En Doña Matrix. Voy a matar a mi madre…, Fernando Vilches transita la relación madre-hijo. Sin duda, relación que no escapa al sistema, que, a su vez, es condición para su existencia: un capitalismo católico apostólico romano.
Ahora bien, esta relación que coquetea con los estereotipos logra no caer en ellos en tanto el narrador también protagonista, abre dos preguntas que podrían parafrasear los verbos de Sharon Olds: “Cada madre lleva una mujer colgada al cuello arrastrándola– su propia madre que la agarra y la hunde en la luz que se apaga”.
Si cada mujer lleva una madre que la deja sin aire; qué lleva un varón asediado por el mandato de masculinidad, en qué partes del cuerpo, de sus días y sus noches cuelga esta madre que quita el aire, pero también, hace posible las bocanadas.
Doña Matrix es una invitación a revisitar la idea de Matrix de la que de tanto ser parte, ya se nos ha olvidado. Sin embargo y paradójicamente, es un interrogante abierto que vincula dos realidades paralelas.
Por un lado, el adentro de la novela con sus propias preguntas: ¿Quién es la Matrix: Diosito, la madre, la matriz?
Por otro, nuestras propias historias personales: ¿Son nuestras madres una matrix, una matriz? ¿Se puede ser por fuera de la relación con la Matrix? ¿Es condición matar a la madre para que la escritura de una novela, como la fijación de una nueva huella dactilar, nos permita ser?
Rosana Guardalá
Editorial Milena Caserola