Después de cinco años preso, Guillermo López recuperó la libertad. Tenía a su mujer embarazada de siete meses, a la hija de ambos de 5 años, a los dos más grandes de una pareja anterior y al de ella de 18. Tenía a sus suegros que le dieron un lugar en su casa, por un tiempo, y la presión de sostener a su familia. Y, al mismo tiempo, no tenía nada afuera: ni plata, ni trabajo, ni ningún apoyo estatal. Después de un mes de buscar salidas y no encontrarlas, fue a la oficina local del Ministerio de Desarrollo Social. Le dijeron que preguntara por Coco. Lo recibió Javier Ruiz Díaz, alguien que había pasado por la misma situación que él hace más de una década.
Guillermo, de 46 años, le contó que los tres años anteriores participó dentro de Coronda en la fabricación de paneles antihumedad. Crearon un emprendimiento entre varios: los que estaban tras las rejas producían en el galpón donde se hacen los talleres de autogestión del penal. Los de afuera, vendían y trasladaban las placas. Aprendió un oficio, a pensar que hay salida con una tarea en la que ocupar la cabeza y un ingreso económico.
Empezó a hablarle a Coco de una idea: poner una fábrica similar en Rosario en un galpón que está desocupado y capacitar a pibes de la calle o recién salidos de la cárcel. En un momento, el trabajador social que además es referente de la organización Rancho Aparte en barrio Tablada, lo frenó.
–Pará un poco, recién salís, ¿vos cómo estás ¿Qué necesitás?
–No tengo para comer.
–Si no tenés para comer, no podés pensar.
Ese mismo día, el lunes 8 de julio, le consiguió un bolsón con alimentos, le dio algo de dinero para moverse unos días y para reparar el celular de su mujer que estaba roto. “Nadie ayuda al que recién sale de la cárcel. Y es un momento que necesitás una mano. Volvés a tu casa sin nada y tu familia te mira. Si no tenés cómo llevar algo te cargás de presión. Por ahí te dan una caja con arroz y nada más, pero ¿qué hacés con eso?, ¿lo puteas al arroz para que se caliente?, ¿cómo lo cocinás si no tenés gas?”, dice Coco para hablar de lo indispensable que es un seguimiento integral después del encierro.
“Es muy difícil, estás desesperado y si no tenés plata por ahí te mandás una macana. La presión de lo urgente te quiebra. Se habla mucho pero hace falta acompañar e invertir”, completa la idea.
El militante barrial dice que no puede asistir a todos los que se le acercan pero confía en su instinto, en lo que lee de las personas. Guillermo suma: “Yo no lo conocía y me ayudó, me dio la comida y plata. Así pude empezar”. El celular era clave para seguir en contacto. Coco consiguió apoyo para iniciar un proyecto y lo llamó a la semana.
–Guille te necesito al frente de una cuadrilla de pibes: vamos a pintar casas en el barrio.
–Sí, dale.
A los días, Coco le presentó a los ocho jóvenes de 18 a 27 años que accedieron al programa “Te pinto la cara”, con becas de 30 mil pesos al mes del programa Nueva Oportunidad (de la provincia).
Apuntaron a vecinos de Tablada que no estudian ni trabajan. Andan en la calle, algunos con problemas de consumo y en general no tienen la costumbre de quedarse sentados en un taller de oficio ("los come la ansiedad" o carecen de una mínima disciplina, explican). Esta salida, en cambio, es al aire libre, dos veces por semana, de mañana y de tarde.
Compraron 80 litros de pintura con 250 mil pesos, fondos de Rancho Aparte. El miércoles 24 de julio, dos semanas después de acercarse sin nada más que ganás de salir del pozo, Guillermo se puso al frente de la cuadrilla de pibes y pintaron la primera casa en barrio Tablada.
Al menos cuatro horas
Ana Griselda González sale a la calle. Se para en la vereda de Amenábar al 249 bis y gira. Mira hacia arriba y a los costados, a lo que era un frente gris, de revoque gastado. Se sorprende con su casa pintada con un color durazno suave y parejo.
–¡Ay, qué lindo quedó! Esto es mejor que los pintores.
Franco, de 26 años, sonríe y levanta un tarro de pintura. Nunca había ido a Rancho Aparte pero Coco le contó la idea y le gustó: “Estaba al pedo y acá te juntás con gente piola en lugar de caer en la mala. Además, ayudás al barrio”.
Cruzan la calle con Jonathan, de 27, y empiezan a pintar la segunda casa del turno mañana. “Esto es un golazo porque hay poca changa, mucha malaria”, diagnostica. Otro grupo trabaja a la tarde.
Franco es vecino de Ana y uno de los integrantes de “Te pinto la cara”. Le ofreció el servicio y ella aceptó con gusto. Vive hace 30 años en esa vivienda y la apariencia del frente no era una prioridad. “No tengo plata pero Franco me dijo que ellos tenían la pintura. Es una buena idea y un futuro para los jóvenes, antes de andar por la calle robando”, dice y enseguida aclara: “Ellos no, eh, son buenos y hacen changas”.
La profecía de Coco se empieza a cumplir. Cuando pensó este programa, creyó que además de la beca, el oficio y renovar la imagen del barrio se iba a generar un puente con los vecinos: “Son pibes que por ahí algunos los miran de reojo, porque alguna vez robaron un cable o algo, entonces mientras pintan la casa y renuevan la cara del barrio sale el vecino y hablan, se conocen”.
La idea estética la tomó del plan realizado en villa La Lata, con las casas pintadas de colores. “Pero en lugar de dejarlo en manos de arquitectos acá lo pensamos y lo hacemos con los chicos porque si no es con ellos entonces no estás pensando en la seguridad. No los vamos a sacar de la calle o la delincuencia con esto solo pero por lo menos durante cuatro horas están haciendo algo y no consumen”, limita los alcances de su plan, conocedor de las dificultades para construir y sostener iniciativas de este tipo.
“Hay que romper estructuras e introducir a los pibes al mundo del trabajo. Acá calculan cuánto les rinde un tarro de pintura por metros cuadrados, cómo preparar colores, cómo pensar un presupuesto. A lo mejor después pueden seguir con changas por su cuenta y pintan una pieza”, proyecta.
El referente de Rancho aclara que no pensó en un “maestro pintor” para coordinar la cuadrilla sino a un “sobreviviente”. A su lado, Guillermo lo escucha. Ceba un mate dulce. Hace su resumen: “Si querés mejorar la seguridad, tenés que hablar de igualdad, tenés que dar oportunidades”.
Una mano con la pintura
La organización Rancho Aparte nació hace doce años. En la pandemia se quedaron sin sede. Uno de los pibes que asistía a sus talleres fue asesinado en mayo de 2021. Sicarios ligados al narcomenudeo lo acribillaron dentro de su casa, en la esquina de Pasaje Lincoln y Biblioteca Vigil. Su familia se fue y alquila el lugar. El grupo lo acondicionó. A los orificios de bala les hicieron círculos como hace la Policía Científica pero de colores. Ahora funciona en esa sala un espacio de informática: los más chicos usan las computadoras para jugar y los más grandes para estudiar o armarse un Curriculum.
Coco enumera los talleres de este 2024: Peluquería, Sublimación, Candombe, Cine, Fotografía para niños y para jóvenes, Dibujo y pintura para niños, Informática y Apoyo escolar.
La cuadrilla de “Te pinto la cara”, la última iniciativa, ya renovó ocho frentes de casas alrededor de la sede. Empezaron por Lincoln 2963, un frente difícil, con muchas plantas, ventana y techo de chapa en caída. Siguieron por Rueda al 200 bis, Lincoln al 2800 y esta semana, Amenábar al 200 bis.
Al referente de Rancho le gustaría completar una cuadra completa de ambas manos para que el efecto de cambio resalte más. Pero los tachos de pintura se empiezan a agotar y no tienen recursos para renovarlos. Tampoco tienen escalera de madera (usan una de metal que les da "patadas" cuando la apoyan sobre un cable pelado del tendido precario).
Necesitan ayuda para seguir: una donación o descuento o forma de pago (contacto de Coco Ruiz Díaz: 3415603755).