Este domingo los cinco aspirantes a la Casa Rosada, Myriam Bregman (Frente de Izquierda y los Trabajadores), Javier Milei (La Libertad Avanza), Sergio Massa (Unión por la Patria), Patricia Bullrich (Juntos por el Cambio) y Juan Schiaretti (Hacemos por Nuestro País), protagonizaron el segundo y último debate presidencial que la Ley exige, antes de las elecciones generales del 22 de octubre. El próximo enfrentamiento ya será en las urnas. Y a diferencia del primer cruce en Santiago del Estero, éste en Buenos Aires tuvo otros colores: los candidatos usaron otros tonos en la ropa y en lo discursivo.
Myriam Bregman. Vistió remera blanca y saco rosa arremangado, un detalle no menor porque la prenda así levantada indica las ganas de empezar a trabajar, a hacer. Por otro lado, los colores elegidos remiten, como el verde la última vez, a lo femenino.
Se la vio mucho más dubitativa e imprecisa que en el primer debate. Nuevamente no hizo uso adecuado de los tiempos: o le sobraban o faltaban segundos. Usó mucho el bolígrafo para apoyarse –una muletilla objetual– y fue la única candidata que interrumpió mientras hablaban Milei y Massa. Usó algunas frases irónicas, como cuando le espetó al candidato de LLA que “había buscado en Yahoo respuestas”. Por momentos al hablar, esdrujulizaba; es decir, acentuaba una sílaba incorrecta, como en el caso de “sindical”.
Su minuto final merece un llamado de atención: pidió demasiado. Con tan poco tiempo y para que el mensaje no pieda fuerza, es recomendable pedir una sola cosa. Una a su favor: no leyó en ningún momento; sin embargo, parpadeó mucho lo que indica nerviosismo.
Patricia Bullrich. Coincidió en el color de su ropa con la candidata de izquierda. Se la notó un poco más suelta que en el primer debate, pero sus problemas de dicción hacen que no se entienda bien lo que dice. Resbala, se equivoca, hace silencios y cuando se pone nerviosa, su oralidad falla. El tema se agrava cuando tiene que extenderse, se pierde y duda.
Al comienzo del debate, fue notorio su nerviosismo por el latido de su ojo derecho, por el cual luego fue revisada por médicos. Con todo, Bullrich tiene por costumbre no mirar la cámara y eso provoca mucha distancia con el televidente. Si bien no sacó tanto la lengua como en el primer debate, sí lo hizo hacia al final, en otra demostración de ansiedad y nerviosismo.
El minuto final es para que el candidato se luzca e imprima en el otro el mensaje que, en definitiva, va a quedar, pero la candidata de Juntos por el Cambio cometió tres graves errores: ponerse los lentes, que operan como barreras, leer y encima equivocarse.
Javier Milei. Repitió atuendo: saco y corbata azules y camisa celeste. Otra vez, el detalle fue el saco abierto, para más informalidad.
Usó muchas veces la palabra “casta”, muchas más que en Santiago del Estero; y se lo vio nervioso: se tocaba demasiado la cara, la cabeza y caía en muletillas como “si” y “digamos”. También incurrió en la muletilla objetual, como Bregman: sostener el bolígrafo al hablar para conseguir seguridad.
Por otro lado, volvió a usar los recursos del primer debate: hacer caras, sonrisas irónicas, muecas, como para distraer del candidato que tenía la palabra. También tuvo algunos problemas de dicción y furcios (error en la pronunciación de las palabras) y eso que siempre estuvo muy atado al papel. Reiteró la falacia de autoridad (búsqueda de autoridad en un tercero), nombrando a un economista de su ideología política y leyó su final. En su cierre quedó claro el riesgo de atarse tanto a lo escrito: confundió en su oralidad “pantomima” con pantomina.
Sergio Massa. Esta vez cambió el color de su corbata por el rojo, que indica poder y fuerza y usó el celeste en la camisa, que en Santiago del Estero había sido blanca. Se notó su capacidad de retener datos –no leyó ninguna de sus alocuciones– y de improvisación –estaba muy atento a lo que decían los otros candidatos. Por ejemplo, aprovechó un cruce entre Milei y Bregman, para defender a las mujeres.
Todo esto se apreció también en su falta de parpadeo, que indica gran concentración.
No obstante, como en Santiago del Estero, enunciaba sus frases con tono de interrogación. Esto es un problema porque entonaciones abiertas, ponen en duda lo que se afirma. Desaprovechó el minuto final con un comienzo innecesario que le restó segundos: “Probablemente este minuto sea uno de los más importantes de mi vida...”. Es aconsejable proponer directamente, sin vueltas.
Juan Schiaretti. Otra vez traje oscuro –saco y pantalón azul, camisa celeste y corbata a rayas– y muchos gestos con sus manos, a veces abiertas, otras con el índice y el pulgar unidos. Su voz por momentos se cortaba y sin demasiados matices, resultaba monótono y aburrido. Equivocó la pronunciación de algunas palabras, como “narcotraficantes”, y por momentos perdía el hilo de los datos que brindaba.
Eso sí, se lució en el minuto final: miró a cámara y habló con claridad.
Pasados los dos debates presidenciales, ahora las urnas dirán.
*María Alejandra Dimónaco es licenciada en Comunicación Social, Locutora nacional con más de 30 años de experiencia, y especialista y asesora en oratoria y comunicación no verbal, media training y public speaking.