Nora deja que le digan abuela. Le gusta que además de sus nietos –hijos e hijas de sus 9 hijos e hijas– la llamen así todos los que se alimentan de la enorme olla que revuelve y revuelve en el norte de Rosario hace más de 16 años. Hasta hace unos meses atrás, el comedor y su casa eran la misma cosa, ahora cuenta con un galponcito donde además de cocinar y darle de comer a las familias más carenciadas, ve lo que pasa. Y escucha.
“Muchas mujeres vienen y me dice. «Mi marido salió a cartonear y no consiguió nada, ¿me das un fideo, un poco de azúcar? El cirujeo es cosa cotidiana, muchos salen muy temprano con un changuito o con una bolsa porque no tienen otra cosa, van caminando y a veces no llegan al centro y en cada esquina se encuentran con alguien en la misma situación. Se compite por un contenedor, por un cartón y el primero que llega se lo lleva. Yo lo sé porque mi hijo es cartonero, sale y se encuentra con cien iguales a él. Te dan ganas de llorar”, manifestó en contacto con Rosario3, consultada sobre los efectos de la pandemia en los márgenes de la ciudad.
Nora Leiva –el nombre completo de la "abuela"– fue contundente al dar su mirada de lo que queda a más de un año de aquel 20 de marzo del 2020. Vive en cuerpo y alma las cifras de las estadísticas que revelan la existencia de un 40 por ciento de pobres en el país de entre los cuales, medio millón de personas están radicadas en el Gran Rosario. “Hay muchas mujeres con hijos que solo tienen la Asignación Universal, vienen al comedor sin zapatos. Si les dan de comer no les alcanza para vestirlos, lo sé porque me pasa con mis hijos también”, advirtió.
Desigualdad al límite
“La gente se sostiene con changas y cartoneo, con las restricciones volvió el mangueo de sobras en las carnicerías y el raid por las copas de leche”. Para Hugo Centurión, integrante de la agrupación Barrios Originarios de Rosario, la crisis causada por el coronavirus acentuó la pobreza en los sectores más humildes pero sobre todo, subrayó la desigualdad. “El Estado ha dejado a muchos pibes a su merced y los caga a tiros. Mientras los otros chicos se divierten en fiestas clandestinas en casas de Funes los chicos del barrio no pueden ir a la plaza ni a La Florida. Hay una desigualdad total, mientras hay fiestas y picadas, acá nos tienen encerrados y si cirujeamos la Policía te saca el carro”, destacó.
“Para muchos chicos la alternativa es ser un soldadito o un pobre cartonero, son dos extremos” sostuvo y continuó en ese sentido: “Las organizaciones sociales y el Estado con becas de 3 mil pesos no podemos competir con el “señor” que en el barrio los cubre, los protege y les paga 15 mil pesos. Antes llevaban a los pibes a la cancha (cuidacoches), ahora los llevan a que tiren tiros”.
“Sin carros ni caballos, son ellos lo que ahora traccionan a sangre”, observó sobre los muchachos y muchachas que buscan en la basura un modo de sobrevivir y deben cargar por kilómetros lo que recolectan. Se los puede ver en el centro de la ciudad, sorteando el paso de colectivos y autos veloces, con sus cuerpos semienterrados entre los desperdicios, trajinando su despojo.
Pobres viejos y no tan viejos
“Desempleo, hambre y esta enfermedad que nos toca vivir”, enumeró Débora Salinas, quien se define como “una piba de barrio humilde”, sobre las huellas que deja la pandemia. Desde su labor social en la zona sudoeste de Rosario, aseguró que hay “hambre real” y sumó “el frío y los precios de los alimentos y la ropa que es inaccesible porque si te vestís no comés, así es básicamente”.
“Sabemos que la merienda o la cena que les damos en el comedor es lo único q consumen en el día, algunos tienen quizás un rancho donde dormir y otros duermen dónde les llega la noche. La vida no está siendo como la pintan, e. muy duro el día a día en los barrios y con lo que lidian nuestros compañeros”, consideró.
Aunque los niños, niñas y adolescentes son la gran preocupación de los movimientos sociales, Salinas no dejó de reparar en la situación de las personas más grandes que en los barrios vulnerables: “Muchos adultos mayores no cobran jubilación porque no saben cómo tramitarla, con la misma vacuna del covid pasa, todo lo que es trámites vía web es muy engorrosos para ellos”, planteó y apuntó otra situación: “Los adultos que no están en la edad de jubilarse son otro tema. Están cagados a palo por la vida, toda la vida hicieron trabajos pesados y hoy en día no les da el cuerpo para seguir el mismo ritmo pero no pueden jubilarse porque no les da la edad y no entran a una pensión porque no les da el porcentaje de discapacidad para obtenerla”.
Y a continuación, profundizo al respecto: “Hay trabajo. que dejan secuelas. Mi viejo, sin ir más lejos, toda la vida fue albañil (en negro obviamente) y hoy con 60 años no puede levantar una botella de agua porque sufre de tendinitis aguda. Sin contarte las compañeras y compañeros que trabajan en los hornos de ladrillos (fabrican a mano los ladrillos de construcción) un trabajo durísimo. Tengo vecinas y vecinos que sufren de hernia de disco con 35 o 40 años”, precisó.
Antes ayudaban en el comedor, hoy piden comida
En La Lagunita y El Cañaveral el escenario es calcado. También en diálogo con Rosario3, Nelson Mansilla al frente de un comedor y un centro cultural, trazó el panorama pandémico: “Muchos vecinos y vecinas que venían a dar una mano y colaboraban ahora vienen a buscar comida”, graficó.
De acuerdo a un relevamiento que efectuaron en la zona, “el 40 por ciento de la gente tiene algún tipo de ingreso es blanco, en su mayoría en la construcción y el resto son trabajadores irregulares que laburan de cartoneros, en huertas y ferias o hacen changas”, detalló.
“La pandemia vino a noquear lo que estaba golpeado, acá no hay agua ni luz y esa poca esperanza en la construcción social se debilita cuando se nos aísla de todo”, admitió pero aseguró que se trabaja más intensamente para revertir ese ánimo: “La hermandad volvió al barrio, esta cosa de darle la mano al vecino, a armar la olla y la copa de leche entre todos. Aprendemos que salvación es entre nosotros”, concluyó.
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