientes, sino que imagínate Nando Parrado perdió a la mamá y a la hermana. Creo que la diferencia estriba en que la proeza de los 16 que volvieron fue tan grande que en cierto modo opacó o dejó en la sombra a los 29 que no volvieron y creo que eso fue natural. Imagínate que se hablara de tu hijo muerto en esa circunstancia tan trágica, era un dolor añadido. El paso del tiempo permite hacer el duelo; un duelo que en este caso es un duelo muy diferente al clásico de las situaciones traumáticas porque fueron muchos días y la sociedad además los aceptó.
Por ese motivo es que yo escribí ese pequeño ensayo en el diario El País a los 30 años “Nosotros, los otros”, desde el punto de vista de los muertos porque yo los tenía en mis recuerdos, los tenía en mis sueños. Yo siempre digo que yo soñaba con los chicos, con mis amigos que morían y cuando al principio decía que uno escribe sobre cosas que uno no entiende, cuando uno lo pone en papel es como que tiene un efecto un poco catártico. Me sentí en paz con ellos y ese compromiso que tenía con ellos, lo cumplí en parte.
–¿Cuál es la escena de la película que más te gustó?
–Yo soy productor asociado, o sea, que la película la acompañé en todo el proceso de creación, del guión, del rodaje. Fue durísimo, se sufrió mucho. Estábamos rodando en la montaña Sierra Nevada (España) en plena pandemia. Los chicos, los actores, estaban sin comer porque fue cronológico como se rodó.
Pero siempre hay un momento del final del día que yo veía las imágenes de lo rodado y veía que estábamos llegando a algo artístico en el sentido que el arte retrata no lo que uno ve, sino lo que no se ve.
Si voy a elegir un momento, a mí me parece fascinante ese momento cuando suben a la parte alta (Nando y Canessa) y en vez de encontrarse con los valles verdes de Chile, se encuentran con el infinito de montañas, están en el borde de Argentina y Chile ahí y Nando dice “¿Ves allá al fondo, en el horizonte?”. Y en verdad lo que se ve es un infinito de montañas. Y Roberto Canessa no mira lo que Nando le muestra, sino que se lo queda mirando a él porque lo que está adivinando es la fortaleza de ese hombre, de ese chiquilín que tenía 23 años, la fortaleza de ese Titán y piensa que tal vez detrás de ese Titán, en esa cosa media sobrehumana, tal vez logren llegar a orilla. Esa es una escena que siempre me emociona.