“Tomé la decisión total e incuestionable de luchar para que lo que había pasado no quedara en dolor y desmemoria y así encontrar a los nietos que son desaparecidos vivos”. A los 91 años, Estela Barnes de Carlotto asegura que tuvo dos vidas, una antes y otra después de ese instante de transformación. Los militares habían asesinado a su hija mayor Laura y sabía que había dado luz a un niño, su nieto. La tristeza, el desgarro, el miedo y la desesperación fueron a anidar a un retazo de tela blanca, un pañuelo que sería un símbolo mundial de paz y justicia. Hoy, a 45 años de sus primeras rondas en la Plaza de Mayo, de esos incipientes pasos dados agarrada de los brazos de otras mujeres que como ella habían perdido los amores más preciados, la presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, celebró en diálogo con Rosario3, la recuperación de la identidad de 130 nietos y nietas, entre ellos la del suyo propio, Ignacio Montoya Carlotto, y aseguró que no van a parar hasta abrazarse con los que faltan ser encontrados.

Las Abuelas junto a Pérez Esquivel en una marcha.

La voz de Estela tiene la edad de su espíritu. Suena joven, aunque grave y señorial. Una contradicción que no es nueva: a los 48 años, en plena madurez, se convirtió en una Abuela de Plaza de Mayo y hoy, en su vejez, ostenta la vitalidad y la lucidez de una treintañera. Sin embargo, por estos días una afección en la espalda y la cadera la obliga a reposar en su casa de La Plata. “Tengo 91 años querida, es mucha edad. Mucha vida de lucha y lógicamente el cuerpo te lo demuestra”, explica con un tono de resignación que enseguida abandona para advertir que sigue en plena actividad.  “Hace rato que estoy participando de forma virtual en Abuelas, sigo trabajando porque es importantísimo. Somos tres abuelas nada más, pero hay empleados y también están los nietos”, sostiene en relación a los “chicos”, los ya adultos y adultas, hijos e hijas de sus hijos e hijas, que fueron recuperados y hoy toman la posta de sus abuelas buscadoras.

“Hace un mes que estoy sin volver a las oficinas de Buenos Aires para hacer lo que siempre he hecho, no solo estar en la oficina, sino cumplir con las invitaciones que nos hacen de todos lados del mundo y en Argentina. Pero hay que acomodarse a la situación y no bajar los brazos, eso es lo importante”, asegura y pareciera agitar en esa última frase su propia bandera, la que izó una y otra vez.

Estela de Carlotto

Las dos vidas de Estela

Nació el 22 de octubre de 1930 en la ciudad de Buenos Aires, en una familia tradicional. Estudió y se recibió de docente y muy jovencita comenzó a dar clases en una escuela de los márgenes de La Plata. Su único novio, Guido Carlotto, se convirtió en su esposo y juntos tuvieron a Laura el 21 de febrero de 1955, después nacieron Claudia, Kibo y Remo. “Mi vida ha sido en dos partes”, dice sobre el antes y después que significó el crimen de su hija mayor y su consecuente militancia en Abuelas. “Yo era directora de una escuela, 4 hijos”, expone sobre ese pasado en el que también fue ama de casa y ayudante de su esposo en la pinturería familiar. Eran días donde todo parecía acomodado y previsible, un tiempo en que, sin imaginarlo, germinaba una Estela convencida, fuerte y solidaria. “Lo que soy he sido siempre. Siempre fui luchadora, me exaltaba solamente cuando había injusticia. Fui maestra con amor infinito a los chicos, con una gran necesidad de ayudar. Y que me toquen a una hija, despertó en mí una leona. Salió la mujer que dijo «Dejo todo para buscar a mi hija» que me la entregaron muerta 8 meses después de haberla secuestrado. Su bebé nació en cautiverio, a ella le dijeron que me lo dejaban a mí y nunca lo trajeron”, apunta.

Laura formó parte de la Juventud Peronista primero y después de Montoneros donde participaba del área de Prensa. Estudiaba profesorado de Historia en la Universidad de La Plata. No solo fue su primera hija sino la impulsora de esa Estela combativa y justiciera. Su causa fue una herencia para esta mujer que hasta entonces optaba por no meterse en política. Si Estela dio a luz a Laura, ésta, con su muerte, le dio nacimiento a la Abuela de Plaza de Mayo. “En 1978 mis dos hijas militaban políticamente en la universidad de La Plata. Sentíamos temor cuando comenzó la dictadura, nos dimos cuenta que los militares eran atroces porque ya antes de eso había una banda, la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) que secuestraba y asesinaba, generalmente, a personas de los gremios, solo que los cadáveres los dejaban a la vista -señala y agrega- acá la dictadura ha sido tremendamente feroz, con secuestros y muertes, todo clandestino, y hasta hoy estamos buscando los restos de centenares de desaparecidos y por eso nació el Equipo de Antropología Forense que es parte de nuestra lucha, de la búsqueda de los adultos asesinados y de los bebés que nos los mataban, sino que los robaban y los criaban quienes ellos querían o los dejaban, hasta han pasado de un país a otro los chicos, para dejarlos lejos de sus familias biológicas”.

Laura Carlotto.
Laura Carlotto.

La primera vez que Estela buscó a un desaparecido no fue con el secuestro de su hija sino con su marido, en 1977. “Mi esposo estuvo secuestrado 20 días, torturado, viendo y sufriendo con los sufrimientos de los demás porque eso era tortura, tortura y muerte. Pudo ver la crueldad de esta gente que no parecía humana. Salió de ahí muy enfermo. Yo consulté con jueces, abogados, me quisieron estafar, fue una tarea tremenda. Por supuesto pagué un rescate que me pidieron, pero finalmente, él salió”, cuenta sobre esa primera experiencia que se repetiría meses después con Laura, a quien vio por última vez el 31 de julio de 1977. El 16 de noviembre recibió su última carta y llamado telefónico desde Buenos Aires, donde vivía de forma clandestina. “Mi esposo la veía con mucho cuidado, pero las garras de estos asesinos les llegaron a ella y a su compañero en noviembre del 77. Desde ahí no tuvimos más noticias de ella y entonces -reconstruye sobre esos días terroríficos- empecé a hacer lo mismo que había hecho con mi marido. Pagar rescate, hablar con jueces que contestaban lo mismo a cada Hábeas Corpus, y lo bueno, lo sensacional fue unirnos, no estar solas”.

Una abuela, las abuelas

“Mi consuegra, la mamá de María Claudia Falcone, una de las desaparecidas en la Noche de los Lápices y parte de nuestra familia política, me dijo «Estela ¿por qué estás sola buscando si hay otras señoras como vos que buscan a sus hijos, sus hijas y a sus nietitos?» Y ahí, encontré en La Plata a mis compañeras de toda la vida”, refiere sobre cómo fue su encuentro con otras abuelas.

Estela en una marcha junto a las Abuelas.

En abril del 78’ Guido y Estela supieron a través de una mujer que había estado detenida con Laura de que estaba embarazada de 6 meses, y que si era varón el bebé se llamaría Guido. El 25 de agosto de 1978 fueron citados por la Policía a una comisaría de la zona. Allí estaba el cuerpo de Laura. La partida de defunción oficial señalaba que ella y un compañero se habían tiroteado con el Ejército, pero gracias a testimonios de compañeros, Estela pudo saber que la sacaron del centro clandestino donde estaba secuestrada con la promesa de que saldría en libertad bajo juicio sumario. Es por esto que en 1985 la familia pidió la exhumación del cuerpo de la joven de parte del Equipo de Antropología Forense. En ese marco, el doctor Clyde Snow le confirmó que era abuela. Se pudo saber también que Laura había sido reducida y le quebraron un brazo en ese intento. En el suelo, ya de espaldas, le dispararon.

Poder encontrar a Guido fue el motivo de su nueva vida. Pero no solo a su nieto, sino a todos los nietos apropiados que faltaban de sus casas. Fue entonces que recicló un dolor personal en una causa colectiva, sin dudas el valor más caro de las Abuelas de la plaza. Mientras la dictadura seguía en pie, estaban obligadas a actuar en secreto: “Teníamos códigos para nuestros encuentros, disimulábamos fiestas y cumpleaños en confiterías, pero estábamos firmando papeles para los jueces, organizaciones internacionales como las Naciones Unidas, Amnistía Internacional, Cruz Roja, organismos que nos han ayudado y nos siguen ayudando”, destaca sobre ese tiempo. “¿Corríamos riesgo? Y sí, no te creas que yo soy una gran valiente. Cuando yo fui por primera vez a la Plaza de Mayo temblaba, me tenían que sostener dos compañeras, una de cada brazo. Estábamos rodeadas de policías a caballo, de armas que nos apuntaban, carros para llevarnos presas o corrernos, en fin, era riesgo de vida. Y me llevaron y me dijeron «No te va a pasar nada». Cuando nos veían hacer esa ronda en Plaza de Mayo nos decían «Déjenlas, son mujeres, son inferiores, se van a cansar, son unas viejas locas y nos dejaron y no se dieron cuenta que sí estábamos locas, pero de amor, locas de dolor y de actividad y que vamos a seguir”, expresa con el entusiasmo que se palpita en los comienzos. La aparición de “las locas de la plaza” fue subestimada por los militares que solo veían en estas mujeres a amas de casa sin formación política ni juicio crítico. No pudieron ver que serían las fundadoras de un movimiento con alcance mundial por la paz y que con cada vuelta por cada plaza del país revelarían sus atrocidades y los llevarían a juicio.

“Yo hablo no sólo por mí, soy parte de la asociación, pero me tocó tener un poco una función de liderazgo, en principio por mi personalidad, porque yo soy así, pero no porque las otras abuelas fueran diferentes. Algunas salieron de la cocina porque no habían salido a trabajar nunca, de profesiones importantes, de actividades literarias, en fin, todas nos amoldamos a lo que teníamos que hacer, sobre todo. Nunca nació el odio o la venganza sino la lucha”, subraya y de este modo resalta una vez más el sentido de unidad que caracteriza a las Abuelas. Es una y son todas quienes resignificaron el valor de la movilización y la expresión, la conservación de la memoria y la lucha por la justicia sin venganza, en detrimento de la persecución y la muerte. Pudieron transformar la oscuridad de cada una de esas muertes individuales en una construcción de vida en común. Hicieron con su dolor, el más terrible causado por la pérdida de un hijo o una hija, una forma de vida democrática, respetuosa de las normas y las leyes, que sería el único camino del que jamás de apartarían. Ellas que habían sufrido los embates de la ilegalidad y la clandestinidad, lograron poner a la luz de la Justicia cada uno de esos delitos cometidos bajo el amparo de un gobierno de facto y promovieron una idea que tanto costaría instalarse: que la violencia política de los militantes no es equivalente no equiparable con la violencia política perpetrada en nombre del Estado.

Estela con Laura.
Estela y Laura.

Sembraron en medio de la ignorancia y el descreimiento acerca de los alcances siniestros del accionar clandestino del Estado dictatorial y la hostilidad de gran parte de la población conceptos que hoy aparecen casi naturales: el derecho a la identidad, el juicio justo, la libre expresión y la participación política. “Las Abuelas hemos viajado por el mundo a países que jamás soñé ir”, continúa Estela. “Hoy en día es distinto, pero en aquella época, 40 años atrás, era por ahí dos meses que nos pasábamos en un país como Canadá, los países Escandinavos, por supuesto, Italia, España, Francia y Holanda. Ahí fuimos para pedir socorro, ayuda, y también búsqueda porque los niños robados podían estar en cualquier lugar del mundo. Eso lo pensamos seguir haciendo de una manera real a la situación cuando se pueda volver a viajar sin temor al virus”, comenta sobre los planes de un futuro posible.

Las Abuelas tuvieron y tienen una capacidad inédita en la historia nacional de aportes y cambios siendo mujeres sin formación política. Su lucha ha permitido avances en el campo jurídico nacional e internacional, en la psicología y la genética. Desconociendo a sus nietos y nietas, le otorgaron su verdadera identidad, un derecho humano primerísimo. Este trabajo ha permitido tomar verdadera dimensión de un concepto hasta entonces vapuleado.  Son ellas las que le enseñaron a la sociedad la relevancia de la tarea de devolverle a cada nieto el conocimiento de su origen y con ello, revelar la criminalidad del acto de su sustracción. “Siempre hubo mucha gente que nos ayudó, venciendo el temor. Además, nosotros supimos buscar los elementos científicos para el reconocimiento de los nietos”, remarca al referirse al Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) de familiares de chicos desaparecidos.

Se estima que unos 500 niños y niñas fueron apropiados por el gobierno de facto. A través de Abuelas, se encontraron 130. Hay una generación en Argentina que encarna un interrogante: toda persona nacida entre 1974 y 1981 en Argentina que haya sido adoptada o sepa que sus padres no son biológicos, puede ser hijo o hija de desaparecidos.

Estela con las Abuelas por la identificación de sus nietos.

Guido

El 5 de agosto de 2014 Estela y su familia se reencontraron con Guido, el hijo de Laura que había sido criado bajo el nombre de Ignacio por una pareja de Olavarría. “A mi nieto lo busqué y lo esperé 36 años, pero no lo buscaba solo a él. Cada nieto que se encontraba era el nieto de todas, la alegría de una Abuela era compartida por todos porque realmente nuestra asociación es una familia. Yo decía en algún lugar está. O sea que lo buscaba adentro y afuera del país porque sabía que a muchos nietos los habían sacado. Siempre con esperanza, llegó el momento. El milagro se produjo”, manifiesta y se le nota la sonrisa en la voz. De acuerdo a su relato, una persona del lugar le comentó a la pareja de Ignacio que no era hijo del matrimonio al que él consideraba sus padres. “Entonces lo habló con él y él fue quien dijo «¿No seré hijo de desaparecidos?» Y hay algo que dijo que cada vez que me acuerdo me causa mucha gracia. Enseguida se comunicó con nosotras, con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) que lleva adelante es mi hija Claudia. Vino a Abuelas, nadie se dio cuenta que podía ser mi nieto. Dice que mientras esperaba a sacarse sangre, miraba la televisión y salía yo, entonces se dijo «Bueno, si voy a ser hijo de desaparecidos, por lo menos que mi abuela sea Estela». Entonces yo le digo ahora con el cariño divino que nos tenemos, «¿No estás arrepentido?» y él me dice «No, no, abuela»”. Y termina la anécdota riéndose con ganas. 

Estela y su nieto Ignacio

“Estamos en muy buena relación, el vino enseguida cuando recibió la noticia de parte de su tía Claudia que le dijo «Mirá además de ser hijo de desaparecidos, te tengo que decir algo especialísimo: que yo soy tu tía porque Estela es tu abuela». Se quedó mudo. Y después viene una historia familiar muy linda, grata, sin problemas, mucho respeto y templanza. Yo nunca di un paso más delante de lo que sabía que él quería dar porque fue fuerte el cambio de su vida, muy fuerte”, subraya y añade en relación a esta recompensa de la vida: “Cuando lo encontré a él, volvió Laura. Sentí que volvía Laura y es cierto, él lleva la sangre de mi hija en sus venas, y ese dolor, esa ausencia, se hizo menos fuerte”.

El porvenir

Ignacio Montoya Carlotto es el nieto encontrado por Abuelas número 114 y uno de los 14 nietos y nietas de Estela. Su hijita es una de sus 6 bisnietos y bisnietas. La vida sigue adelante, pero la búsqueda no se detiene. “Ya no quedan muchas Abuelas, pero la lucha continúa. ¿Quiénes están ahora integrando la comisión directiva de Abuelas si no hay Abuelas? Los nietos, los recuperados, los que buscan a sus hermanos, los que están consustanciados con que esto no se debe olvidar y están tan preparados porque hace mucho que están con nosotros, se han informado, han aprendido el no odiar sino luchar y ellos son los que van a quedar a cargo total cuando no haya más ninguna abuela -establece y concluye entre risas- Ya tenemos el relevo, pero yo digo con mucha gracia y levantando el dedo de directora de escuela que mientras exista una abuela, manda la abuela”.

Consultas

Además de la enorme cantidad de entrevistas a Carlotto publicadas en diarios y revistas y emitidas en canales de televisión, se destacan:

“Estela, la biografía de Estela de Carlotto”, Javier Folco.

“Verdades verdaderas, la vida de Estela”, de Nicolás Gil Lavedra.

“Estela, el documental”, de Silvia Di Florio.