En el extremo sur rosarino, alguien abre con su llave un portón de metal en medio de una callecita asfaltada con casas muy humildes. Del otro lado del marco, aparece una imagen inesperada para foráneos y distraídos. No se trata del interior de una vivienda o un patio, sino que, en cambio, se abre un pasillo extenso con construcciones a medio terminar que, amuchadas, intentan hacer equilibrio. Al final, otra puerta con cerradura le pone límite a unos cien metros conformando, de esta manera, una pequeña comunidad. Ésta como tantas otras, son las vecindades que el miedo trazó a lo largo de toda la ciudad.
Los portones en pasillos de acceso público aparecen tanto en barriadas populares con extremas necesidades como en zonas urbanizadas, donde las viviendas son de material y el Estado despliega sus servicios con mayor énfasis. Rosario3 relevó cerramientos en los recovecos de Tablada, Villa Moreno y Empalme Graneros, y en los más ordenados barrios Acindar y Parque Field.
Hace algunos años, comenzaron a instalarse como escudos contra la delincuencia y la violencia. También, fueron interpuestos contra el avance del narcotráfico y sus atropellos. Hoy, son la muestra fehaciente de que la falta de seguridad se palpita en toda la ciudad.
La llave de la seguridad
Al sur, la pobreza apila una casilla sobre otra. La barriada de Tablada parece un laberinto. Algunos de esos pasillos han sido cerrados con portones, puertas y hasta chapones. Los instalados por la Municipalidad de Rosario son 7 y siguen un patrón estético y una finalidad compartida. Consultada por Rosario3, Josefina del Río, subsecretaria de Hábitat de la Municipalidad de Rosario confirmó que en la zona se ha desarrollado una intervención integral de desarrollo de servicios y en este marco, han recibido la inquietud vecinal de intercalar portones en pasillos. “Es una forma de organizar el territorio, no es distinto de la dinámica de una casa de pasillo en pleno centro. Los propios vecinos lo plantean, no tanto por seguridad, sino por una cuestión de ordenamiento y de control respecto de quienes ingresan y salen, muchas veces son familiares que viven todos en un mismo pasillo”, precisó.
La idea de cercar corredores fue trabajada durante años por el municipio junto a los habitantes de Tablada. Primero se logró el consenso de todos los involucrados y, al mismo tiempo, se revisaron las posibilidades estructurales, siempre “con el objetivo de mejorar la convivencia”. Una vez finalizada esa etapa, el Estado procedió a contratar empresas o cooperativas para que coloquen las cerraduras. “Se les hace copias de llave a todos los vecinos, pero ellos deciden quién tiene acceso”, aclaró.
Sin embargo, hay otros portones en Tablada que fueron emplazados por los propios vecinos para tener mayores condiciones de seguridad en una tierra sumamente hostil. Puertas de ingreso y egreso bajo llave que les permiten mantener cierto control de quienes deambulan, interrumpir de algún modo las corridas, e incluso, salvaguardarse de los tiroteos. “Nosotros cerramos en 2016 porque se metía gente de otros lugares. Se entiende que pasar por acá te permite ahorrar camino y también evitás el rayo del sol, pero empezaron a faltar cosas, nosotros estábamos acostumbrados a dejar todo afuera. Después faltaron cosas de los patios y dijimos «basta, pongamos un portoncito así el que no conoce, no se mete», contó un habitante del lugar, que prefirió no identificarse por temor a represalias.
Al cerramiento y las llaves individuales, se le sumó un horario de cierre. “Cuando está cerrado no entra nadie que no sea del pasillo. Los que vivimos podemos entrar y salir cuando queramos”, destacó y aclaró que la pequeña vecindad que conformaron está integrada mayoritariamente por abuelos, padres, hijos, tíos y primos. Durante los primeros años, el portón le puso coto a los que no se “rescatan”, pero, con los años y la efervescente escena criminal replicada en toda la ciudad, el límite empezó a borrarse: “De un tiempo para acá, se meten igual. Violentaron el portón un montón de veces, lo han roto y ahora lo cruzamos con un candado y una linga, que igualmente, de vez en cuando, rompen. Lo hacen para pasar del otro lado y poder hacer de las suyas”.
Rehenes
Aunque desde Fiscalía de Rosario y referentes barriales consultados desconocieron situaciones de cierres impuestos, un habitante de Tablada aseguró: “Algunos ponen puertas con la intención de adueñarse de los pasillos y manejar las vidas de las personas que quedan adentro, quienes no pueden entrar ni salir cuando quieren. Por suerte son los menos, lo hacen las personas que venden drogas, es terrible y es horrible, porque hay muchos chicos que quedan encerrados”, aseguró.
Lejos de quienes buscan mejorar su calidad de vida y lograr, a través de los portones, una estadía más tranquila, el vecino insistió en que hay “transas” que han bloqueado corredores o bien los tapialan con cal para protegerse de los tiros que les puedan “llover” de otras bandas. “La gente tiene que dar toda la vuelta para acceder a su casa porque ellos cercan el paso”, explicó. Los “rehenes” no denuncian porque están aterrados, según reveló. “Estos tipos son ignorantes y violentos, sacan a familias enteras de sus casas. Es una locura, pero no nos queda otra porque hoy, irte es caer en lugares peores y acá por lo menos nos cuidamos unos con otros”, remarcó.
Portones en Empalme Graneros y Villa Moreno tras crímenes aberrantes
El 5 de marzo pasado, Máximo Jerez, de 12 años fue asesinado a balazos y tres niños más resultaron heridos, en medio de un ataque a tiros contra un búnker en el asentamiento Los Pumitas. Al día siguiente, el dolor, la bronca y el hartazgo de familiares y vecinos se canalizaron en una pueblada inédita durante la cual, tiraron abajo la vivienda sindicada como punto de venta de drogas.
Al igual que el club donde jugaba Maxi, ubicado en Cotone 130 bis de Empalme Graneros, que fue amurallado como forma práctica y económica de contención y protección, los vecinos del niño asesinado solicitaron que el pasillo donde habitan sus padres sea cerrado, teniendo en cuenta las amenazas que recibieron tras el crimen. “La idea es cerrarlo con un portón para darle máxima seguridad al lugar y resguardar a la familia”, explicó la concejala Julia Irigoitia.
La idea no es original. En las inmediaciones, a pesar de la permanencia de Gendarmería nacional luego de la pueblada, “vecinos cerraron sus pasillos con portones por sus propios medios, por fuera del Estado”. Un habitante de la zona, quien prefiere no dar su nombre, aseguró que por calle Campbell hay cerramientos por los cuales quedan agrupadas entre 6 o 7 familias conformando un mínimo vecindario.
“Se han puesto de acuerdo entre vecinos, no solo pusieron portones sino que le hacen una mejorar a las entradas”, señaló. ¿Los motivos? “Lo hacen por seguridad, la situación está bastante complicada acá y hay que tener resguardo”, describió sobre la barriada.
En el sudoeste rosarino, Villa Moreno, también tiene sus pasillos de acceso público cerrados con puertas luego de que el barrio popular se tiñera con la sangre de los asesinatos de los militantes sociales Jeremías Trasante, Claudio Suárez y Adrián Rodríguez. Los vecinos fueron acorralados por la delincuencia y deben cerrarle el paso. O, al menos, intentarlo.
En el cuadrante comprendido por bulevar Oroño, Italia, Centeno y Biedma, existe al menos una decena de pasillos limitados por cerraduras. Es el número que contabiliz. Rosana, integrante del Movimiento Territorios Saludables (MTS) con más de 15 años en el territorio. Según mencionó, su instalación fue el fruto de una intervención estatal nacional y municipal que se fortaleció tras el triple crimen. “El Servicio Público de la Vivienda en conjunto con los vecinos y las organizaciones se organizaron en muchas mejoras para el barrio. Estaban los pasillos históricos y los vecinos dijeron que querían poner portones”, manifestó sobre aquellos días de 2015.
“En donde tenemos nuestra central pusieron un portón –contó- Es una canchita y alrededor están las casas. Ahí había un pasillo, entonces vos te metías por la cancha y salías a una calle. Lo que se hizo fue cerrar y que solamente tengan llaves los vecinos. Arreglaron los horarios, quién abriría más temprano, todo se hizo en conjunto y así se colocaron varios portones”.
Según recordó, entre 2022 y 2023 se concretó la instalación de los cerramientos en medio de una serie de mejoras. “Antes, al estar todo abierto, tanto las personas que venían haciendo sus cosas o la Policía entraban a la cancha sin fijarse si había criaturas. Con el portón, en cambio, si alguien se va a meter lo puede encontrar cerrado o si el portón está abierto tienen un poco más de cuidado para entrar. Todo Rosario está así, pero el portón te da un poquito más de seguridad”, consideró.
Cerrarle la puerta al descontrol
Un vecino de barrio Tacuarita, en el extremo sudoeste de Rosario, confirmó que en inmediaciones de calle Aborígenes Argentinos y Garzón “hubo cerramientos en el último tiempo”. Sin dar su nombre, reveló que los portones son colocados por vecinos sin que la participación del Estado. “Hay mucho consumo de drogas y alcohol. Los jóvenes de fiesta se meten en los pasillos de noche para consumir y hasta hacen sus necesidades. Al otro día, el olor es nauseabundo. Entonces, los vecinos acordaron cerrar de noche, pusieron el dinero y cada uno tiene una llave”.
“También, hay portones por Campbell y Maradona, en otro asentamiento de pasillos”, apuntó. “También ahí pusieron portones, pero no por droga, que por supuesto hay pero es tranqui”, observó. Según indicó, la venta de estupefacientes se desarrolla sin sobresaltos “si te conocen”. Sin embargo, se desatan peleas e intentos de robos que complican la habitabilidad, una escena que obligó a muchos a cercarse.
Los portones de rejas en Acindar y Parquefield
Graciela vivió casi toda su vida “en el primer country de Rosario”, el llamado barrio Acindar acomodado en el sudoeste de Rosario, en una de las casitas construidas por Acindar Industria Argentina de Acero S. A, sobre calles curvas, en torno a grandes centros de manzana parquizados a los que se llegaba a través de pasillos de tránsito irrestricto. Ese verde, que en la década del 50´era el pulmón de la zona, progresivamente se fue transformando en el blanco de la delincuencia por lo que los vecinos levantaron portones de rejas en cada uno de sus accesos.
Convertida en la presidenta de la vecinal y voz referente del barrio, Graciela Guidobaldi, dio cuenta de la existencia de unos 9 cerramientos que impiden el uso público de los corredores que bordean las viviendas camino al centro de manzana a fin de frenar los robos e intentos de usurpación. “Hace unos 20 años, empezaron a cerrar algunos centros de manzana de noche por temor a que alguien se asentara, acá muy cerca está la Villa La Honda –deslizó- Después creció también la inseguridad y se pusieron los portones en 9 pasillos que son accesos al centro de manzana”, sostuvo.
“En la actualidad están cerrados las 24 horas con llave”, confió. “Nuestro cerramiento en bien alto y tiene púas, también tenemos cámaras y no obstante, una vez alguien saltó. Sin embargo, estamos mucho más tranquilos”, continuó y admitió que su instalación es “una zona gris” ya que los tierras del fondo que pretenden inaccesible para extraños es de origen municipal. “Es el fondo de la casa de uno –justificó- entonces no daba que vinieran a construir edificios, entonces la vecinal con el Concejo lograron que fueran designados monumentos históricos municipales y a partir de ahí no los pudo tocar la Provincia y la Municipalidad brinda el servicio de mantenimiento”, explicó.
En el noroeste rosarino, un escenario parecido lo plantean los sinuosos pasillos del barrio Parque Field que supieron ser una marca distintiva de la zona. Concebidos como puentes peatonales en medio de las 600 viviendas construidas en los 60’ por la empresa Field Argentina, fueron transformándose en atajos de ladrones y maleantes, según cuentan sus habitantes.
“Hubo un decreto de 2016 para el cierre de pasillos perimetrales. Sirvió para cerrar algunos, pero el trámite requería tener todos los papeles al día (escritura, etc.) y el consentimiento por escrito de los 4 vecinos colindantes de cada pasillo a cerrar”, comentó Luciano Milani, presidente de la vecinal barrial.
“Luego –prosiguió- pedimos extender el decreto al resto de los pasillos y que, de paso, se flexibilicen las exigencias mencionadas. Ante la demora, la gente comenzó a cerrar sus pasillos de manera reactiva por los robos y demás situaciones de inseguridad que sufría”, mencionó.
En 2022 el Concejo emitió un decreto al respecto. Sin embargo, según el dirigente, “traslada las responsabilidades de la Municipalidad a la vecinal, y en la comisión directiva nunca logramos el consenso para aceptarlo e implementarlo”. Además –apuntó- la normativa “exige algunas cuestiones técnicas respecto del cerramiento que son costosas, y tanto los que ya cerraron como los que no no están dispuestos a hacerse cargo de ese gasto”.
De acuerdo al vecinalista, los cierres de los pasadizos “siempre fueron muy positivos no solo para los vecinos colindantes sino también para los del resto de la cuadra”, culminó.
El chirrido de la puerta reja que se abre interrumpe la tranquilidad del atardecer en este lado de la ciudad. Afortunadamente, es un vecino del barrio que acciona su llave e ingresa. Retorna la paz, por ahora.