La escuela y la universidad son centros de aprendizaje y lugares en los que el diálogo y el debate deberían formar parte de la reflexión crítica por parte del alumno. Sin embargo, uno de los cuestionamientos que recibe el modelo de enseñanza tradicional, en el que el profesor imparte una clase magistral, sin admitir preguntas, es que este método de enseñanza refleja una forma de dogmatismo.
El dogmatismo pedagógico concede a la figura del profesor la autoridad de transmitir conocimientos que son verdaderos en sí mismos. Es decir, aquello que expresa el docente es lo que el alumno tiene que aprender sin opción de réplica o de duda, según consignó el sitio Formación y Estudios.
Desde esta perspectiva, surgen afirmaciones, tesis y postulados que tienen un valor absoluto. Cuestiones que no admiten debate alguno. Los alumnos asisten a muchas asignaturas y materias a lo largo de su vida. Sin embargo, la más importante es aprender a pensar.
El riesgo del dogmatismo pedagógico es que en este sistema cerrado no hay espacio para la reflexión de estas cuestiones tan vitales que nacen de la libertad en su máxima expresión. La libertad del docente para transmitir sus conocimientos desde la creatividad y la flexibilidad mental.
Y, también, la disposición del alumno para dejarse inspirar por un espacio que le invita a pensar por sí mismo. Porque el aula es un ámbito de diálogo común en el que surge un feedback constructivo.
Esta visión dogmática de la enseñanza también influye en la propia forma de aprender. El error de aprender de memoria, sin reflexionar en torno al texto, hace que muchos alumnos olviden lo memorizado pocos días después del examen.
Otra corriente que también puede ser negativa y que contrasta con el dogmatismo es el relativismo. En este contexto, la verdad del relativismo se fundamenta en el punto de vista individual de cada uno.
Mientras que el dogmatismo establece tesis que son consideradas como verdades inamovibles, esta tesis no se sostiene en el relativismo. La opinión está condicionada por la creencia, la experiencia y las circunstancias del protagonista.
En la historia de la filosofía, los sofistas son un claro ejemplo de autores relativistas que ponen la retórica al servicio de la construcción de la verdad. Un relativismo presente en la persuasión que produce el poder del lenguaje.