Un chico se golpea, sangra, llora. Acapara toda la atención de los adultos. Nadie se preocupa por su hermanito, de 13 meses. Pasan unos minutitos nomás. Y la mamá pregunta dónde está su hijo menor. El instinto de madre la lleva hasta la pileta. El chico flota boca a bajo, inmóvil. La mujer se tira, lo saca. El bebé no respira. El padre, aun en la desesperación, recuerda las maniobras de reanimación que aprendió en un curso de RCP. Aprieta una, dos, tres, cuatro veces. Nada. A la quinta siente que quiere respirar, pero no puede.
El cuñado enciende el auto. El padre se sube con el chico en brazos y parten a toda velocidad al dispensario del pueblo. Llegan en tres minutos. El chico no respira. Una médica y un médico maniobran a toda velocidad. El bebé vomita una enorme cantidad de agua. Respira. De a poco recupera todos los signos vitales. Lo trasladan a un sanatorio de la ciudad. Pudo ser una tragedia. No lo fue.
La historia sucedió este domingo en Pueblo Esther. Eran cerca de las 19, según contó Agustín, el papá de Santiaguito, en dialogo con el programa A diario, de Radio 2.
“Pasamos una situación muy difícil. Uno lo escucha a veces, de un chico que se cayó al agua y muere. Nunca pensás que te puede pasar a vos”, dice.
Estaban en la casa del suegro, relató. Y destacó la “excelente” atención que recibieron en el dispensario.
Daiana Bustos, la médica que atendió a Santiaguito junto con su colega Hernán Suárez en el dispensario de Ruta 21 y San Luis, contó que por cómo ingresó el bebé temió que no sobreviviera.
“Gracias a Dios respondió a las maniobras de resucitación”, dice ahora.
“Gracias por todo, estamos eternamente agradecidos. Han hecho todo lo que tenían a su alcance para que Santi esté bien y alegre. No ha tenido secuelas”, la saluda Agustín, mientras esperan el alta en una sala del Hospital Español.