El presidente Javier Milei habló una hora desde las 20.30 en la Bolsa de Comercio de Rosario pero los efectos de su visita en la ciudad empezaron mucho antes por un despliegue de seguridad amplio y estricto, que se hizo aún más amplio y estricto por una amenaza de bomba, encorsetó la marcha de repudio organizada desde la plaza Sarmiento y marcó un día atípico para el centro, con un sabor extraño para los fieles libertarios que corrieron sombras durante la larga espera en la noche de viernes.

“¿Pasó algo oficial?”

 

A las 17, en Rioja y Paraguay, 14 policías provinciales anuncian el ingreso a la zona del operativo. Cada uno colocó en un ejercicio de equilibrio sus escudos con las siglas PSF de foma oblicua y sostenida por sus bastones. Así dispuestos parecen un juego de ingenio más que herramientas de represión. Acá el vallado no es total: no pasan autos pero sí peatones. El despliegue intimida: un joven, dos mujeres con cajas, un hombre con sobretodo que fuma habano, una chica que habla por celular; todos le preguntan qué hacer a la pareja de agentes que está en la esquina y no forma parte del bloque del operativo.

–¿Se puede pasar por acá?

–Sí, sí.

–¿Pero puedo salir después?

–Sí, sí –repite el agente amable.

–¿Pasó algo oficial?

–Viene Milei.

–Ahhh, bueno gracias.

La confusión y los diálogos se repiten sin parar en esta esquina, donde hay un corte híbrido. En cambio, en Rioja y Corrientes el bloqueo es total. De un lado del vallado quedaron tres mujeres policías que dan explicaciones. Del otro lado, parte del descomunal despliegue con mini buses verdes de Gendarmería, camionetas de la Policía Federal, de la PSA, y un poco más lejos la tanqueta negra que ostenta su poder con una quietud total.

Acá nadie puede pasar. Cuando un hombre con cara de apurado le dice a la mujer policía que necesita seguir hacia adelante, ella responde: “No se puede pasar, hubo una amenaza de bomba”. Cuando una mujer le dice que trabaja en un negocio, ella responde: “No se puede pasar, hubo una amenaza de bomba”. Si le insisten, agrega: “Están cerrando todo y desalojando por la amenaza de bomba”.

Calle Corrientes, hacia el edificio de la Bolsa, se hace intransitable y queda desierta. De pronto, la amenaza del supuesto explosivo es tan conveniente para el operativo, y tan poco para la gente que hace su vida en esa zona.

El cálculo de los jubilados

 

En la plaza Sarmiento, los dirigentes de las organizaciones sociales, políticas y sindicales que convocaron a rechazar, repudiar y declarar la “malvenida” de Milei a Rosario se juntan detrás de una bandera que resume lo que los une: “Pan, abrigo y trabajo”.

El Frente de Jubilados en Lucha reúne distintas agrupaciones y se suma a la marcha. Juan Manuel, de 74, y Néstor, de 69, critican la decisión del presidente de vetar el aumento del 8% y otras mejoras que aprobó el Senado.

–Es una vergüenza, es un nuevo golpe al bolsillo. Ni siquiera es el 8% porque con los descuentos es el 7,2% –empieza Juan Manuel sobre el hecho de la coyuntura.

El tipo veta esto, que en total son 50 mil pesos por jubilado, pero al mismo tiempo manda 100 mil millones de pesos destinados a fondos reservados de la Side –suma Néstor.

–Sí, pero no mezclemos –quiere ordenar la entrevista el más viejo de los jubilados.

–No mezclo, hay que explicarlo, porque el común de la gente se traga esto de que “no hay plata”. Mentira, no hay plata para los jubilados pero para los espías sí –responde, más a su compañero que al cronista que consulta.

La charla sigue. Dicen que la comida, los alimentos, la luz, la garrafa, el agua, hasta los médicos que meten un plus; todo aumentó mucho más que lo que sus haberes de pasivos pueden afrontar. Tienen que elegir entre comer o comprar medicamentos.

–Es un cerco para matarte –afirma Juan Manuel.

–Lo que están haciendo es un genocidio a la primera línea del pueblo que somos los jubilados– refuerza Néstor.

–Quieren hacer desaparecer el sistema previsional, no de golpe, te van sacando cosas de a poco, para volver al sistema privado.

Los dos voceros del Frente se retroalimentan, a veces se cruzan entre ellos, hasta que un grito los interrumpe: “Vamooo, vamooo”. La marcha se mueve.

Visibilizar el dolor

 

Los dirigentes de Amsafé y ATE Rosario, la CCC, la CTA Autónoma, del PCR, los diputados Carlos Del Frade (provincial) y Eduardo Toniolli (nacional), entre muchos otros, encabezan la movilización que pretende partir de la plaza por calle Corrientes (y San Luis) para llegar hasta la Bolsa, sobre Córdoba.

El canto “Milei basura, vos sos la dictadura” parte de los parlantes de una trafic blanca y el coro repite. Es nutrida pero no masiva; una cuadra, cuadra y media de largo.

Beto va por la bicesenda con el carro con tortas asadas. Vendió bien, entre 60 y 70 a dos mil pesos cada una. Mejor que su puesto de barrio Las Flores. Antes sacaba más de 70 por día; ahora 30 como mucho. Su puesto ambulante es como la capacidad instalada de la industria nacional: funciona al 50%.

Apenas cambia la entonación a “La Patria no se vende”, la marcha llega a su fin. Apenas 100 metros porque en Rioja no puede avanzar. Los ve llegar de frente en su bicicleta “La Pirucha”, un militante de 52 años de las minorías sexuales que se presenta menos formal: “Soy puto y loco”. Es anarquista. No acompaña a la marcha porque “son todos dirigentes, falta masa crítica” pero tampoco apoya a Milei.

El primero en cruzar Rioja y Corrientes es Del Frade. El periodista, escritor y legislador del Frente Amplio por la Soberanía intenta un diálogo con la Policía. Pero no tiene interlocutores de este lado de la valla, salvo la mujer agente que antes le decía a todo el mundo que no podían pasar por la amenaza de bomba.

–Buenas tardes, soy Carlos Del Frade, diputado provincial, quería saber si podíamos pasar.

–Imposible que lo dejemos pasar, señor.

–¿El operativo lo coordina la Policía provincial o es nacional? –repregunta el legislador.

–No sabría decirle –responde ella, ya con menos firmeza.

–Está bien, no te quiero incomodar.

No van a insistir ni dar la vuelta para no generar ningún incidente. Se quedarán en esa esquina para visibilizar “el dolor de las políticas de este gobierno”, resume Del Frade.

Una mujer se acerca y se apoya en las vallas. Es Mercedes, una radical de 69 años. “Radical de Alfonsín”, dice y aclara la decepción que tiene por el rol de la UCR.

Mercedes mira la hilera de gendarmes. Son nueve con escudos y bastones, atrás una segunda hilera de ocho y más atrás otros con armas.

–Qué triste papel de estos muchachos, lo que los ponen a hacer y el sueldo se los pagamos nosotros.

La militante radical vino sola a la manifestación. Sus dos hijos votaron a Milei. Hace una autocrítica: “Con mi marido no hablábamos de política en casa y para la política se requiere formación, sino los medios te pasan para el cuarto. Yo cuando era joven les creía a todos. Hay que estudiar, yo plancho escuchando historia”.

Cepita, pasta frola y forcejeos por el Rigi

 

A las seis y media de la tarde, el ingreso de la Bolsa de Comercio por Paraguay 777 es otra postal de una Rosario agitada por la visita de un presidente atravesado por una semana difícil: le tumbaron el DNU con fondos reservados a la Side, le aprobaron una recomposición a los jubilados y el bloque libertario cruje de internas.

Decenas de hombres de traje y algunas mujeres vestidas para una cena especial esperan para poder volver ingresar al edificio. Acá también la amenaza de bomba fue funcional al operativo. Todos los invitados y empleados fueron desalojados y tuvieron que hacer una larga cola para pasar por un doble control con scanner.

“Qué despiole”, define Graciela, con una carta en la mano que le quiere dar a Milei con una denuncia de un desalojo injusto que sufrió, según cuenta. La acompaña su primo Oscar. “Ahí viene Carlitos Perciavalle”, le avisa. Ella mira. El que viene no es Perciavalle sino Bermejo. Lo saludan. El periodista se sienta porque, dice, recién sale de una operación. La pareja lo rodea como a una presa.

Llega el gobernador Maximiliano Pullaro. Se arma un primer revuelo entre presentes, periodistas y curiosos. Graciela queda de casualidad frente a él pero no le da la carta con su drama.

Adentro, esperan a Milei, que todavía no aterrizó en el aeropuerto, con el pedido especial que hizo: jugo Cepita para tomar y pastafrola. No se quedará a cenar.

A unos metros, una escena rara. El canal “Chacra TV” hace una entrevista y de fondo una joven abrió un cartel: “Rigi, cheque en blanco para el saqueo”. Tres policías se le acercan. La agarran para sacarla. Un compañero de la manifestante interviene.

–¿Por qué la sacan?

–Se tienen que ir.

–¿Por qué?

–Porque sí.

La mujer detrás del cartel se zafa de las policías y grita: “Ustedes señores de la bolsa están saqueando al país”. Alrededor la reprueban. Primero la abuchean, después le gritan “afuera” pero técnicamente ya está afuera porque es la calle y un joven con gorrita de “Las fuerzas del cielo” se acerca desafiante: “¡Aguante Milei!”.

Cruzan la calle. La situación no pasa a mayores. Se acerca Rodolfo a hablar con Estefanía, la joven del cartel. Ella, enérgica, le asegura que el Régimen para las grandes inversiones es un saqueo de los recursos naturales. Que en África ya pasó: las multinacionales se llevan el dinero y dejan la contaminación y la pobreza. Rodolfo es mayor, habla pausado, cree en el libre mercado y que a las empresas les interesa el oro y el litio. Que las atrocidades ocurridas en África no tienen porque condenarnos a la pobreza a los argentinos.

–Hay una guerra por el agua potable –le recrimina ella.

–Pero eso no pasa acá –busca puntos en común él.

–¿Cómo no? ¿Usted no sabe que las mineras contaminan el agua de los pueblos? Eso está pasando ahora.

No hay acercamiento posible entre las partes.

Correr a las sombras

 

Son las siete de la tarde y una medialuna de 200 personas espera por el auto de Milei frente a la entrada del garage de la Bolsa. Por Paraguay hacia el río hay una docena de patrulleros y vallados. Pero algo raro pasa: tantos controles alrededor del microcentro y por acá pasa cualquiera.

Los militantes o seguidores de Milei se juntan, se saludan. No hay banderas, nadie canta, solo grupos que hablan entre ellos mientras esperan a su líder.

Adentro el acto empezó. Afuera la noche se cierra y el frío aprieta. Unos chicos se sacan una foto y se ríen. Otro grupo comparte mates y hablan de rugby. Unos más veteranos se seducen hablando mal de los políticos, de los “curritos”, de los que entran al sistema y ya no salen por puro acomodo. Los de la foto hacen chistes con la supuesta bomba, uno dice que cuando hay amenaza es porque no pasa nada. 

Todos esperan por Milei. Algunos abandonan. Un hombre que sale del edificio se apiada de los fieles y revela una bomba.

–Miren que Milei ya entró, eh, les digo para que no lo esperen.

El presidente llegó a contramano por Corrientes y entró a la institución que cumple 140 años (de eso se trata el acto) por el otro lado. Eso ocurrió hace 15 minutos pero a algunos les llega el dato como si estuviese pasando en este momento. Corren. Primero cinco chicos. Después otro grupo y otro. Llegan por la peatonal hasta Corrientes. Nada.

Aún agitados, Francisco de 17 años y Bautista de 15, explican qué los cautivó del libertario. El más grande dice que estaba por votar a Patricia Bullrich y en el cuarto oscuro cambió por Milei. Semanas después era fiscal del Peluca. Lo siguen por sus propuestas pero no pueden explicar bien cuáles, salvo la dolarización, que todavía no implementó pero estiman que le llevará dos años hacerlo. Los gestos, en cambio, los retienen con más claridad: cómo olvidar a ese candidato distinto, original, irreverente que con una motosierra amenazada con todo y contra todos.

Matías, el del gorro de “Las fuerzas del cielo” que le gritó a la chica del cartel del Rigi, tiene 24 años y está con Luna, su pareja de 23. Se afiliaron al partido de la libertad el año pasado en Rosario. A él, empleado de una administración de consorcio, le gusta todo del líder. A ella, estudiante de abogacía que dejó la carrera, no todo. Preferiría más atención a la cuestión social.

–No, yo no, ya se miró mucho lo social y se dio mucha ayuda. Demasiado. Ahora hay que mirar la economía, bajar la inflación y hacerla funcionar. También terminar con la delincuencia y con los extranjeros que vienen acá a estudiar o usar la salud gratis.

A las nueve de la noche no queda casi nadie. Un hombre se despide con su hija de otros dos: “Es tarde y cada vez hace más frío”.

Un grupo espera la salida por Corrientes y Santa Fe. Son unos 40. Quietos, callados. A las 21.30, cuando Milei suelta adentro uno de los títulos de la noche ("Voy a terminar estos cuatro años y además voy a ser reelecto"), un joven que está solo y no lo escucha se saca una selfie. Siete minutos después, se abren las vallas, se encienden los motores y la seguridad presidencial despeja Corrientes hacia el este.

En segundos pasa la caravana oficial. No hay saludo, ni foto para sacar, nada. Se desconcentran con desilusión. Nadie de la calle, de los que no pudieron ingresar al recinto exclusivo –eso que Milei definiría como la casta–, pudo ver a su líder esquivo en la noche helada.