Le decían “el señor Coraje” porque todos creían que no le tenía miedo a nada. Las crónicas históricas lo señalan como el primer ídolo popular argentino. Su nombre le dio identidad a clubes, calles, escuelas e instituciones de distinto tipo. Y, claro, a aeropuertos, porque fue el padre de la aviación argentina. 

Jorge Newbery fue aviador, deportista múltiple, funcionario público, ingeniero y hombre de ciencia argentino. Y en todas esas actividades se destacó. Su vida fue, en sí misma, toda una aventura. En esa ley murió el 1º de marzo de 1914: el avión que piloteaba cayó a pique en un vuelo de exhibición en Mendoza, mientras se preparaba para ser el primer piloto en cruzar en una aeronave la cordillera de los Andes. Una epopeya que en aquella época se leía también como un homenaje a la que un siglo antes llevó adelante, por tierra y en el marco de su plan de liberación continental, José de San Martín.

Newbery era porteño hasta la médula, al punto que su casa natal quedaba en lo que es la calle Florida. Pero su padre, el odontólogo Ralph Newbery, había nacido en Estados Unidos y su formación la realizó en ese país, donde fue alumno de Thomas Edison, creador de grandes inventos entre ellos la bombita eléctrica que llevó luz a los hogares de todo el mundo.

En el Drexel Institute de Filadelfia se recibió de ingeniero eléctrico. Al regresar a la Argentina era la única persona con ese título y empezó a trabajar como jefe de la Compañía Luz y Tracción del Río de la Plata.

En 1897 ingresa en la Armada Argentina –en tiempos del conflicto de límites con Chile–. Y si bien lo hizo para trabajar en su profesión, rápidamente agregó una función vinculada a su pasión por el deporte: al notar que muchos marineros no sabían nadar, se ofreció como profesor de Natación.

Su carrera en la Armada duró hasta que en 1900, cuando fue nombrado Director General de Instalaciones Eléctricas, Mecánicas y Alumbrado de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, función pública que desempeñaría hasta su muerte, a la par que desarrollaba sus otras pasiones: la ciencia, el box, la esgrima, y, la más importante, la de volar lo más alto y lo más lejos posible.

Pasión por el aire

 

Su obsesión por dominar el aire comenzó cuando conoció al aeronauta brasileño Alberto Santos Dumont (1873-1932). El primer vuelo lo hizo en globo aeroestático. Un amigo millonario, Aarón de Anchorena, había comprado uno al que llamó Pampero y lo invitó a cruzara el río de La Plata. Fue el 25 de diciembre de 1907 y las crónicas históricas cuentan que todo empezó muy bien, pero a la altura de la isla Maratón García cambió el viento, comenzó a hacer frío y el globo fue perdiendo altura. Tanto que tuvieron que arrojar sus pertenencias para perder peso y llegaron al otro lado del río con lo justo. 

Como fuera, el cruce del Río de la Plata se convirtió en una proeza celebrada como tal por los argentinos.

Pocos días después, el 13 de enero de 1908, Anchorena y Newbery crearon el Aero Club Argentino. Sin embargo, la incipiente actividad sufrió un duro golpe el 17 de octubre de ese año. Eduardo Newbery, hermano de Jorge, y un amigo le pidieron prestado El Pampero a Anchorena. Se perdieron y ni ellos ni la nave fueron encontrados jamás.

A pesar de la tragedia y de una opinión pública que comenzó a considerar el vuelo en globo como excesivamente peligroso, Newbery preparó un nuevo globo, El Patriota, y revitalizó la actividad con la colaboración del diputado socialista Alfredo Palacios, de quien era amigo, que lo acompañó en un viaje sobre algunos barrios de Buenos Aires. “Sabía lo que era ver las nubes pero no tocarlas”, dijo emocionado al bajar el legislador.

Newbery hizo decenas de vuelos más con un globo de su propiedad, al que llamó El Huracán. Con esta nave, el 28 de diciembre de 1909, batió el récord sudamericano de duración y distancia al recorrer 550 kilómetros en 13 horas, uniendo Argentina, Uruguay y Brasil, y colocándose en el cuarto lugar mundial de tiempo de suspensión y en sexto lugar en recorrido. Romper records ya se había convertido en otra obsesión del “señor Coraje”.

Todo un Huracán

 

La trascendencia popular que tuvo este viaje fue tal, que el club Huracán, que unos muchachos del barrio Nueva Pompeya acaban de fundar con la idea de competir con los grandes equipos del fútbol argentino, pidió usar la imagen de su globo como símbolo de la institución. De allí que la camiseta de equipo que aún milita en la primera división lleve como escudo un globo. Es el de Jorge Newbery, que los autorizó con pedido: que fueran dignos de la hazaña que acababa de cumplir.

En sus primeros años Huracán logró dos ascensos consecutivos: de primera a segunda división y de segunda a primera. Cuando el club consiguió el objetivo le mandó una carta a Newbery: “Huracán ha cumplido. Logró tres categorías, como su globo cruzó tres repúblicas y así satisfacemos su deseo”.

El 5 de noviembre de 1912, batió el récord sudamericano de altura al alcanzar los 5.100 metros en el globo Buenos Aires.

El ingeniero eléctrico ya había obtenido para entonces su licencia para pilotear aviones, pasión que de a poco reemplazó a la de volar en globo.

Los aviones

Ante la falta de fondos públicos para comprar aviones el Aero Club Argentino organizó una colecta popular con la que se adquirió la primera flotilla. El 25 de mayo de 1913 esa flotilla desfiló por primera vez: 4 monoplanos piloteados por dos civiles, Newbery y Macías, y dos militares, Goubat y Agneta. Unos meses después el Ejército nombró a los dos primeros como pilotos militares con derecho al emblema. En el duelo entre monoplanos o biplanos Newbery era partidario de los primeros.

El 24 de noviembre de 1912 Newbery cruzó el Río de la Plata en el monoplano Centenario, un Bleirot Gnome de 50 HP. Fue el primero en cruzar el río y volver en el mismo día. Influenciado por Newbery, el joven Teodoro Fels, que se encontraba cumpliendo el servicio militar, tomó uno de los aviones de la Escuela Militar de Aviación sin permiso y llegó a Montevideo batiendo el récord mundial de vuelo sobre agua. A su regreso, el presidente Roque Sáenz Peña le impuso arresto por su desobediencia y a la vez lo ascendió a cabo por la hazaña.

El 10 de febrero de 1914 Newbery, en un monoplano Morane-Saulnier que había comprado en Europa, superó el récord mundial de altura alcanzando 6.225 metros. La marca no fue homologada por la comisión internacional porque la reglamentación establecía entonces que era necesario superar el récord anterior por un mínimo de 150 metros, y Newbery solo la superó por 65 metros.

Los Andes, la tragedia

Para entonces ya tenía un objetivo: cruzar los Andes por el cielo. Quería ser el primero, anticiparse a sus colegas chilenos.

Para el carnaval de 1914 estaba en Mendoza, estudiando las vicisitudes climáticas que podían complicar su cometido. Su presencia fue celebrada en esa provincia y el 1º de marzo lo invitaron a un almuerzo con el gobernador. Allí le pidieron que hiciera una demostración, pero él no había llevado su avión.

Le pidió a su amigo Fels que le prestara el suyo y éste le advirtió que tuviera cuidado, que sentía que le tironeaba un ala.

Newbery se subió a la nave junto con su amigo Benjamín Jiménez Lastra. El aviador de 38 años comenzó a hacer cabriolas y demostraciones, y a las 18.40, en una riesgosa maniobra, el monoplano cayó violentamente. Allí encontró la muerte, en la Estancia “Los Tamarindos” de Mendoza, el 1 de marzo de 1914, mientras que Jiménez Lastra sobrevivió. 

El multitudinario funeral de Jorge Newbery.

La noticia llegó esa noche de corso dominguero a Buenos Aires, provocando la angustia colectiva ante la muerte de un pionero. A los pocos días el cuerpo llegó a su ciudad y fue el funeral más popular que hubo en la Argentina hasta entonces.

Sus hazañas quedaron reflejadas en libros y también en una película de 1975, llamada Más allá del sol y protagonizada por Germán Kraus.

Además, sus aportes a la ciencia quedaron reflejados en sus habituales escritos en los Anales de la Sociedad Científica Argentina y también en libros de su autoría, como uno sobre el petróleo en el que planteaba que los pozos que se acababan de descubrir en Comodoro Rivadavía debían ser administrados por el Estado, algo que se considera sirvió de antecedente para la fundación de YPF. 

Además, su figura inspiró varios tangos. En “Corrientes y Esmeralda”, Celedonio Flores lo menciona como “el cajetilla” que “calzó de cross” a los “guapos” que paraban en esa esquina.