Padres culpógenos, desbordados, que no pueden decir que no ante las exigencias de los hijos y que tercerizan su educación en docentes y psicólogos. Así es como describe el libro “Educar sin culpa”, del psicólogo Alejandro de Barbieri, a la situación actual de los padres, que al tener miedo de “traumar” o “hacer sufrir” a sus hijos, pecan de exceso de sobreprotección, anulándolos y ocasionado problemas futuros en su desarrollo emocional.
Desde la Logoterapia, el libro plantea en primera instancia la existencia de una desvirtuación de roles: padres que delegan en psicólogos y maestros la educación de sus hijos porque no pueden ejercer su autoridad, generando un sistema paralelo de educación. “Hay que trabajar para que los padres recuperen su rol, una autoridad sana, saliendo de la culpa. El libro es una invitación a salir de la culpa para educar sin miedo”, sostiene De Barbieri y agrega: “La frustración ayuda a los hijos a crecer sin miedo”.
¿A qué se refiere con educar sin culpa?
“Yo no quiero que mi hijo sufra lo que yo sufrí”, me dicen los padres y yo les digo: “Tu hijo no va a sufrir lo que vos sufriste, va a sufrir lo que él tenga que sufrir para crecer”. Los padres de hoy no quieren que sus hijos sufran, evitan que sufran: a esto me refiero con educar es frustrar.
La culpa proviene del daño que hizo la psicología determinista que le metió en la cabeza a las personas “si le pasa tal cosa, va a salir así”. Entonces la gente educa con miedo de que sus hijos salgan traumados.
No se puede educar sin afectar. Si le hablás mucho o poco, si le gritás o no, si lo castigás o no, todo eso paralizó a los padres en la tarea de educar. Los padres de hoy somos culpógenos, tenemos miedo que nuestros hijos no nos quieran. El adulto de hoy debe nutriste del autoestima del hijo.
¿En qué sentido la frustración es parte del aprendizaje?
En mi libro cito a Fernando Savater que dice: “El educador debe ejercer su autoridad, lo que en ocasiones hace que caiga antipático, pero debe serlo, porque educar, en buena medida es frustrar”. Esto es necesario. Toda labor de educación es frustrante. El niño, el adolescente tiene una gama de expectativas amplísimas porque todavía no sabe adónde va.
Esta cita genera pánico en los padres. Pero deben entender que la otra cara de la felicidad es la frustración. La tarea del padre es poder discernir cuándo es necesaria esa frustración, que no es siempre. Hay que darle espacio al niño para que aprenda a autoregular sus emociones.
¿Las nuevas generaciones están sobreprotegidas?
El libro explica por qué nacen los millenials. Son hijos de la sobreprotección. Otro concepto que nombro es la hiperpaternidad. Lo más importante para un padre es el hijo y esto no debe ser así. Mi vida como adulto está antes que la del niño.
El exceso de sobreprotección genera personas inmaduras. Estamos generando sujetos frágiles, narcisistas, depresivos, que no tienen la capacidad para soportar frustraciones. Lo mucho que tienen es poco para ellos porque los padres les dan todo. No quieren estresarse, no les alcanza con lo que tienen.
Si les doy siempre lo que quieren estoy generando chicos vulnerables a una adicción, les estoy mintiendo, porque después la vida no les va a dar todo lo que quieren.
¿A qué te referís con una tercerización de la educación?
Hay un tercerización del rol de educar que luego asumen docentes y psicólogos. Como los padres de hoy no quieren hacer de padres, lo hacen los maestros. Ellos son los que dicen que no.
El padre no quiere ser el malo de la película, no quiere que sufran como sufrieron ellos. Debemos dejar de ser hijos de nuestros padres para ser padres de nuestros hijos.
El libro plantea el concepto de autoridad sana, que no es lo mismo que el autoritarismo. Educar en la confianza, para la responsabilidad, la convivencia, la esperanza, para que pueda hacer algo con lo que hicieron de él. No ya desde un lugar determinista, trasladando los sufrimientos de los padres, como una maldición, sino afirmándose en su ser.