La historia del odio político en la Argentina tiene un capítulo clave en el derrotero del cadáver de Evita Perón, de cuya repatriación se cumplen este miércoles 48 años. Fue el 16 de noviembre de 1974 (llegó a Buenos Aires el 17, Día del Militante), a poco meses de la muerte del general Juan Domingo Perón, cuando el cuerpo de la Abanderada de los Humildes volvió al país, en una decisión que la entonces presidenta Isabel Perón tomó luego de que Montoneros secuestrara el cuerpo del presidente que emergió de la revolución libertadora, Pedro Eugenio Aramburu, y exigiera como rescate la repatriación del de Evita. Isabel buscaba también, con esta medida, contener la feroz interna del peronismo.
El cadáver de Evita había sido secuestrado por un comando de la Revolución LIbertadora el 22 de noviembre de 1955, luego del derrocamiento de Perón. Tras la muerte de su esposa, el fundador del PJ había ordenado embalsamar el cuerpo, tarea que realizó el especialista Pedro Ara, que consideró que el trabajo como su “obra perfecta” y desde entonces tomó la tarea de cuidarlo como una misión personal. Hizo el trabajo en el CGT, donde justamente irrumpieron para llevárselo los militares comandados por el coronel Carlos Eugenio Moori Koenig, jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE).
Los militares golpistas buscaban evitar que la CGT se convirtiera en una especie de santuario donde los trabajadores se reunieran para venerar a la jefa de los descamisados, bajo una premisa: “El problema no son los obreros, sino «eso» que está en el segundo piso de la CGT”, cita el historiador Felipe Pigna.
Para Moori Koenig y su lugarteniente, el mayor Eduardo Antonio Arandía, el problema a partir de allí fue otro: qué hacer con el cuerpo. La orden del presidente Aramburu era darle “cristiana sepultura”, es decir un entierro clandestino. Moori Koenig no lo hizo y su odio hacia Evita lo llevó atacar de distintas maneras el cuerpo embalsamado.
Según un artículo de Pigna, sometió el cuerpo a insólitos paseos por la ciudad de Buenos Aires en una furgoneta de florería, pero lo dejó en la casa del mayor Arandía que terminó protagonizando una tragedia por su convicción de que la resistencia peronista estaba tras la pista del cadáver. Una noche escuchó ruidos, creyó que se trataba de un comando del PJ y vació el cargador de su arma 9 milímetros sobre un bulto que se movía en la oscuridad: “Era su mujer embarazada, quien cayó muerta en el acto”, escribe Pigna.
Desesperado, Moori Koenig intentó llevar el cuerpo a su casa, pero su esposa se lo impidió. Lo trasladó a su despacho de la Secretaría de Inteligencia del Ejército, donde lo colocaba en posición vertical, algo que se supone le produjo daños en los pies que fueron verificados cuando se produjo la repatriación en 1974. Distintos testimonios sostiene que atacaba de distintas maneras el cadáver y que lo mostraba como si fuera un trofeo en su despacho del SIE; que manoseaba y vejaba el cadáver y que exhibía el cuerpo de Evita a las personas que lo visitaban. Una de ellas fue María Luisa Bemberg, la directora de cine, que le comentó espantada la situación a un amigo de su familia, el entonces jefe de la Casa Militar, el capitán de navío Francisco Manrique, que a su vez se lo contó a Aramburu.
El entonces presidente relevó a Moori Koenig y designó en su reemplazo al coronel Héctor Cabanillas, quien organizó el traslado del cuerpo a Italia para enterrarlo en un cementerio con una identidad falsa.
El féretro fue llevado en barco a Génova, bajo el nombre de María Maggi de Magistris. De allí la llevaron a Milán, donde fue enterrado en el Cementerio Mayor. Todo el operativo contó con el respaldo logístico de la Iglesia.
Aramburu, dos secuestros
El secreto quedó guardado por los protagonistas y el paradero del cadáver se convirtió en un misterio que salió a la luz luego de que en 1970 secuestrara a Pedro Aramburu y exigiera saber dónde estaba el cuerpo de Evita.
Aramburu, en los interrogatorios, terminó confesando dónde estaba el féretro, pero igual los Montoneros lo asesinaron con el argumento de que eso no era una negociación sino un juicio.
El Comunicado Número 3 de Montoneros, fechado el 31 de mayo de 1970, dice que Aramburu se declaró responsable “de la profanación del lugar donde descansaban los restos de la compañera Evita y la posterior desaparición de los mismos para quitarle al pueblo hasta el último resto material de quien fuera su abanderada”.
Perón estaba proscripto y en el exilio cuando en 1971, en plena formación del Gran Acuerdo Nacional, el entonces presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse decidió que había devolver el cuerpo de Evita como gesto de pacificación política.
El 3 de septiembre de 1971 Perón recibió el cuerpo en su casa de España, en Guardia de Hierro, luego de la exhumación que se había realizado dos días antes.
Cuando Perón volvió al país, creyó que era mejor no traer aún el cuerpo de Evita. Ya muerto el general, se produjo la repatriación luego del secuestro del cadáver de Aramburu realizado por Montoneros.
La llegada del cuerpo produjo una importante movilización de devotos de la Abanderada de los Humildes, en un clima político de extrema agitación y violencia. Entonces, se corroboraron las vejaciones, los daños que había sufrido el cadáver, que fue objeto de una restauración que estuvo a cargo del especialista mendocino Domingo Tellechea.
El cuerpo de Evita fue depositado junto al de Perón en una cripta diseñada especialmente en la Quinta de Olivos para que el público pudiera visitarla. Los jefes del golpe de 1976 se encontraron con esa situación y comenzaron otras vez las reuniones para decidir qué hacer. Según Pigna, el almirante Emilio Massera propuso arrojar el cuerpo de Evita al mar, como luego se descubrió que hizo con las víctimas de la represión ilegal que pasaron por el centro de detención clandestina de la Esma.
Finalmente, la Junta Militar accedió a que se lo trasladara a la bóveda de la familia Duarte en el cementerio de la Recoleta.