Joaquín y Paula esperan este jueves poder regresar a Rosario. Están en Budapest, cruzando los dedos para que el gobierno argentino habilite el vuelto que los traiga a casa. Hasta hace pocos días atrás, soportaron la nieve y el frío en una motorhome errante, que antes los llevó a varios lugares en un intento desesperado de alejarse del coronavirus.
En diálogo con Rosario3, brindaron los detalles de un viaje que fue planeado como un sueño de a dos. “Partimos el 5 de Marzo desde nuestra querida ciudad de Rosario, sin imaginar que en poco tiempo, el mundo iba a desafiar con su realidad a la más ambiciosa película de ciencia ficción que habíamos visto alguna vez.
La idea era unir la capital de Austria (Viena) con la ciudad de Estambul (Turquía), un viaje soñado, muy bien planeado al detalle y para el cual veníamos cuidando gastos desde hacía tiempo. No era un viaje común, esta vez nuestro medio de translación sería un noble camión Ford año 2009 convertido en motorhome con todas las comodidades a bordo, propiedad de un amigo de toda la vida (Agustín), que valientemente decidió convertir, el sueño de muchos en realidad. Vivir viajando, haciendo de su casa el mundo, y lograr la hazaña de que un día nunca se parezca a otro, atrás dejo los horarios de oficina y las preocupaciones de la vida citadina, sus nuevas preocupaciones, perdón sus nuevas alegrías pasarían a ser encontrar agua para el suministro o encontrar hermosos lugares para convertirlos por unos días en su lugar para vivir en contacto pleno con la naturaleza.
El 6 de marzo llegamos al aeropuerto de Viena y luego de ultimar los detalles de rigor para iniciar el viaje, dimos inicio al derrotero previsto, algunas noticias inquietaban pero a lo lejos, nada hacía pensar que el devenir de los acontecimientos se iba a acelerar a tal velocidad.
Los días nos llevaron sin prisa y sin pausa por los caminos de montaña de Austria, luego conocimos hermosos paisajes de Eslovenia, los primeros días pasaron sin más preocupaciones que buscar donde parar para poder tener un río cerca (armamos una bomba casera para extraer agua), y el tanque de gasoil con autonomía, el sol generosamente nos proveía de la energía necesaria para cargar las baterías y contar con electricidad a discreción.
Lentamente nos fueron inquietando noticias proveniente de Italia y España, ya no resultaban tan lejanas como las de China, y ya no recuerdo cuando paso todo en un abrir y cerrar de ojos, de ser una preocupación a un problema. Los países que días atrás no tenían fronteras visibles en las carreteras, por ser zona Schengen, comenzaron a cerrarse, comenzamos a ver móviles policiales por todos lados conducidos con evidente nerviosismo, fue como volver al pasado de la noche a la mañana.
Intentamos seguir el rumbo original que nos obligaba a cruzar Croacia, hicimos aduana eslovena sin más inconveniente que el sellado de los pasaportes y cuando arribamos a la aduana de Croacia, recién habilitada, el oficial en claro inglés nos explica que nos van a tener que llevar a un sitio estatal para pasar allí una cuarentena de 14 días obligatoria sin salir. Inmediatamente pedimos volver a la frontera eslovena con la preocupación que nos permitan reingresar y no quedar en un limbo de 4 kilómetros fronterizos. La suerte estuvo de nuestro lado y el oficial a cargo nos permitió el reingreso luego de explicarle lo sucedido.
Al otro día, recalculando, concluimos que la mejor opción era ir hacia el norte, lo más lejos de Italia, ya que esta había estallado a causa de la pandemia, y por instinto natural lo lógico es alejarse lo máximo posible del riego.
Ya con fronteras cerradas y con información actualizada buscamos un paso poco transitado de ingreso a Hungría, llegamos a la noche, tarde, el paso totalmente desolado, pasamos una barrera y repentinamente aparecen 5 oficiales todos con guantes, barbijos etc. Solo uno hablaba inglés, por suerte era el más longevo de los 5, con cierto aire de jefe. Nos dice que está cerrada la frontera para vehículos españoles e italianos (nuestra patente es española), le decimos que somos argentinos y le damos los documentos. Se produce una confusión terrible y una discusión entre ellos en su idioma natal (nunca sabremos que decían). En un instante se conjugan varios factores, una frontera perdida en la montaña, 5 oficiales nuevos en el lugar, poca claridad en la orden que tenía evidentemente, sorpresa ante nuestro origen. De repente el de mayor rango al parecer un poco disgustado nos devuelve los pasaportes y nos corre la barrera que nos detenía. No lo podíamos creer, estábamos en Hungría, todo un shock de adrenalina se convierte en risas y gritos de alegría. A buscar un lugar para dormir y mañana será otro día.
Los días siguientes fuimos subiendo por hermosos campos de la llanura húngara con rumbo a Rumania, ya veíamos imposible nuestro derrotero final para tomar el vuelo de regreso en Estambul. El mundo ya no era previsible, había cambiado, era incierto, impredecible totalmente diferente a lo conocido.
Los pueblos que pasábamos parecían desolados, la gente nos observaba a distancia y las sonrisas no eran moneda corriente. Tratábamos de buscar lugares alejados, los estacionamientos de los cementerios fueron los lugares más indicados y seguros. La belleza de las velas encendidas y las flores en la oscuridad de la noche son un descubrimiento inimaginado para nosotros.
Pensamos que lo mejor sería buscar de parar en parques nacionales, lugares más amigables con el turismo y que la policía no nos detuviera para pedirnos pasaporte como nos sucedió en un par de oportunidades, y así lo hicimos.
Tomamos rumbo a un parque nacional llamado Hortobagy, parque de llanura, muy similar a nuestra llanura pampeana, con un pequeño poblado de no más de 100 habitantes, la cuarentena ya era un hecho y el pueblo se presentaba con sus calles vacías y su único supermercado abierto de 10 a 15. La gente distante y con las medidas de seguridad de rigor.
Luego de unos días para recargar energías y una buena nevada de por medio decidimos intentar frontera Rumana, elegimos el paso y llegamos hasta el puesto de control. De muy mal modo nos indicaron que volviéramos a Hungría que ya no había libre circulación y que sólo los camiones podían pasar.
Estábamos destinados a Hungría, elegimos otro parque nacional estratégico, muy alejado de las poblaciones, las noticias eran catastróficas desde España e Italia como de muchas ciudades del mundo lamentablemente.
El nuevo parque nacional elegido fue Bukk, un hermoso parque nacional de montaña cercano a la frontera de Eslovaquia. Llegamos con mucha nieve y frío. En el centro del parque se encuentra una pequeña villa de verano llamada Lillafured. Hermosa, rodeada de cascadas, senderos, vías de tren (hoy en desuso), y muchas imágenes religiosas de Jesucristo y la Virgen.
Ubicamos un estacionamiento abandonado y allí paramos. Desde ese entonces aquí estamos, milagrosamente a 30 metros encontramos una vertiente que desciende de la montaña que nos provee de agua mineral ilimitada, el estacionamiento está próximo a un parque de entretenimiento de tirolesa cerrado el cual tiene wifi. Un día se presentó el encargado (Gabor), nos preguntó si necesitábamos algo y nos brindó la clave wifi. Fue vital, nos permite estar conectados las 24, a Paula trabajar como si estuviera en Rosario, (es contadora independiente) y estar en contacto con noticias y con nuestros seres queridos.
Lentamente la gente de lugar, (en total serán 10 pobladores actualmente) con timidez se fueron acercando. Una tarde repentinamente llego un señor y nos regaló un desinfectante para manos, otro día otro nos regaló una cerveza, luego llegaron unos helados y muchas preguntas acerca de donde éramos, a donde viajábamos, etc.
Algunos hablan inglés otros hablan el idioma de la buena gente, ese idioma que se basa en buenas intenciones acompañado de una sonrisa recíproca, suficiente para la comunicación.
Estamos aquí a la espera que las cosas cambien para bien, los vuelos están cancelados, en el cielo no se ven estelas de aviones y los países están totalmente cerrados. Estamos en contacto con la embajada de Hungría pero sin novedades de regreso posible.
Dosificamos la comida, derrochamos sonrisas, chistes, buen humor y esperanza. Aquí la primavera se está presentando, el verde de los árboles, los animales que vagan a nuestro alrededor como recuperando su terreno ante la ausencia de ser humano nos brindan todos los días algún espectáculo. Es común ver zorros, faisanes, aves de todo tipo. Añoramos volver a casa junto a nuestros seres queridos, a nuestro país. Pero, por el momento, es imposible lamentablemente.
Sabemos que la situación allá es muy dura para muchos, ojala esta pandemia sirva para reflexionar, para valorar, para cambiar lo que, como seres humanos hemos hecho mal con nuestros semejantes, con la naturaleza, con la vida”.