“A río saqueado, pobreza de pescadores”, es el refrán modificado que utilizan quienes desde hace mucho tiempo observan con máxima preocupación lo que sucede en el río Paraná, en su paso por las provincias de Entre Ríos y Santa Fe. Los investigadores de esta problemática aseguran que lo que se está cometiendo es un verdadero “latrocinio”, y lo fundamentan diciendo que el “saqueo” se está realizando sobre “bienes públicos de la Nación”, como se considera a los peces de los ríos interiores. En los últimos 26 años, las empresas frigoríficas de pescados de la región, que no son más de 17, facturaron más de 601 millones de dólares por la exportación a unos 20 países. Lo hicieron en base al trabajo de más de 5 mil pescadores, que tuvieron como retribución una parte muy pequeña de esa gran torta. Se les pagan monedas por pieza extraída del agua, y así la depredación de la biomasa se consuma y se agrava en esta época de bajante histórica.
El flujo de las redes
La Real Academia Española define al término “latrocinio” como “hurto o fraude, especialmente el que se comete sobre bienes públicos”. Eso es lo que denuncia Hugo Toscano, investigador, fabricante de señuelos para pesca deportiva y pescador deportivo, aunque él prefiere presentarse ante Rosario3 como “miembro de la sociedad civil azorado por lo que estamos haciendo con los recursos naturales públicos”.
Toscano forma parte de un movimiento que está pidiendo “una veda extraordinaria por la gran bajante”, argumentando que “los peces están muy débiles, muy fácil de ser atrapados”. Por el momento, los gobiernos de Santa Fe y Entre Ríos niegan esa posibilidad porque entienden que “el recurso es sustentable”, y argumentan que “por la cuarentena se está pescando menos que en el primer trimestre del año pasado”.
“Por lo que venimos luchando es que se termine la exportación de los peces de río”, asegura Hugo. Y recurre a la ley argentina para fundamentar que “la biomasa de los ríos interiores no se exporta, porque son un bien público”. Por eso, afirma que los frigoríficos de pescado “están cometiendo un latrocinio, una estafa sobre los bienes que nos pertenecen a todos”.
Según un estudio publicado por la agrupación Ríos Sanos, hace 26 años que Argentina se ha convertido en uno de los pocos países que exporta pescado de río. Hasta hace poco era el único, pero en los últimos años también fue permitida esta actividad en Uruguay y Paraguay.
Los investigadores advierten que esta situación transformó la pesquería de “calidad de piezas” en una de “cantidad de piezas”, privilegiando el volumen sobre el tamaño. Así las cosas, el pescador, exigido a cumplir con cantidades, reduce las mallas de las redes y mata principalmente sábalos que no tienen los 42 centímetros recomendados para asegurar la reproducción de esa especie.
Toscano dice que esa exigencia de las exportadoras a los pescadores “hace que se extraiga todo lo que se mueve en el río”. Pero a la vez advierte que “lo más grave es que no se socializó esta actividad” y que en los últimos 26 años “se llenaron pocos bolsillos, los de los exportadores, y los pescadores están cada vez más pobres”.
El anzuelo de los números
Hugo Toscano dedica gran parte de su tiempo a estudiar las relaciones económicas, sociales, laborales y biológicas del río en esta región: “Esto empieza en 1994. El río Paraná en nuestra zona es un ecosistema muy particular, muchos dicen que se parece al Amazonas, pero no tiene nada que ver. Este río tiene una gran combinación de esteros, lagunas, entonces produce mucha más biomasa”, describe.
“En un principio, se estableció que solo se exportaría el excedente del consumo interno, pero el negocio fue creciendo, cada vez se empezaron a manejar más millones, y no hubo nadie que lo detuviera”, continúa. En el año 2012 se intentó establecer un cupo para la exportación, pero los entendidos aseguran que “nunca se respetó”.
El informe de Ríos Sanos, basado en datos oficiales, revela que entre 2007 y 2020 se exportaron 230.003 toneladas de pescado del río Paraná. Antes de la digitalización de las cifras, de 1994 a 2006, el Senasa contabilizó 308.393 toneladas exportadas. Esto da un total de 538.396 toneladas de pescados comercializadas al exterior en los últimos 26 años.
A 1.117 dólares la tonelada, que es lo que se pagó en promedio a lo largo de este tiempo, suma un total de U$S 601.388.332 recaudado por no más de 17 frigoríficos.
Ahora bien; al pescador le pagan 30 centavos de dólar por pieza. Si se lo multiplica por 269 millones de peces extraídos desde 1994 a esta parte -haciendo un cálculo en base a la cantidad de kilos exportados y a razón de 2 kilos por pieza-, la ganancia para los sacrificados trabajadores fue de 80.700.000 dólares. O sea que el rédito para un puñado de empresas fue de U$S 520.688.332 desde que comenzó el negocio.
Según el ministerio de la Producción de Santa Fe, hay unos 5 mil pescadores que se ganan la vida en esta parte del río. De acuerdo a los números anteriores, y recordando que se les paga por pieza capturada –sin importar el tamaño-, reciben unos 620 dólares por trabajador por año. Es decir, un sueldo de miseria de poco más de 5 mil pesos por mes, que los isleños tratan de elevar reduciendo el tamaño de las mallas de las redes y sacando “todo lo que se pueda” del agua.
Realidades de una y otra orilla
“Es que la pobreza nos pone tristes”, escribió Jorge Fadermole en su “Oración del remanso”. Y es así nomás: “El estado socio-económico de los pescadores es siempre el mismo. Este sistema perpetúa las condiciones de trabajo mal pago, sin relación de dependencia ni cobertura médica, algo que se agrava en tiempos de pandemia”, señala Hugo Toscano.
El investigador asegura que “hay una explotación sobre el recurso natural, pero también sobre los recursos humanos”. Y advierte que “hay una responsabilidad del Estado nacional, que no controla, pero con la complicidad de los estados provinciales que miran para otro lado”.
Luego remarcó que “quedaron más de 500 millones de dólares para 10, 12 o 15 empresarios. Y en todo ese tiempo no pusieron un tipo en el agua, no socializaron las ganancias, pero sí las pérdidas, porque cuando no hay peces, los trabajadores no cobran”.
“En el mejor de los casos, la renta mensual de los pescadores es de 7 mil pesos; decime vos qué puede hacer una persona con esos ingresos. Basta con recorrer la costa para ver cómo viven hacinados, en muchos casos tirados bajo cuatro palos y un silo bolsa”, reflejó Toscano.
En cuanto al ecosistema, el lugareño subrayó que “el río está en una situación bastante crítica”. Precisó que el Paraná en nuestra zona tiene una corriente “aluvional, donde hay un canal grande y después hay un montón de bañados, esteros y cursos de agua secundarios, que hoy están secos”. Y destacó que “en esos lugares habitualmente se alimentan los ejemplares jóvenes, eso hace que toda esa biomasa se vaya al cauce principal, donde son atrapados fácilmente en las redes”.
“La malla debería ser de 16 centímetros y hoy se están usando de 12 centímetros; se pescan sábalos que todavía no desovaron, lo que produce un daño impresionante para la especie y muy difícil de recuperar”, lamentó Toscano.
Estas agrupaciones se han asesorado con abogados ambientalistas y han presentado amparos, proyectos de ley, incluso ante la cámara de Diputados de la provincia, pero ninguno logró avanzar.
“La ciudadanía no conoce esto, es hora de trabajarlo con la ciudadanía, con las escuelas, porque la gente cree que es una pelea entre pescadores deportivos y pescadores artesanales, pero hay toda una cuestión social y ambiental que queremos visibilizar”, expresó el especialista. Y comentó que “a los rosarinos les pasa esta realidad frente a sus ojos”.
Toscano explicó que, entre los 20 países a los que se exporta pescado de nuestro río, “los mercados más importantes son Colombia, Brasil y Nigeria”. Y cerró con un dato alarmante: “En Colombia existía un pez muy preciado que era el bocachico, que fue depredado y casi extinguido. Ahora compran sábalos porque dicen que son muy parecidos”.
La vida amenazada en el río
Norberto Oldani es un biólogo santafesino e investigador del Conicet, especialista en el ecosistema de nuestra región. “El río Paraná, así como lo conocemos, tiene como mil años, pero el origen del Paraná se remonta a 3 o 4 millones de años. Y el origen de las especies que viven allí, el surubí, el sábalo, el dorado, la boga, a 10, 12 o 20 millones de años. O sea que estos peces existían como especies antes de que existiera el río Paraná”, explica con pasión.
Después apuntó que “si hay algo que destaca a las poblaciones de peces del río Paraná, y también del río de La Plata y del Uruguay, es que son grandes peces, los que llamamos los peces migradores. Son los que tienen importancia económica, los mejores para capturar, y los que mejor se adaptan a las condiciones del río que habitan”.
“Hay dos grupos de peces en el río Paraná; los de origen amazónico, que son bien de río, como el surubí, el dorado, el sábalo, la boga. Y después están la sardina, el pejerrey, la raya, el lenguado, que vinieron del océano. Todos esos peces hoy conviven en esta parte del río”, describió.
Oldani reseñó que “la mayoría de los peces se reproducen hasta Rosario, no van más arriba a poner sus huevos. Pero el surubí, al ser un pez más grande, va mucho más arriba, hasta La Paz. Pero la mayoría usa toda esta área, hasta el Río de la La Plata, para la reproducción”.
Luego de hacer esa contextualización, el biólogo confirmó que “es la primera vez que los peces están sufriendo sobreexplotación en toda esta zona; en 400 años es la primera vez que tenemos este gran problema de sacar más de lo que el sistema naturalmente puede reproducir”.
“El manejo sustentable es la mejor herramienta de conservación y de utilización del sistema. Lo que el sistema no soporta son las avivadas, los vivos que en unos años quieren sacar todo lo que pueden del río, quedarse con la ganancia y que los otros miren”, enfatizó, Y después planteó: “Cuando aparecen los vivos, ¿quién gana más? El que achica primero la red. O sea; el que destruye el recurso”.
Oldani advirtió que “si esto no se maneja con responsabilidad, con las especies actuales va a pasar lo mismo que sucedió con el manguruyú, el pacú, el salmón de río: se van a perder como recurso. No se extinguen, pero se pierden como recurso”.
Luego sentenció que “el surubí está derrapando por la pendiente por la que ya pasó el manguruyú, el salmón de río. Esas especies pasaron por ahí y nadie se dio cuenta”.
El sábalo, especie clave
El investigador santafesino aseguró que “el sábalo es la especie clave en el río Paraná”. Y argumentó que “sus huevos son la base alimentaria de los ejemplares jóvenes y de las larvas grandes de las otras especies como surubíes, dorados, bagres”. Hoy los sábalos son los peces que sufren la mayor depredación por parte de los pescadores de esta zona, para luego venderlos a los frigoríficos, con destino de exportación.
“Hay aproximadamente mil peces por hectárea en esta zona del río, de los cuales la mitad son sábalos. O sea que hay 500 sábalos, que a un promedio de 300 gramos cada uno, son como 150 kilos por hectárea por año. Eso multiplicado por 20 mil kilómetros cuadrados, da un número gigantesco”, calculó Oldani. Y valoró que “esa es energía que sale del sábalo hacia las otras especies, que queda en el sistema”.
Luego dijo que “el sábalo come materia orgánica en descomposición, como hojas, raíces, y luego la convierte en huevos y en alimento para las otras especies. Es una fuente de energía enorme, la más grande del sistema”.
“Lo que yo no entiendo es que se haga un daño al sistema que se puede evitar. Para dar un ejemplo, la obra de Yacyretá hizo que se perdiera la mitad de la biomasa del Alto Paraná”, concluyó.
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