La primera sentencia de un tribunal dictada tras la anulación de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final pone fin a un ciclo de impunidad de Julio Simón, una figura emblemática del terrorismo de Estado que actuó bajo el alias de Turco Julián con crueldad inusitada y se jactó de ello hasta la obscenidad.

 

Su confianza en que esas leyes del perdón lo mantendrían a salvo de por vida lo llevó, hace casi diez años, a la máxima exposición posibl e: confesar ante una cámara de televisión que su trabajo de hombre fuerte en el campo de concentración Olimpo consistía en secuestrar con las brigadas del Grupo de Tareas número 1, torturar sistemáticamente para obtener confesiones y "matar a todos", como criterio general. "Y lo volvería a hacer", desafió.

 

Ese video, que el Tribunal Oral Federal número 5 autorizó proyectar en la primera audiencia del juicio por el secuestro y desaparición forzada del matrimonio Poblete y el robo de su pequeña hija Maria Claudia, para nada opacó los impresionantes testimonios de decenas de sobrevivientes que desde hace casi tres décadas buscaban justicia sin conseguirla.

 

Su fama de torturador impiadoso había arrancado en el Juicio a los Comandantes de 1985 y quedó confirmada cuando, uno tras otro, estos testigos lo retrataron como un especialista en infundir terror en el sistema terrorífico de la detención clandestina, con capuchas, grilletes, picana y la incertidumbre de los traslados.

 

A Julián le gustaba golpear con cadenas, pero no rehusaba otros métodos, como cuando mató en una sesión de "quirófano" a un prisionero aplicándole un tratamiento combinado de electricidad con cables pelados y un palo en el ano.

 

Una hazaña de la que luego se jactaría explicando que era "judío y comunista", una combinación explosiva porque -según su

visión ideológica- ambas categorías integraban una conspiración global para apoderarse del mundo según explicaban "Los Protocolos de los Sabios de Sión".

 

Porque, a diferencia de otros miembros de grupos de tareas motivados por un anticomunismo basal y el posible "botín de guerra" de la casa de sus secuestrados, este sargento de contrainteligencia policial era un nazi confeso, que llevaba una cruz svástica en un colgante, que escuchaba himnos guerreros que se hacía traducir y que aseguraba estar peleando una batalla de la tercer guerra mundial.

 

"Yo participé en frenar la guerra asesina que nos traían del exterior", dijo en su reportaje televisivo, y a partir de allí todo lo justificaba.

 

Su xenofobia hizo de José Poblete, un militante cristiano chileno que había perdido las dos piernas en un accidente y que durante su recuperación en Alpi organizó un "frente de lisiados peronistas", un blanco perfecto de su crueldad, acrecentada por el conflicto por el canal de Beagle y por estar casado con una joven bonita, Gertrudis Hlaczik. A la hija de ambos, de ocho meses, se la regaló al coronel Ceferino Landa y a su esposa, ambos ya juzgados y presos.

 

Cuánto queda de aquel führer de un campo de concentración porteño en este hombre aun corpulento pero desdentado y canoso que casi no asistió a las audiencias y que en las pocas que estuvo nunca miró a sus víctimas y sólo escuchó impávido los relatos, es difícil de saberlo. Tampoco hoy usó su derecho constitucional de hacer su descargo ante el tribunal.

 

Como sea, Julián pudo llegar a los 65 años "sin antecedentes penales", como apuntó con poco tino el fiscal Raúl Perotti, porque en 1987 se profugó apenas fue imputado en la causa -aun pendiente- por las violaciones a los derechos humanos en el Primer Cuerpo de Ejército y nunca pudo ser juzgado por la inmediata sanción de las leyes del perdón.

 

Dado de baja por las dos corporaciones para las que trabajó con ahínco, la Policía Federal y luego el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, sin fortuna ni apoyos, imaginó que podría vivir vendiendo sus historias a la TV , de sus apariciones como experto en seguridad en el programa de Mauro Viale o traficando su presunto know-how a otras víctimas, como la familia de Osvaldo Sivak, secuestrado en 1985 por la banda de los comisarios.

 

A fines del 2000, su suerte ya había cambiado y cuando una multitud lo reconoció bebiendo despreocupado en un bar del Congreso, no tuvo contemplaciones y le dio una tunda de la que lo rescató la policía.

 

Poco después, el entonces juez federal Gabriel Cavallo ordenó su procesamiento y detención en la causa por el robo de la pequeña Poblete -cuya identidad fue restituida-. iniciando el camino para la inconstitucionalidad y anulación de las leyes de impunidad, que la Corte Suprema concretó en junio del 2005, justo un año antes de iniciarse el juicio.

 

Hace pocos días, la Cámara Federal porteña volvió a colocarlo en las puertas de un nuevo juicio en el que deberá dar cuenta de

otras 145 desapariciones en la causa Olimpo, ese "chupadero" de Floresta cuyo nombre aludía a la morada de los dioses que, como el Turco Julián se autoproclamaba, decidían sobre la vida y la muerte de sus prisioneros.

 

Fuente: Télam