Desde la antigüedad, los seres humanos manifestaron su necesidad de confiar en que una fuerza superior les diera protección y los ayudara a sobrevivir en los momentos más difíciles: desde los fenómenos climáticos incomprensibles, hasta las más cruentas y sanguinarias guerras. Todo lo que sucedía era interpretado como premio o castigo de los dioses y a los dioses se les rogaba por un favor divino. La imagen de automovilistas que este viernes se bajaron de sus autos, desesperados, para juntar la mayor cantidad posible de vouchers del casino de Rosario –que habían caído de un transporte, en Avenida Perón al 8.000– con el propósito de cobrarlos, puso en evidencia que, ante un imprevisto, los siglos de historia transcurridos no han borrado totalmente aquellos rasgos primitivos.
“Creo que el de arriba nos sigue tirando algo todavía”, decía una mujer que, según contó al móvil de El Tres, vende sábanas y la está pasando mal porque nadie compra, por la falta de trabajo. “Esto es algo que no pasa todos los días”, aseguraba un muchacho que se bajó del colectivo para juntar un manojo de papelitos que metía en su mochila con la sonrisa de quien ha sido bendecido por el destino, mientras otro –asesorado por un amigo habitué del casino– acumulaba en la parte trasera de su camioneta una parva de tickets con la esperanza de que le dieran algo a cambio. Embotellamiento. Autos en doble fila. Autos atravesados en el medio de la calle. El motor encendido, en algunos casos. Hasta sin balizas que indicaran la detención momentánea.
Y si bien muchos siguieron de largo, por seguridad o por descreer de la benevolencia del dios dinero esparcida al portador, en la tierra, porque –como dice el slogan– “nadie te regala nada”, fueron también muchos los que sintieron que ése era su día de suerte. Que por fin se les dio, que la rueda de la fortuna les había hecho un guiño y que ese dios que aprieta, pero no ahorca, había abierto el grifo del maná para ayudarlos a sortear la malaria que estruja el bolsillo y vacía la olla.
Esta vez, no era el llamado en el contestador anunciándoles que habían ganado el ficticio viaje a Bahamas para cuatro personas. No era una promesa al viento, una quimera, una mera ilusión. Un billete jugado al azar. Unos pesitos a la quiniela para ver si zafo hasta fin de mes. Era un papel palpable a través de los sentidos. Con tamaño, forma y color. Y con un importe impreso (hasta con centavos) que le daba una especie de rótulo de credibilidad. Curioso fenómeno de fe/necesidad/por qué no a mí.
En una semana signada por la especulación financiera de pocos y el miedo a perderlo todo de muchos, la mejor explicación al fenómeno circense que se vivió este viernes, la dio un ciclista que dejó en el cordón su rodado para alzar, él también, algunos de esos bonos de la riqueza tan anhelada. “Qué querés loco, en esta Argen-timba, alguna vez nos tenía que tocar”.