Julio Adad se mete entre seis y siete veces por semana adentro de un quirófano donde como cirujano traumatólogo realiza complejas intervenciones en sanatorios de la ciudad. Sin embargo, los fines de semana se saca el ambo y deja el bisturí de lado para levantarse a las siete de la mañana, preparar las garrapiñadas, las peras y las manzanas acarameladas, poner a punto todo y salir con el carrito de Pochoclos Adad rumbo a la costanera central.
Todos los sábados y los domingos se instala en la zona del barquito de papel, ubicación que eligió en el año 2009 cuando todavía no había barquito ni grandes torres y la avenida de la Costa era sólo de una mano. “Toda mi familia estaba en el Parque Independencia y me pareció que esa era una buena zona”, recuerda sobre la “mudanza”. Su esposa Débora, también médica, lo entiende y lo acompaña todos los días. También suelen estar allí sus hijos Eusebio (5 meses) y Faustina de 6 años.
Esa misma edad tenía él cuando, al lado de sus padres, se ponía una mesita y venía turrones y maní con chocolate que complementaban el negocio familiar. Los Pochoclos Adad son toda una tradición en la ciudad y Julio junto a su mamá y sus tres hermanas continúan el legado. “Ellas también son todas profesionales, mi hermana más grande ya era enfermera cuando yo empecé a estudiar Medicina y trabaja en la Unidad de Terapia Intensiva del Heca”, relata Julio quien la partida de su padre a sus jóvenes 46 años lo puso cuando tenía sólo 19 al frente del negocio familiar.
“Cuando murió mi papá mis hermanas tenían 5, 11 y 16 años, y yo 19. A los 18 mi papá ya me había puesto mi propio carrito y al mismo tiempo yo jugaba al fútbol en Argentino de Rosario, incluso me había ido a probar a otros clubes y tuve un paso por Brasil. Pero de repente tuve que ayudar a mi familia a afrontar el negocio. Vi que lo del fútbol se hacía muy cuesta arriba y decidí que tenía que estudiar. Rendí el examen de ingreso a Medicina y entré. Cursaba toda la mañana y después me iba al carrito. El sábado me lo dejaba libre para jugar al futbol porque seguía en un club”, recordó sobre esos años en los que empezó a entender el significado de la palabra esfuerzo.
“Me puse a estudiar con el pensamiento tonto de creer que uno es alguien cuando tiene un título”, aseveró. Julio tuvo un promedio de 10 durante el primer año de cursado y se recibió con uno de 8.88. En el año 2016 junto con colegas de la residencia en el Hospital Centenario realizaron un trabajo que fue considerado el mejor del Congreso Argentino de la especialidad y, recuerda con tristeza, en los diarios de eso apenas salió una apostilla.
Sin embargo, lleva adelante su profesión por un incentivo que va mucho más allá, y esa pasión que siente adentro de un quirófano también la tiene al frente del carrito, hasta tal punto que no se imagina un solo fin de semana sin estar al pie del cañón despachando los mejores pochoclos de la ciudad.
Cuando durante los años 2010 y 2011 le tocó hacer la residencia tuvo que dejar por fuerza mayor de atender el negocio familiar. “Si era un día soleado y yo estaba de guardia me agarraba una cosa en el estómago que sentía que me faltaba algo”, describe y enseguida aclara que esa “tortura” duró sólo un año, ya que en 2012 pudo volver a disponer de los fines de semana.
“Me crié al lado de un carrito y lo sigo haciendo. Ha venido gente que atiendo con gorrito y barbijo, pero me ve cara conocida, entonces le pregunto ¿cómo anda la cadera? Y no pueden creer que sea yo”, cuenta y suma que también le tocó atender a sus alumnos de la Facultad, ya que es profesor de primer año en la carrera de Medicina de la UNR.
“El carrito es mi vida. No puedo no ir un domingo. Lo tengo internalizado, mi mujer lo entendió y me banca. Es una cuestión mía de no perder la identidad. No quiero perderlo y no lo voy a perder nunca”, aclara por si aun hiciera falta, al tiempo que sostiene que toda su familia la está remando y que los ingresos del carrito ayudan mucho a solventar la economía del núcleo familiar.
“Cuando estoy ahí soy feliz, también cuando estoy en un quirófano. Ni pienso en lo que me están pagando. Mucha gente se sorprende de cómo un cirujano está vendiendo pochoclo, y la realidad es que con lo que se gana hoy como médico no alcanza. Estamos en una sociedad que no valora los esfuerzos y donde prima la cultura de la inmediatez, todo hay que tenerlo ahora y sin sacrificio. Yo trato de inculcarles a mis alumnos que eso no es así, que no saben lo privilegiados que son de poder estar sentados en una universidad pública estudiando. Yo lo fui”, recalcó Hadad, a quien podes seguir en Instragram (https://www.instagram.com/drjulioadad/)