El fenómeno de las localidades rurales que surgieron con el esplendor del tren y que comenzaron a despoblarse con la caída de esos ramales llegó a la BBC con un informe que destaca “la tragedia de los pueblos abandonados de Argentina”.

El medio británico visitó, como muestra de ese problema, Ernestina, en la provincia de Buenos Aires. El censo contabilizó allí dos mil habitantes en 1960, pero ahora son 150. Y la mitad de ellos, jubilados.

Según la ONG Responde, que incentiva la recuperación de estos pueblos, hay casi 2.500 localidades rurales alrededor del país, de los cuales 625 tienen una caída importante del número de residentes. Como contrapartida, la población se concentró en las grandes ciudades, donde vive el 92 por ciento de la población.

La crónica

Poca gente pasa por este majestuoso bulevar, atravesado por doce enormes palmeras y bordeado por frondosos naranjos e imponentes edificios construidos en el siglo XIX.

En este pueblo de Ernestina, en la provincia de Buenos Aires, hay menos habitantes que sillas en la iglesia; una iglesia neogótica con vitrales y techo bañado en bronce que los sábados recibe una decena de fieles y cada tanto, cada vez menos, alberga un matrimonio.

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La humedad está acabando con el teatro, donde avisos que dicen "el que escupe en el suelo es un maleducado" dan fe de un pasado de galanura, de realeza.

Por acá pasó en 1925 el príncipe de Gales Eduardo VIII, quien durante un trayecto en tren hacia la estancia Huetel, una de las más suntuosas del país, paró en la estación de Ernestina y –se cree– visitó las cuatro cuadras que forman el pueblo.

Pero hoy de ese pasado no quedan ni la panadería ni la carnicería ni la farmacia, cuyos vistosos edificios están a la deriva del tiempo.

"Pero nosotros no somos fantasmas", asevera Noemí Rissitelli, una lugareña de 68 años que responde con vehemencia a quienes han graduado a su tierra natal de "pueblo fantasma".

"Los que estamos acá decidimos quedarnos, nos gusta la tranquilidad, queremos el pueblo y estamos felices", afirma.

El éxodo

"Tres cosas se conjugan para dar con este éxodo", dijo Leandro Vesco, periodista del portal bonaerense El Federal y presidente de Proyecto Pulpería, una ONG que trabaja en estos pueblos.

"Primero está la caída de los ramales ferroviarios, luego la caída o la tecnificación de la actividad agrícola y por último el mal trazado de las vías para autos, que no tuvieron en cuenta los caminos reales que conectaban a estos pueblos", explicó.

Rissitelli, que crió a sus hijos en Ernestina, añadió: "Los jóvenes se tienen que ir para estudiar la facultad, acá no tienen nada, no tienen en qué trabajar".

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Sentado en el Club Atlético Ernestina, uno de los dos establecimientos sociales del pueblo, el excampesino Luis Amichetti le explicó BBC Mundo por qué, según él, "acá ya no hay nadie".

"Hace 25 años usábamos las manos para limpiar la maleza, juntar la producción y empacarla, pero ahora eso lo hace una máquina más rápido y con más eficiencia", afirmó.

Rodeado de mesas vacías, una mesa de billar polvorienta y los cachos de un toro colgados de la pared, el hoy barrendero del pueblo remató: "Las máquinas nos quitaron la mano de obra".

Sin tren

El delegado de Ernestina, Guillermo Cavallero, ahondó en los efectos del cierre de las ferrovías. "Luego de que cerraron, se volvió muy costoso viajar a capital (la ciudad de Buenos Aires, a 180 kilómetros). Necesitas 1.000 pesos (US$62) para llegar", dijo.

Durante la segunda mitad del siglo XX, el Estado argentino poco a poco fue desmantelando el sistema ferroviario que conectaba a este extenso país.

Este proceso se aceleró en la década de los 90 durante el gobierno de Carlos Menem, y las mercaderías comenzaron a transportarse en camiones por las rutas.

Los pueblos cuya actividad económica y social giraba en torno a la estación quedaron relegados, sobre todo en planicies extensas como la provincia de Buenos Aires, un territorio tan grande como Ecuador.