Pablo Comas llega al presente con un recorrido musical que comenzó en el año 2006 cuando se formó Alucinaria, la banda que lideró como cantante, compositor y productor artístico. Alucinaria grabó dos álbumes, La última rotación del sol (2012) y Días de fuerza (2016), que captaron las miradas y tuvieron buenas críticas. En 2017 el proyecto comenzó un proceso de transformación que devino en la propuesta actual como solista. En 2019 salió a luz Hambre, su primer disco solista, por el cual en 2020 ganó el premio principal de Rosario Edita como mejor álbum del año.

Este 2023 grabó su segundo disco solista con 11 canciones, de las cuales ya se pueden disfrutar los primeros cuatro sencillos en todas las plataformas. Perdidos en la noche, es el nombre de la nueva obra. Algunos de los temas se podrán conocer este jueves a las 21.30, en un recital íntimo en El Diablito Bar, Maipú 622.

Tras 17 años haciendo música para Pablo Comas “cada canción nueva es un renacimiento". Y aunque haya una experiencia previa, siente que todo está por hacerse, que aún tiene muchas cosas que decir, contar, escuchar y compartir: “Para mí, todo acaba de comenzar y este disco es una apuesta a tratar de vincularme desde un lugar nuevo con los que están escuchando. Todo lo que se hizo atrás, viene conmigo. En cada recital están esas canciones, las del primer y segundo disco de Alucinaria, las de mi primer disco solista. Pero resignificado en el hoy, en lo que está pasando en el ahora".

—“Los discos son capítulos”, declaraste en una entrevista anterior a Rosario3. ¿Qué nos trae este nuevo capítulo que asoma?

—Siento que en ninguno como en este último, en tanto capítulo nuevo, aparece algo que es propio de mí: el sentido del humor, un tono, una manera de decir y de afrontar las cosas. Creo que los discos anteriores son un poco solemnes, no en el mal sentido sino porque tenían que serlo. Este disco, en cambio, tiene una vuelta de tuerca distinta donde yo pude depositar otra energía que nunca la había podido traducir musicalmente y acá se despliega. Una sensación quizás también relacionada con la pandemia que es cuando nació. Esa percepción de que se vino la noche pero estamos acá, tengo la suerte de estar vivo, de que aunque las cosas no estén del todo bien, hay tiempo para reírse, para pararse en la calle a hablar, sacar un disco, hacer canciones. Hay como una liviandad en la forma en que está escrito, cantado, compuesto. También hay una falta de pretensión. Los temas son simples, van al hueso, no tienen demasiados recovecos ni laberintos ni idas y vueltas. Es un disco en el que quise jugar desde otro lugar y más que nunca comunicarme con los otros, con un público general, más desprejuiciado. Siempre compuse desde el corazón y la emoción, pero quizás en este disco es donde menos hubo una búsqueda de agradar a cierta inteligencia musical, por decirlo así.

—¿Creés más en la estructura que en la textura?

—Definitivamente creo más en la estructura que en la textura. Me gusta que la música se escuche bella, todo lo hermoso posible. Pero lo importante para mí es que la textura esté supeditada al cuento que estoy contando, a la historia, a la estructura misma de la canción, a la letra, a sus partes. En la música lo que más me importa es la melodía y la vibra que te genera. Por supuesto que la vibra también se hace de acordes, de ritmos, de sonidos, de textura. Pero me interesa enfocarlo desde el punto de vista del cuento. El cómo suena, lo vemos después.

—¿Cómo es el proceso creativo?¿Cómo fue la creación de este disco?

—Convivo con los discos entre tres y cuatro años, repartidos entre la composición, la maquetación, la selección. Trabajo casi todo desde mi casa: la preproducción y gran parte de la grabación. Es decir, tiene parte de cada día, de mi energía vital, ideas, de momentos, emociones. La creación de este disco fue algo nuevo. Siempre hay algún proceso que se repite. Pero al convivir tanto tiempo con cada álbum, cuando lo termino quiero probar algo distinto. Hay cosas que cambian bastante. El primer disco de Alucinaria se hizo entero en un estudio con un amigo, Alfonso Tanoni, que lo produjo y fue un proceso codo a codo. El segundo disco lo produje yo y no solo fue aprender a producir sino a orquestar una banda entera usando vientos, cuerdas, voces todos elementos que no estaban en el anterior. Fue una experiencia nueva con un disco ambicioso y difícil de hacer en muchos sentidos. Mi primer disco solista, Hambre, está preproducido diez meses con un baterista en una sala de ensayo; ahí había otro elemento distinto. Este disco nació en la pandemia. Por ejemplo, las baterías están todas programadas, un poco obligado por aquel contexto en el que no podía ensayar con un batero. Luego, cuando se levantó la restricción, ya tenía pensado el disco de esa manera y preferí destinar la inversión en la mezcla, que es excelente.

—¿Cuál es el hilo conductor?

—Creo que tiene dos capas: la que se percibe en los simples que salieron, donde el amor aparece latente en todos los temas. Luego hay una capa apenas más profunda, en temas que todavía no se escucharon y completan el álbum. Tienen que ver con otra cosa: la sensación de incertidumbre, de estar perdido, demasiado lejos del punto de partida y de llegada. Muy a la deriva. La pregunta es adónde voy. Ese es un poco el motor del álbum que también es parte del último tema ("Héroe") del disco. Creo que ese es el hilo conductor del disco. El amor, el romance, quizás son una excusa para llegar a eso.

—A propósito del amor. ¿Amar es un lugar político?

—Totalmente. Es una posición que refiere a amar pese al peligro, a que falle, a que se rompa. Creo en eso, en la importancia de mantenerse ahí, en el coraje que implica. Cuando uno se atreve a amar, el mundo se mueve, uno se mueve. Y lo político lo pienso no solo desde lo individual sino desde lo comunitario. Creo en el mundo y la vida en relación a los otros y el amor como nexo. La música en relación a los otros, al poder compartirla, que otro la escuche y habitar eso. Yo soy músico gracias a que alguna vez, ciertas canciones o películas me produjeron tal conmoción que sentí la necesidad de, si eso fuese posible, tratar de provocar lo mismo en un otro, compartirlo. Creo en ese ir y venir de las cosas.

—¿Cómo fue el proceso de encontrar la propia voz?

—Nunca encontré mi voz. Siempre fue un proceso de búsqueda. Todos los discos los canté distinto. Escuchar la propia voz expresada en lugar, es un territorio nuevo, de alguna forma riesgoso artísticamente, nunca estoy cómodo con lo que estoy haciendo. Es como un proceso de autodescubrimiento muy grande que me lleva mucho tiempo encontrar eso que quiero escuchar. Si la pregunta es ¿qué quiero escuchar? No tengo certeza, sí lo puedo intuir. Pero no traducir a palabras y creo que es mejor que sea así porque si en algún momento lo descubriese dejaría de hacer esto.

—¿Cómo será la presentación este jueves?

—Va a ser un recital íntimo porque es un lugar íntimo. El Diablito Bar, para quienes lo conocen, es como una casa nocturna donde no podemos ser muchos pero siempre lo que se vive ahí es muy intenso. Estaremos Luciano Tourfini en piano y yo en guitarra. Es una oportunidad de mostrar las canciones de un modo despojado, sin aditamentos, un formato en el que la voz está desnuda. Creo que va a ser hermoso. Además si a alguien se le ocurre cantar, nos vamos a escuchar todos. Ojalá que cantemos mucho.

—¿Y cuál es el título del nuevo disco?

No lo sabe nadie. Es un disco reído y llorado pero hay risa, autoparodia. Lo que queda claro para el personaje que narra las canciones, es que la única casa es la que lleva puesta y eso que lleva puesto es la música. Es la gran certeza dentro de esa gran noche que representa el álbum que se llama Perdidos en la noche.

Ping pong

 

—Una película imperdible.

—“Las confesiones del Sr. Schmidt” (About Schmidt); muestra la transformación de un personaje como pocas.

—Un disco que te influenció.

América, de La Perla Irregular.

—Un libro.

—"El coraje de la verdad", es el último seminario transcrito de Foucault.

—¿Qué música suena estos días en tu casa?

—“In the key of Disney”, de Brian Wilson. Son reversiones de clásicos de Disney que recomiendo mucho. Y "La espera”, de Pablo Juny.