“No, no, a mi tampoco me gusta así. Queremos desfile, queremos todo”, sonríe detrás de una valla la diputada nacional Ana Laura Martínez a un periodista, cercado a su vez. Este 20 de Junio no hubo desfile cívico, ni música; solo una mesa con tres sillas y un atril al lado del mástil mayor del Monumento Nacional a la Bandera. Discursos cortos, desangelados, frío y mucho sol.
Como Anita, los funcionarios y autoridades locales y provinciales estaban tan cercados y lejos de presidente Mauricio Macri –quizás aún más– que los periodistas en el tradicional corralito de prensa. Sin donde sentarse y con el sol de frente, el ministro de Seguridad santafesino, Maximiliano Pullaro, el intendente José Corral y la concejala Daniela León, entre otros, escucharon los discursos que se sucedieron uno tras otro en el lapso de media hora.
El más breve de todos fue el del jefe de Estado que parecía engripado. En medio de la alocución del gobernador Miguel Lifschitz, se sacó un pañuelo y se sopló la nariz. Lifschitz, impertérrito, siguió como si nada. En ningún momento, ni siquiera cuando una colaboradora se acercó a servirle agua, el gobernador giró la cabeza. Sus ojos estaban fijos en un punto frente suyo, hacia la torre central del Monumento, llena de andamios por las obras de refacción.
La primera en tomar la palabra fue la intendenta Mónica Fein quien había llegado con el presidente, el gobernador y la ministra de Seguridad nacional, Patricia Bullrich, cada uno acompañado por sus respectivas parejas. Todos puntuales a las 8.55 de la mañana.
Los ocho vieron subir la bandera al ritmo de Aurora, entonada por los cadetes de las Fuerzas Armadas con poco canto, mucho grito y el sonido mecánico de un dron de fondo. Y los ocho entonaron, a su vez las estrofas del himno nacional –interpretado por José María Blanc, el cantante de la banda de rock Pablo El Enterrador– pero tras el último acorde solo quedaron Lifschitz, Macri y Fein.
En ese orden, de izquierda a derecha se ubicaron en la mesita. Detrás suyo una fila de estudiantes de primaria les hacían de guardaespaldas de celeste y blanco. Una postal que nada recuerda a los escenarios cinematográficos que supo montar la ex presidenta Cristina Fernández, de espaldas al río Paraná o al pie de la estatua de la patria abanderada, con las banderas y los sonidos de la militancia en rededor. Ni siquiera al acto del año pasado, el primero que encabezó Macri como jefe de Estado, cuando llenó la explanada del Monumento de niños de todas partes del país que al unísono gritaron “sí se puede, sí se puede”.
Con todo, el “sí se puede” se escuchó otra vez. Macri lo dijo casi como al pasar al hablar sobre la figura “inspiradora” de Manuel Belgrano. Nadie lo secundó ni se convirtió en cántico, pero desde lejos lo festejaron y lo abuchearon, en sonido que llegaba esquizofrénico. Los simpatizantes y los no tanto estaban detrás de otra valla, sobre calle Rioja. No eran muchos. Ni de uno ni de otro lado. Se distinguían además porque unos hacían flamear banderas argentinas y otros, carteles con consignas por la libertad de Milagro Sala, la líder de la Tupac Amaru detenida en Jujuy. Al final del izamiento, incluso, habían arrojado al cielo el pedido entre globos celestes y blancos.
“Recuperando la institucionalidad”, describió el concejal PRO Carlos Cardozo en un tuit.
Hasta Lifschitz, quizá en un guiño al presidente, señaló que en los últimos años se había “politizado” el acto del Día de la Bandera. Sin embargo, al mismo tiempo, le hizo un llamadito de atención –político– al mandatario sobre la idea del “efecto derrame”: dijo que estaba muy bien pensar que si la Nación crece, las provincias también pero que a veces el derrame puede darse al revés y las provincias verter beneficios a la Nación. Todo esto dicho, claro, con la mirada siempre hacia adelante y sentado, porque todavía se recupera de su operación en el tendón de Aquiles.
El único momento de adrenalina, al menos entre los colegas periodistas, fue cuando a las 9.30 pasó la ministra Bullrich al lado del corralito de prensa para salir con el resto de la comitiva de regreso al helicóptero y de allí otra vez al aeropuerto de Fisherton rumbo a Buenos Aires. Nadie pudo sacarle una declaración, apenas un saludo de pasada.
Solo algunos dirigentes locales aprovecharon los micrófonos abiertos para hacer algo de prensa. Después de todo, hay elecciones este año.
Mientras tanto, del otro lado de la valla, sobre avenida Belgrano, un camionero de 75 años y un electricista de 44 discutían, muy amablemente, porque el primero pensaba que al fin se había terminado la corrupción y “esto de darle dinero al que no trabaja”; y el otro, con un gato hecho de cartapesta en la mano, que corrupción hubo siempre pero desde que asumió Macri el laburante la tiene más difícil.
Algunas cuadras más arriba, también detrás de una valla sobre calle Laprida, donde comienza la peatonal Córdoba, un hombre disfrazado de buitre con la cara del presidente bailaba chamamé y un grupo de mujeres de la Multisectorial contra el tarifazo se quejaba que recién ahora las dejaran pasar.
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