El 19 de marzo de 1983, enfundado en su blue jean con terminación oxford que casi tapan las zapatillas Topper rojas, Alejandro termina de lavarse la cara y le dice a Nora que se apure, que son muchas las personas que van a tocar en el estadio de Ñewell's y que no se quiere perder a nadie. Parece que es verdad y no una joda del destino.
Finalmente llegó el día en el que van a estar todos juntos. Alejandro se cortó un poco la barba, y el pelo largo enmarañado no se lo toca. Anda dando vueltas un mito que dice que si se lo corta no le vuelve a crecer. Nora estrena su jardinero comprado en Performance, el local de la galería Cassini. No es la primera vez que van a ver a sus artistas favoritos. Al contrario, los siguieron desde los comienzos por todo el -minúsculo- circuito cultural rosarino.
Estuvieron en muchas de las presentaciones en el Teatro Lavardén. Fueron a ver a Boulevard cuando tocó en Club Naútico y a Ethel Koffman la vieron en un festival en la Facultad de Ingeniería. Y también estuvieron en varios ensayos abiertos. Allí, en esos lugares y en las tertulias de bares, era donde la comida se cocinaba.
Serios y abrigados
En Rosario, durante marzo de aquel año, hacía un poco de frío. Por eso es que en la foto que reúne a la mayoría de los artistas que iban a tocar en el festival denominado Rock Rosario 83 se los observa abrigados. Y serios. Ninguna de las personas que allí se ven recuerda hoy, 37 años después, por qué estaban tan serios en la foto. De hecho, cuando Alejandro Lamas, el fotógrafo que registró el momento, publicó la imagen en Facebook después tantísimo tiempo, aproximadamente durante un mes esas mismas personas se
estuvieron riendo de la situación.
Rock Rosario 83 fue un momento clave en la historia de la música de Rosario. Fundacional. Pasar del Café de las Artes de calle Chacabuco a un espacio como el gimnasio cubierto de Newell's tenía una dimensión insoslayable. Esto realmente era distinto. En lugar de las habituales cincuenta o cien personas, había siete mil. Nunca antes en la historia de la música local estos artistas habían tenido la oportunidad de tocar para tanto público a la vez. Podría decirse que Juan Carlos Baglietto sí, porque con "Tiempos Difíciles" y "Actuar para vivir", los discos que editó en 1982, ya tenía un espacio ganado en la capital del país y había participado de grandes eventos. Litto Nebbia, el padre del rock nacional que volvía del exilio en México, por supuesto que también. Pero para el resto, era la primera comunión masiva.
Del lado del público, ser testigos de lo que iba a ocurrir, era formar parte de la historia. Las entradas se sacaban en la disquería Ruido Joven (Córdoba 1208) y todo el ambiente hablaba del concierto. Que consiguió, justamente, que esa música que se venía incubando en pequeños lugares, casi ocultos porque la dictadura era la dictadura, trascendiera ese ambiente para convertirse, y convertir a Rosario, en un polo creativo fundamental de la cultura de los primeros año de la democracia que estaba por llegar.
Sin grabadores
Antes de salir, Alejandro y Nora dejan el grabador en la mesita de luz porque el boleto
decía claramente que no se permitirá el ingreso con esos aparatos, en aquella época indisimulables por su tamaño. "Tal vez este momento bisagra tenga eso también", piensan sin decir nada concreto. Lo que intuyen es que a partir de ese día todo será más grande. "A lo mejor por eso Sergio no quiso venir", dice Nora. Es probable que sienta una especie de inocente traición a lo genuino por tocar en un lugar grande. Por eso tal vez haya preferido i. ver a Los Jaivas, el grupo chileno que toca esa misma noche en Rosario.
Sergio era el del grabador, él lo llevaba a todos lados. Por eso tiene un cassette de una noche en el Café de la Flor cuando en 1981 el repertorio no era con las canciones de autores rosarinos. Esa noche Baglietto tocó "Para Victoria" y "Malena", de Roque Narvaja; "Vuele bajo", de Facundo Cabral, y "Sueño con serpientes", de Silvio Rodríguez.
El distinto
En aquellos años era fuerte la influencia de la canción de protesta y el focklore latinoamericano de trovadores. Pero más allá de la admiración por otros autores, pisaba fuerte la composición propia. A Juan -así lo llaman sus colegas, sin el segundo nombre ni el apellido- todas las personas involucradas en las artes siempre lo vieron como "el distinto". Entre los recuerdos, siempre surgen alabanzas hacía él. “Hasta cuando tocaba la guitarra en el parque, tenía un magnetismo impresionante”, recuerdan.
Entonces, asistir a Rock Rosario 83 fue ir a decirle gracias a Baglietto por haber abierto la puerta y permitir que el resto de los músicos entrara definitivamente a ese mapa gigante que significa la canción popular argentina. Pero también fue ir a celebrar las letras de Adrián Abonizio y Jorge Fandermole. Disfrutar y convalecerse antes la tumultuosa voz de Silvina Garré. Fue ver a dos vecinos, Miriam Cubelos y Juan Monfrini, que iban a estar ahí arriba de esas tablas gigantes compartiendo espacio con Litto Nebbia, y de paso, había que abrazar al maestro que venía del exilio en México. Fue seguir descubriendo el potencial monstruoso del pibe de los dedos largos y flacos que llamaban Fito y disfrutar de la pintura renacentista que Lalo de los Santos regaló cuando cantó el "Tema de Rosario", durante muchos años un verdadero himno para a ciudad. Fue todo eso, pero todos juntos. El show concretó lo que tenía que pasar. Era una cosa muy permeable lo que se respiraba en las calles de Rosario.
Hacer historia
Fotógrafos, poetas, periodistas, escritoras, deambulantes nocturnos o realizadores audiovisuales vivían siendo parte de la misma generación con los mismos intereses. Y
aunque quienes hacían música en ese momento todavía no tenían el cartel de la Trova Rosarina, de todos modos, estaban haciendo la historia sin saberlo.
El show se anunció a las 19.30. Ni los músicos ni el público estaban acostumbrados
a lo que estaba sucediendo. Era una mezcla de inocencia, con asombro, y ganas de
recibir algo que se hacía en esta ciudad. Los protagonistas recuerdan que las caras de
las personas eran de sorpresa y avidez por recibir. Quienes estuvieron arriba le
pusieron voz a esas caras que estaban abajo. Los músicos expresaron lo que la gente
quería decir y no lo conseguía, en el final de una etapa de opresión y muerte.
Alejandro y Nora ahora ya están adentro del predio. No entra un alfiler. Están
contentos de ver repletas las tribunas y el campo. Tranquilos, además, porque saben
que esta noche no van a terminar en la comisaría. Son muchos, demasiados. No se
van a meter con tantos a la vez. Todavía no pasaron los miedos. Fueron muchos años
de estar sumidos en el terror, arrinconados por sus ideas, señalados por sus estéticas
y perseguidos por su juventud. Pero la dictadura militar está agonizando. Terminó esa
guerra de mierda, y estos milicos asesinos pretenden congraciarse con la juventud
liberando espacios en los medios de comunicación para que pasen rock. Pero la
pibada no se olvida que desaparecieron a parejas, parientes, amigas y vecinos. Justo,
en ese instante, Juan Carlos y Silvina le recuerdan al mar de almas presentes que
hasta no hace mucho se forzaba la máquina, de noche y de día, y el cantante con los
músicos se jugaban la vida.
El sonido no fue bueno. No se escuchó bien. Pero no impidió que de todos modos se
disfrutaran canciones hermosas como "Sobre la cuerda floja" (Fito Paéz) con Baglietto,
"El tempano" de Adrián Abonizio interpretada por Ethel Kofman, o "Vieja rata", que
canta Garré y firma Lalo de los Santos. Con el registro de ese día se editó un disco
doble posterior que de algún modo hace perpetuo el instante y hasta la época. Para
algunos de los artistas presentes fue un hito. Por ejemplo, el grupo Boulevard, liderado por Fabián Gallardo, fue la primera y única vez que apareció en un disco. En total son 15 canciones, pero no fueron incluidas todas las presentaciones del día. La edición original incluye un texto donde aclaran que Juan Monfrini y Miriam Cubelos, junto al grupo Acalanto no quedaron en el registro final porque “en el trabajo posterior de la mezcla nos
encontramos con que el resultado final de la grabación de estos artistas no se
encontraba en el nivel que ellos merecen y decidimos no incluirlo, aun cuando fue
nuestro deseo hacerlo”.
Sin embargo, los artistas revelan que esto no fue así. Por el lado de Monfrini, hoy uno de los sinidistas más importantes de la ciudad, si bien reconoce que en lo personal padeció el concierto más de lo que lo disfrutó porque “el audio era terrible y no se escuchaba nada”, sabe que no fueron incluidos en la placa por cuestiones de contrato entre discográficas. Lo mismo entiende Hector Pichi Debenedictis, que por entonces formaba parte de Acalanto y tenían contrato con CBS, mientras que Rock Rosario 83 fue editado por EMI-Odeón a través de la gestión de su director artístico Jorge Portunato.
Solo un comienzo
Cuando terminó el concierto, la gente se quedó en la calle. Muchos fueron a seguirla a La buena medida. Era solo el comienzo de algo. Sabían que al otro día en El Cairo, en El Savoy y en el Majestic se seguirían traccionando cosas para que esto no se detuviera. A la música que se escuchó en el estado de Newell´s, luego la prensa porteña le prestará más atención y dará cuenta de que detrás de Baglietto vendrán más a ocupar el lugar que se merecen. De hecho, unos meses después el mismo concierto se replicó en el estadio de Obras Sanitarias con lleno total, dos días seguidos.
Mientras tanto, Alejandro, Nora y muchos de los testigos de aquella noche histórica en la que, finalmente, Rosario conoció su propia música, esperaron una semana para ir corriendo al kiosco de revistas a ver qué publicaba la revista Risario, el medio que acompañaba esta movida subterránea que, al fin, encontraba su lugar sobre la tierra.