Más horas de clase, alta exigencia hacia los alumnos y directores que eligen a sus profesores son algunas de las claves de la red de Escuelas KIPP (Knowledge Is Power Program) que se ubican en las áreas más pobres de las mayores ciudades de Estados Unidos, no les cobran a las familias ni se fijan en las notas o la conducta de los alumnos al admitirlos. Y, pese a todo eso, el 85% de sus egresados entra a la universidad.

El proyecto que partió hace 15 años como una simple idea de dos profesores y que hoy, con 82 colegios en EE.UU. y 21 mil estudiantes, es una de las mejores muestras de cómo la educación puede producir movilidad social.

Elena Luna, directora de uno de los centros ubicado en San Diego, California, donde el 90% de los alumnos proviene de hogares pobres explicó -entrevistada por el diario chileno "El Mercurio"- que la clave del éxito es cómo llevan a la práctica los cinco pilares de la filosofía KIPP.

El primero de ellos es tener altas expectativas respecto de los alumnos. "Eso parte con el nombre que le damos a cada curso. No son el 5° grado o el 6°. Los nombramos por el año en que se graduarán de la universidad. Por ejemplo, el 5° es ´la promoción 2021´. Así, siempre la meta es la universidad", dice.

En adelante, como en otros centros KIPP, de las paredes cuelgan los emblemas de las mejores universidades de Estados Unidos y los alumnos visitan unas 15 casas de estudios en sus cuatro años de permanencia. Pero no es sólo un tema motivacional: las exigencias son altas y los niños salen dominando el álgebra en 8°, materia que los colegios del distrito enseñan en secundaria.

Otro pilar es el compromiso de las familias, aunque han aprendido que deben ganárselo. "Los padres de bajos ingresos pueden estar distraídos tratando de sobrevivir, pero saben cuando algo funciona. Si ven que la escuela cumple lo que promete, la apoyarán. Pero es una buena escuela la que genera el apoyo de las familias, no al revés", analizó en el diario The Washington Post el columnista Jay Mathews, autor de "Work hard. Be nice", libro que recoge la historia de KIPP.

"El énfasis en el trabajo duro, el buen comportamiento y la idea de que van a ir a la universidad es lo que diferencia a las escuelas KIPP de otras, no su currículo", ha dicho Mathews en entrevistas.

Para que esto funcione, el tercer pilar es clave: más tiempo. Los alumnos están 10 horas al día en la escuela y asisten dos semanas más que el resto. O sea, tienen 60% más de horas de clases que las escuelas públicas. "No hay atajos para aprender, así que el tiempo es vital", dice Luna. Esto significa también que los profesores hacen ocho horas de clases y tienen dos para planificar y revisar pruebas. Eso sí, son mejor remunerados, ganando 20% más que en las escuelas públicas.

Darles poder a los directores es el cuarto pilar. "Podemos escoger a los maestros y terminarles el contrato si no cumplen con las expectativas. Éste es uno de los pilares fundamentales para tener éxito", relata Luna. Además, tienen bastante libertad para administrar los gastos de la escuela, cuyos fondos vienen de dineros públicos (que son menores que los que reciben las escuelas 100% estatales) y donaciones.

Para darles autonomía, KIPP forma a los líderes escolares y los monitorea constantemente. El foco, como reza el quinto pilar, está puesto en los resultados. Y las cifras son claras: todas las escuelas superan el promedio general de sus distritos, seis de las 82 son las de mejores resultados en su ciudad, y las escuelas que van de 5° a 8° básico (como Adelante) suben de 41% de logro en matemática en 5° a 80% en 8°.

"Nos ponemos metas altas, y si no las logramos analizamos en qué fallamos como escuela y cómo mejorar. Está prohibido culpar al alumno si el resultado no es el esperado", subraya Elena Luna.

Lo que más la satisface, y que considera el verdadero milagro de KIPP, es el impacto en las expectativas de los niños: "Históricamente, la universidad ha sido un imposible para ellos. Aquí hemos demostrado que sí se puede".

Fuente: El mercurio