No fue una recorrida más por las obras de urbanización de villa Banana que de a poco se convierte en barrio. Sergio Fajardo, el ex alcalde de Medellín, la ciudad que llegó a tener niveles de violencia nunca alcanzados por una población sin guerra declarada en la década de 1990, caminó por las calles abiertas, transitó por los pasillos transformados, espió el interior de un rancho de chapa, habló con los habitantes de la barriada de zona oeste y contrastó todo eso con la experiencia que él enfrentó hace 20 años cuando era el jefe de esa localidad colombiana, desde 2004 a 2007. Fue jefe comunal en la etapa posterior a la muerte del capo narco Pablo Escobar Gaviria. De hablar pausado y mirada analítica, Fajardo escuchó las explicaciones del intendente Pablo Javkin, a sus equipos y a los vecinos. Pensó y aclaró un par de cosas.
Primero: los niveles de homicidios alcanzados en Medellín y los de Rosario son incomparables. La ciudad paisa llegó a contar mil asesinatos por mes, con una tasa de 375 cada 100 mil habitantes en 1991. Rosario, en el peor momento conocido hasta ahora, año 2022, alcanzó los 22 crímenes cada 100 mil habitantes. Aunque hay un abismo entre una realidad y otra, la ciudad multiplicó por cinco la media de Argentina y eso es más que suficiente para atender la crisis de seguridad al máximo nivel de los tres estados, como ocurrió en Medellín.
“La violencia que ha habido acá nunca es comparable con la nuestra. No es asimilable pero hay ciertos aprendizajes, con respecto a la transformación que pueden ser útiles”, dijo.
Asentada esa diferencia inicial, Fajardo se animó a contrastar políticas y recetas. Marcó coincidencias, aciertos y –sin abandonar la diplomacia del buen visitante– sembró algunas diferencias y preguntas entre los caminos de integración sociourbana que la gestión local defiende desde Banana y el trabajo realizado en Medellín.
Para eso, el matemático, académico y político reveló un primer secreto: hay que cambiar “la piel” de la ciudad. Sacarle el miedo. Así resumió los pilares de su plan: “Hicimos un programa especial para Medellín y empezamos a trabajar con las comunidades, a identificar que en cada barrio hay algún tipo de expresión cultural o de organización o de personas que tienen un cierto liderazgo. Trabajamos con esas personas”.
“Cuando nosotros llegamos, todavía había violencia pero estábamos en otra etapa. Entramos fundamentalmente con la intervención apoyada en el urbanismo social. Eso nos permitió reconstruir el tejido social, porque cuando ha habido tanta violencia pues cada quien está en su espacio, encerrado, atrapado”, dijo y siguió: “El miedo nos encierra y la circulación es reducida. Lo que nosotros teníamos que hacer era construir nuevos espacios para encontrarnos. Nos tenemos que volver a encontrar para reconstruir el tejido social”.
“Se tiene que volver a ver la gente –continuó– y lo que construyamos son los espacios donde se propicia ese encuentro. Sabíamos qué tipo de espacios queríamos construir. La expresión que yo utilizaba es «vamos a cambiarle la piel a la ciudad». Por acá pasó la muerte. Nosotros vamos a cambiar esa piel y en Medellín construimos unos nuevos espacios que se convirtieron en una expresión de la transformación, de la esperanza y qué quiero decir con eso: lo más bello para los más humildes”.
“Dijimos: vamos a construir un lugar que es totalmente impensado. Vamos a romper con todo lo que pasa en cada lugar. Buscamos actividades que estén asociadas con educación, con la ciencia y la tecnología, con la cultura, con la innovación y con el emprendimiento. Nos vamos a encontrar en sitios donde las personas desarrollen su talento y su capacidad”, completó.
¿Si lo mejor y lo más bello debe construirse en los territorios marginados entonces el Puerto de Música debería levantarse en el centro de Banana, en el corazón de Los Pumitas, allá atrás de Tablada? Fajardo salió con elegancia de ese tema interno pero sí habló de los “Parques biblioteca” o del “Centro Cultural Moravia” que era el barrio más pobre, el basurero de Medellín, como ejemplo de lo que plantea.
El primer gran cambio, dijo Fajardo entre las obras de villa Banana que aún se abren paso, “es crear un sitio estéticamente muy lindo”. “Eso es una ruptura muy grande. Se decía que en un lugar de estos por qué van a hacer lo más bonito que tiene la ciudad y entonces era un mensaje de dignidad para esa comunidad. Era un mensaje que estábamos construyendo una nueva expresión de esa sociedad”, definió.
La arquitectura y el urbanismo hacían “tangible” esa política de Estado. Hay intervenciones sociales que no tienen una expresión física pero estos edificios revolucionarios “se podían tocar, se podían ver y se podían sentir orgullosos de que estuviera en ese espacio”.
El complemento humano fue dotarlos de “todas las expresiones culturales: había una red de bandas musicales, emprendimientos, entonces venían a ese sitio a encontrarse personas que llevan tanto tiempo aisladas, segregadas con miedo, a descubrir una nueva forma que no pasaba por la vida en ese lugar”.
La transformación de Banana en su fase final
Rosario3 recorrió los avances en la (ya casi ex) villa frente al Distrito Oeste en distintas etapas y el cambio es notable. La apertura se centró en tres ejes: Gálvez, Virasoro y Rueda. Después se avanzó por calles laterales y pasillos como una cuadrícula. La forma de banana que dibujó la dinámica de construir al costado de las vías, hace más de medio siglo, se modificó. El lugar se abrió pero no fue fácil.
Los trabajos comenzaron en pandemia y la planificación viene de gestiones anteriores. Se relocalizaron 122 casas y otras 50 fueron afectadas por “cortes”. Ese concepto atravesó, por ejemplo, a Miguel. Llegó de Corrientes hace una vida, tiene 77 años y vive hace 40 sobre Pascual Rosas, en el acceso sobre 27 de Febrero. Tuvo que demoler parte de su vivienda para tener (él y sus vecinos) calle ancha, vereda y servicios.
“Esta era mi pieza”, dijo y señaló los restos de un piso demolido. Unos metros más atrás, la nueva puerta de ingreso y agrandó la casa hacia arriba. “Esto era un desastre, esta especial como quedó”, celebró el hombre pero le reclamó al intendente que hagan la vereda de una vez. También señaló que algunos vecinos “tiran la basura derecho a la cloaca” y se va a tapar.
Lucía, su vecina de al lado, es otra de las dueñas de viviendas amputadas por las modificaciones urbanas. “Me sacaron todo –pareció iniciar una denuncia y enseguida completó– pero yo estuve de acuerdo”. Es empleada doméstica y todavía tiene el interior en construcción: se ensanchó hacia el costado y construyó una segunda planta.
Javkin respondió los pedidos, remarcó los avances y contó que tuvo que invertir muchas mañanas y tardes de mates para convencer a quienes no se querían trasladar. “Al principio nos veían y no nos creían nada. A medida que fuimos haciendo, se convencieron de que era posible”, dice sobre los trabajos que benefician a 1.200 familias.
Uno de los puntos donde la transformación se escenifica es en la escuela Champagnat, en Rueda al 4500. El colegio, con 30 años de historia en el barrio, había quedado cercado por casas y casillas. En enero del año pasado, cuando Rosario3 visitó el lugar, todavía estaban los escombros de las viviendas demolidas. Ahora, Rueda es una calle abierta y amplia. Las máquinas trabajan para extender la red de agua potable y cloacas.
Todas las intervenciones en un mismo lugar
Fajardo se detuvo en el problema del hacinamiento. Analizó cómo el microtráfico se expande y las bandas empiezan a competir por el territorio. Hay una convivencia con el delito, se naturalizan ciertas dosis de ilegalidad, luego “empiezan a darse bala” y llega un momento que la violencia se vuelve extrema.
El intendente local explicó que para dar ciertos pasos primero es necesario pacificar algunos territorios. En los últimos meses, los homicidios bajaron aunque el problema está lejos de estar resuelto. De hecho, un día después de la recorrida realizada el miércoles, es decir el jueves pasado a la noche, un adolescente de 16 años fue asesinado de un disparo en la cabeza en la zona de Lima y Rueda, por donde anduvo la comitiva oficial.
Fajardo consideró vital la presencia policial, los equipos de élite que trabajen junto a fiscales y jueces especializados. Otra pata es la articulación indispensable entre los tres niveles de Estado: municipio, provincia y Nación. Un tercer factor, para nada menor, es atacar la corrupción que atraviesa a las instituciones. Cuarto: nada alcanza si junto con ese despliegue, no nace en paralelo un accionar firme y sostenido de políticas sociales, culturales y productivas.
El ex alcalde planteó la necesidad de preguntarse desde la administración “¿cuál es el componente de cultura ciudadana cívica que va asociado a cada intervención?; o sea para estas personas la vida cambió porque tienen ahora un frente y eso es una mejoría. Pero, en términos de ciudadanía, de pertenecer a una comunidad, ¿hay algún cambio o simplemente cada uno resolvió su problema, está mejor ubicado, tiene una mejor condición?”.
“Para nosotros –diferenció– siempre la transformación social era condición para la intervención. Desarrollamos el concepto de «urbanismo social», cuando llegamos a un espacio que queríamos intervenir lo que hacíamos era poner todas las herramientas del desarrollo en el lugar. Ese es el reto: la escuela, el centro de salud, las actividades. Eso es mucho más complejo, más costoso, pero hacíamos intervenciones de diferentes naturaleza en todos los espacios simultáneamente”.
La conexión y la mutación narco
En Medellín, el desafío no fue abrir calles y pasillos. La ciudad tiene otra morfología y las barriadas se estiran hacia los cerros. La clave allí fue la conexión: crearon un metro y un sistema de cable carril (“Metrocable”).
El grueso de la inversión en esos años fueron sobre tres proyectos urbanos integrales. “El primero era una zona de 200.000 habitantes de la zona nororiental, después hicimos el barrio Moravia, que era el basurero de la ciudad y se construyeron viviendas, hicimos una intervención integral, y a continuación fue la Comuna 13, que no entraba un alma y hoy es un sitio turístico”, afirmó sobre el trabajo de su gestión de cuatro años que tuvo continuidad en los siguientes mandatos (luego él fue gobernador de Antioquia entre 2012 y 2015).
¿Con las obras y las intervenciones se termina el narcotráfico? La respuesta es no: muta. “Pasa por diferentes etapas -completó el dirigente y docente–. Colombia es un país de una batalla extraordinaria. No sé cuántas personas muy valiosas murieron en esta batalla. La violencia llegó a un pico y después fue disminuyendo, mutando en otras formas. El narcotráfico no se ha acabado, pero su poder destructor ha disminuido.
"Ha habido una capacidad del Estado de ir ocupando los espacios que no estaba ocupando y precisamente esa es la clave: usted retira un factor violento y ocupa el espacio y no permite que vuelva. Eso ha sido algo progresivo. Hoy muchos entienden que no les conviene la violencia porque si no los van a estar persiguiendo. Ya no son carteles o esas figuras poderosas, como pasa por ejemplo hoy en México. Entonces va disminuyendo, le vamos sacando gente. Y la prevención es al mismo tiempo una lucha por la seguridad”, agregó.