Eliminar una partida de fondos para comprar comida que después se reparte en comedores de barrios y villas debe ser muy fácil. Tan simple como suprimir una celda de un documento de Excel. Debe ser magnífico eliminar ese número de varias cifras que genera el mal supremo de la nación, el déficit. Descubrir que con ese acto realizado en una oficina, frente a una computadora, ocurre algo revolucionario: el saldo de gastos e ingresos que antes estaba en rojo ahora se pinta de verde: superávit.

Pero detrás de ese arte contable, del ajuste como una magia que manipula cifras hasta que todo está increíblemente bien y ordenado, hay un ruido. Una molestia. Las personas, eso que llamamos hombres, mujeres, niños y niñas, que se empeñan en comer, en estudiar o en tener agua potable y zanjas.

Esta semana, los vecinos y familiares de Máximo Jerez, el chico asesinado en el barrio Los Pumitas al quedar en medio de una balacera narco, se movilizaron emocionados para recordarlo y pedir justicia. Denunciaron que los conflictos con la banda que se dedica a la venta de drogas no se agotaron en el estallido del año pasado que se televisó en vivo a todo el país y sigue latente.

Alan Monzón/Rosario3

A un costado, ese martes a la tarde, mientras la concentración crecía en la canchita de fútbol de Los Pumitas, cientos de personas hacían una cola que salía del Centro Comunitario Qadhuoqte (que significa base o cimiento en qom). La fila cruzaba la esquina de Cabal y San José, justo en el mismo rincón donde Maxi cayó por la ráfaga de disparos que sicarios dispararon desde un auto. El objetivo de aquel ataque fue la casa de Los Salteños, el clan Villazón, que está detrás.

Del otro lado de la cola de madres y sus hijos pequeños, de adolescentes con sus hermanos y hermanas, todos con jarras y termos sin tapa para llevarse arroz con leche, y bolsas para las tortas fritas o galletitas de vainilla, en la otra punta de ese desfile desganado, estaba Silvina, una joven que coordina el merendero y que tiene una historia, una denuncia, para contar, como otros.

No hay más comida

 

Silvina tiene 33 años y es la hija de Oscar Talero, referente de la comunidad qom (toba) de Los Pumitas. Vino desde el Chaco en 1996, cuando era chiquita y toda esta zona de casas y casillas era un basural. Vivió el proceso de crecimiento del barrio. Ahora, mientras habla con Rosario3, revuelve una olla de 200 litros con arroz con leche. Llena una jarra y se la pasa a una de sus compañeras, que llena los recipientes que traen los vecinos, sobre todo vecinas, que esperan en la calle.

“Desde 2004 venimos trabajando con el merendero. Se venía sosteniendo tres veces a la semana y el año pasado tuvimos un incremento de mucha gente que se anotaba, muchos que volvían del Chaco, algo que creció este año. Incorporamos un día más, los jueves”, dice.

La mujer sigue: “Y ahora en marzo, dijimos «no», esto es una locura porque vemos muchos chicos que van a cartonear al centro, van a cirujear. Entonces, agregamos un día más. Desde marzo sumamos los martes y esto es lo que se ve ahora, la cantidad de personas que viene a buscar la leche”.

Lo que quiere recalcar es algo espeso: “Si no agregamos días, los chicos no meriendan en sus casas, es así, no tienen nada”. Suma la historia de un vecino que se quedó sin trabajo. Se fue al centro a cartonear, a rescatar algo. Vio los contenedores tomados por otros, las esquinas ocupadas. Tanta competencia (tanta demanda para tan poca oferta, en términos libertarios) desplomó sus motivaciones.

El merendero no recibe ayuda del gobierno nacional pero sí alimentos de la provincia. Tienen 280 personas anotadas, cada una representa a una familia. Quienes se acercan, con o sin DNI en mano, son muchos más de 300 y exceden ese listado oficial. El hambre desconoce los requisitos de la burocracia.

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La pregunta es obvia: ¿cómo hacen con la misma mercadería para darle de comer a más y más personas e incluso añadir días? “Estiramos hasta donde podemos”, responde Silvina.

“Te duele porque llega un cierto punto de la cola, con la gente que hay, que les tenés que decir que no hay más. ¿Y qué hacen, se van así? No, tratamos de darle un fideo, un puré de tomate, como para darle un complemento”, explica y la coincidencia temporal es cruel. Inclina la olla, la tumba a 45 grados y saca la última jarra de arroz con leche.

Oscar Talero, que escucha la charla, completa la idea: “De hecho, hoy no va a alcanzar”.

–Se terminó– dice Silvina.

–No hay más– refuerza Oscar.

Afuera todavía quedan unas 20 personas. La palangana negra de las tortas fritas (hacen 15 paquetes de harina de un kilo) también está vacía.

Alan Monzón/Rosario3

Una piba de 10 u 11 años, remera violeta, jean con dibujos y en patas, sostiene un termo rojo sin tapa, de esos para jugo. Se lo lleva de vuelta a su casa vacío. En cambio, le dan unos saquitos de mate cocido y un paquete de harina.

Al adolescente con sus hermanos que está detrás le toca lo mismo. El pibe mira el paquete como una condena. Pero no hay quejas, ni gritos, nada más lejos que el estallido social (el repetido “ya van a ver en marzo” o “esto no pasa de abril”). Una de las mujeres le dice divertida, como una madre que chicanea a un hijo: “¡A hacer torta fritas en casa nomás!”.

Se ríen. La implosión tiene forma de chiste corto.

Se van. La entrega de alimentos se termina.

Quizás tengan revancha a la vuelta, donde está el comedor de La Poderosa. Toca comida. Hacen copa de leche los lunes y miércoles; raciones los martes y jueves.

“Nación no baja más alimentos. Antes llegaba un camión cada tres meses con secos: yerba, arroz, polenta, garbanzos y leche. Y el resto se completaba con ayuda del municipio o provincia. El último camión fue en septiembre y se cortó. Ya venía con demoras pero Milei no da nada de nada”, explican las coordinadoras del espacio, también frente a la canchita. 

Educar sin escuelas ni talleres

 

Mariela y Marianela son dos docentes del Centro de Alfabetización Básica para Jóvenes y Adultos (Caeba) del barrio Los Pumitas. Dan clases, de 14 a 17, a unas 20 personas desde los 14 años que quieren terminar la primaria. Al salir se cruzan con la cola del merendero. Todos los días, cuentan, cinco o seis vecinos se acercan para averiguar cuando empieza la Escuela de Enseñanza Media para Adultos (Eempa), que es para finalizar la secundaria.

Pero el Eempa que existía como anexo en este lugar, y que en 2023 tuvo unos 15 egresados, cerró. Tampoco está activo otro cercano de Empalme Graneros. “Son lugares muy necesarios porque los chicos y jóvenes no salen del barrio a estudiar de noche, por la inseguridad y ahora por el costo del colectivo”, explican.

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El retroceso es aún mayor, aclara Oscar Talero y señala lo que iba a ser un salón tipo SUM como parte de las obras públicas que se pararon porque Nación desfinanció el Fisu (Integración Socio Urbana). “Acá iban a funcionar unos 30 bancos para la primaria en planta baja y otros tanto para secundaria en la planta alta”, lamenta.

Silvana, a cargo del merendero y miembro del consejo del centro comunitario, suma un dato vinculado a la educación no formal: “Tenemos funcionando cinco talleres y la provincia nos propuso convenios (y sus recursos) solo para tres. Es una locura porque nos bajan dos espacios y dejan a jóvenes que sacamos de la calle, los dejan sin talleres”.

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La crueldad, de nuevo. Tienen que decidir cuál de los cinco cancelar: peluquería, costura, electricidad, operación técnica y locución. Dos no seguirán por falta de fondos.

“En cada taller tenemos 15 pibes. Si cerrás dos, con esos 30 jóvenes que descartás, ¿qué hacés, que van a hacer si no van a venir este año acá? Es una falencia de Desarrollo Social. Es como soltarle la mano a los pibes. Como organización nos duele. Hace siete años que venimos trabajando con talleres”, agrega.

Sobran discursos a favor de la educación en abstracto. Pero los gobernantes de hoy cierran escuelas y talleres.

Obras paradas: ni agua, ni zanjas a la vista

 

El sábado pasado llovió y los pasillos de la villa se inundaron. A veces el agua se mete dentro de las casas. Faltan zanjas y tendido de agua potable. El caño principal llega hasta Cabal al 1400. De ahí salen unas mangueras negras que se pinchan o se desconectan y las viviendas se quedan sin agua o con muy poca presión.

Mientras Oscar Talero relata esto, se detiene en la intersección de Cabal y un pasillo. La zona sigue anegada cuatro días después de la tormenta. Se escucha un ruido de fondo. Oscar se acerca y levanta una manguera que pierde agua. Busca la otra punta y la vuelve a conectar. Son dos problemas en uno: la zanja está contaminada y con basura, y por ese mismo lugar se despliegue el precarísimo tendido de agua potable.

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La obra anunciada el año pasado, enmarcada en la Secretaría de Integración Socio Urbana (Sisu), cayó en el tendal del ajuste nacional. No hay ni obra pública ni fondos para ese programa que se vinculó y redujo a una “caja de Juan Grabois”, con el remanido (pero efectivo) objetivo de demonizar una política virtuosa para poder suprimirla. 

El actual subsecretario de Integración Socio Urbana, Sebastián Pareja, el hombre designado por Milei para manejar el área cuestionada, negó las acusaciones de robos o malos manejos. "Si no fue la única Secretaría que funcionó durante el gobierno de Alberto Fernández, le pega en el palo”, llegó a decir.

Solo en la ciudad, como informó Rosario3 semanas atrás, la Integración Socio Urbana concretó hasta el año pasado seis proyectos, existían otros trece en marcha y ocho más pendientes. Eran 27 planes para 40 barrios en total y unas 14 mil familias. Ver detalle.

Lo cierto es que las obras para Los Pumitas se frenaron o ni siquiera iniciaron. “El gran problema que tenemos es el tema del agua porque el caño está muy pinchado y tiene muchas salidas. Hay canillas que se anularon y no se usan, pero queda abierto en el algún lado de donde fue conectado y esa pérdida no da la presión al resto de las las canillas”, describe Talero.

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El hombre de 56 años y principal referente del Centro Qadhuoqte agrega: “El zanjeo está todo tapado, no hay acción de la provincia o el municipio para que se pueda abrirlo. Esperamos mucho la obra del barrio que se licitó el año pasado (con presencia del exgobernador Omar Perotti y el intendente Pablo Javkin) pero hubo problemas y estamos en el peor momento del barrio y la comunidad. Esperemos que reaccione el gobierno y que por los menos se ejecute la conexión de agua limpia”.

“Más de mil personas, solo en esta zona, tienen el mismo problema todos los días por el agua. Y eso es salud. Porque está pinchado el caño y hay mugre, y está conectado a agua contaminada. Ese es un problema grave que estamos tramitando. Esperábamos que se reconstruya la conexión del agua y de la zanja para la salida del agua sucia”, agrega. Hace una pausa y espera.

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