Es marzo del 2024 y Rosario3 recorrió supermercados, perfumerías y jugueterías para corroborar lo que la economía feminista denuncia desde 1992: el impuesto rosa o pink tax. Un valor extra en el costo de algunos productos por el solo motivo de ser rosados y funcionales a mujeres e identidades feminizadas.
Durante los recorridos se observó que un paquete de máquinas de afeitar azules con tres unidades alcanza los 2.350 pesos, el rosado trae una afeitadora menos y su precio es 3.342 pesos. Una marca muy reconocida de desodorantes ofrece el antitranspirante femenino a bolilla a 1.519,99 pesos mientras que el mismo, pero destinado a varones, cuesta 1.210. En juguetes, la valija para niños que sueñan con ser doctores está 8.419, la misma pero para niñas 8.922.
La diferencia de precios no es nueva y desde hace siete años, una consultora privada analiza el mercado para detectar el avance o retroceso del fenómeno pink tax. En 2023, las mujeres pagaban un 12,5 por ciento más que los varones en al menos seis productos. Las secciones más afectadas: perfumería, higiene, vestimenta, juguetería.
Esa diferencia económica “no se atribuye a los costos de producción, ya que surge en la venta minorista, esto sugiere que es una decisión comercial que tiene como premisa que las mujeres están dispuestas a pagar más por su apariencia o higiene”, comentó la economista Agustina Barman y mencionó que esa diferencia tiene un impacto negativo en el bolsillo de mujeres e identidades feminizadas porque se ven obligadas a enfrentar un gasto mayor por el solo hecho de ser mujeres.
Pero además, Barman hizo un análisis más estructural del panorama económico femenino en Argentina, ya que al mal llamado impuesto rosa se le debe agregar que ellas tienen una menor participación en los trabajos remunerados, una brecha salarial del 27%, impedimentos para ocupar puestos de poder por el techo de cristal - es decir, las limitaciones para ascender laboralmente dentro de organizaciones - y cargan en sus espaldas con las tareas de cuidado sin remuneración alguna o en situaciones de extrema precarización.
A ese paquete de factores, se suma otro: el gasto fijo y mensual que conlleva menstruar. Las toallitas más económicas del mercado supera los mil pesos, la caja de tampones está por encima de los dos mil y la copita menstrual de menor valor ronda los tres mil quinientos. Además del gasto correspondiente a protectores diarios para el flujo previo y antiinflamatorios para apaciguar dolores.
En 2020, la Universidad Nacional de Rosario junto al área de Género y Sexualidades hizo un relevamiento entre los estudiantes becados con el objetivo de conocer cómo vivían su menstruación, si la padecían o no, si contaban con recursos económicos para comprar los recursos necesarios del ciclo y si conocían el impacto ambiental de esos productos.
“El ciclo menstrual nos acompaña aproximadamente desde los 12 años hasta los 50, casi toda nuestra vida. Eso implica un gasto mensual fijo y además adecuar nuestras tareas, deseos, actividades a eso que irrumpe y que es imposible de detener. Por todo eso consideramos importante situar el tema y hacernos cargo de lo que significa el derecho al cuidado con condiciones de higiene, productos, información, espacios de debate para que la gestión de la menstruación no sea un tabú”, señaló Florencia Rovetto secretaría de área Género y Diversidades de la UNR.
Más de 700 personas menstruantes respondieron las preguntas del formulario voluntario y la casa de estudio comprendió que sus estudiantes necesitaban colaboración para afrontar gastos menstruales. Compraron copitas a una pyme rosarina y las repartieron. Pero también armaron talleres con médicas ginecológicas para poner el tema en agenda. De esos encuentros sacaron algunas conclusiones. Los cuerpos menstruantes son más pobres, las condiciones de infraestructura en los espacios públicos no están pensados para el cuidado de esos cuerpos y por último, pero no menos importante, menstruar es político.
“Si tanto tabú se generó en torno a la menstruación, y estuvo oculto y señalado como un problema que afectó solo a las mujeres como parte de las discursivas sociales, entonces es porque hay un problema político”, indicó Rovetto y destacó que aún hoy, después de tantos avances en materia de derechos, en algunas religiones las mujeres que están con su ciclo no pueden tocar alimentos, entrar a iglesias o participar de debates públicos.
“Ese prejuicio nos invita a recluirnos, a retirarnos de la escena, de lo que deseamos hacer”, señaló la investigadora del Conicet quien cree que las políticas de gestión menstrual necesitan presupuesto, pero para Género nunca hay plata “total las mujeres se arreglan solas desde hace años”.