Cinco empleados municipales preparan las camas en uno de los tres pabellones de la Ex Sociedad Rural habilitados como centro de aislamiento para pacientes leves de coronavirus en Rosario. Cada uno tiene un barbijo de distinto color: el de rojo junta sábanas, otro con uno azul revisa los colchones y una mujer con uno claro, tipo descartable, anota algo. Afuera, tres operarios del área de Talleres centrales colocan con un andamio unas chapas sobre las arcas o ventanales que evitan que las palomas se metan dentro del pabellón con la inscripción “1923” en el frente.
Hacia el bulevar Oroño, otros tres trabajadores hacen limpieza de zanja frente a los dos galpones más grandes, en donde aún se lee: “Toros inscriptos”. Pero adentro no hay animales, sino un tendal de 200 camas. La imagen impacta porque están todas vacías, a la espera. Si la lucha contra la pandemia del covid-19 es una guerra: acá están las trincheras, las imágenes más parecidas a un estado bélico. La quietud inquieta.
Afuera, en cambio, los trabajos no cesan. Allá están quienes arman una pantalla gigante para proyectar películas en el área de recreación del centro. Pasa un camión y a un costado una motoniveladora. Y más atrás los siete u ocho albañiles que construyen un espacio de duchas, para sumar a los recién inaugurados baños de caballeros y damas. Las estructuras están a estrenar porque la provincia entregó la obra de refacción de los galpones 1, 2 y 3 a principios de este mes. La calefacción central, bien arriba de los salones, brilla con total oportunismo de cara al invierno que se viene.
Todos se preparan para algo inédito en la historia inmediata de la ciudad. Si bien hubo centros de evacuados en inundaciones de las décadas pasadas, la situación no se compara con una pandemia porque la población a aislar está enferma y no puede contagiar a otros, por ejemplo a los empleados. En una emergencia como una inundación, se suele trasladar a familias completas y por poco días. Ahora, en las 1.200 camas ubicadas entre la ex Rural y el hipódromo, 600 por espacio, cada persona con covid-19 podría cumplir hasta 14 días de aislamiento.
La intimidad de una decisión urgente
El martes 24 marzo, día 4 de la cuarentena decretada por el gobierno nacional, el área de Salud Pública municipal advirtió que para enfrentar el pico de contagios en Rosario sería indispensable montar un área sanitaria especial. El objetivo, le dijo el secretario de Salud Leonardo Caruana al intendente Pablo Javkin, es facilitar un espacio para que los pacientes en buen estado general que no puedan cumplir con el aislamiento en sus casas no ocupen los hospitales.
La cuenta rápida es esta. Rosario tiene 3.000 camas de internación entre ámbito público y privado y 500 “críticas”, de terapia intensiva con respirador para covid-19. Las 1.200 camas extras en el Parque Independencia están destinadas a los enfermos no graves, que son la mayoría. Es que el 80 por ciento de los infectados tienen síntomas leves y el 20 por ciento requiere de una internación (y sólo un 5 por ciento ocupa camas de terapia intensiva y usa los respiradores). La misión es que ese 80 por ciento no desplace al 20 por razones socioeconómicas.
El proyecto prosperó rápido. El aislamiento obligatorio nacional dio el tiempo para concretarlo. Entonces el miércoles 25, un día después del pedido, Javkin habló con el gobernador Omar Perotti. Se pusieron de acuerdo y el viernes comenzaron los trabajos en el Hipódromo y en la ex Rural.
El sábado 28 de marzo hicieron una primera recorrida conjunta y anunciaron los trabajos. A la semana ya estaban todas las camas montadas en el Hipódromo. La siguiente avanzaron con los tres pabellones de la ex Rural. Y desde este lunes 13 de abril empezaron a llegar los trabajadores de las distintas áreas y se ajustaron los detalles finales. Ahora, reconocen los directores de la obra, empieza la etapa más difícil.
La dinámica interna
El complejo tiene un Centro de operaciones unificado. Es el edificio que se conoce como “de socios” del Hipódromo. Allí trabaja el personal municipal que no tendrá contacto con los enfermos. Se realiza toda la logística: coordinación de alimentos, limpieza, seguridad, sistemas y comunicación.
Son 60 empleados que se ofrecieron de forma voluntaria a desempeñar distintos roles en esa zona roja. “Este personal fue particularmente capacitado para este trabajo. Sin el tiempo que ganamos por el aislamiento esto se hubiese montado sobre la marcha y no hubiésemos estado bien preparados como ahora”, define Diego Sebben, subdirector del Hipódromo, y aclara: “Por supuesto que la gente tiene miedo pero viene igual a trabajar”.
A unos 20 metros de ese punto está el edificio que recibirá solo a mujeres (los varones irán a la ex Rural). En el medio de ambas estructuras del Hipódromo se montó una “zona de transición”. En una especie de container ampliado y hecho de chapa, cada uno de los trabajadores que ingresen a ese lugar desde el exterior deberán dejar su ropa y se colocarán los ambos, batas y mascarillas reglamentarias. Al salir, harán el recorrido inverso: dejaron los equipos de trabajo sanitario para su desinfección. Se limpiarán ellos (hay duchas) y se volverán a colocar su ropa.
Los pacientes, en cambio, ingresarán por otro portón. Siempre lo harán desde algún centro de salud y con la confirmación previa de ser covid-19 positivos. Las mujeres de menos de 60 años y los chicos y chicas de hasta 14 estarán en las 144 camas de la planta baja. Las mayores de 60 en los niveles superiores (44 y 90 lugares). Más atrás, en doce salones del Instituto Superior de Educación Física Nº 11 (Isef) se reforzó con otros 300 espacios.
Dentro de cada pabellón, hay un “office de lavandería" y otro de "enfermería y seguridad” en donde habrá siempre personal de salud y un policía. Además, se creó una carpa con juegos (hasta este jueves había dos metegoles, dos sapos y dos mesas de ping pong) y sobre las escalinatas que dan al óvalo donde corren los caballos se armó una pantalla para proyectar películas y contenido especial.
Para equipar cada uno de esos espacios (desde camas a televisores, desde sillas a estufas) fueron vitales las donaciones y préstamos, sobre todo de clubes y de empresarios.
En el predio, también funcionará un comedor con capacidad para hasta 300 personas. Dará, si es necesario en dos turnos, cada una de las comidas del día: de 8 a 10 el desayuno, de 12 a 14 el almuerzo, de 16 a 18 la merienda y de 20 a 22 la cena.
“En el medio de eso habrá tiempo higiene personal y de recreación. Y a las 22 se apagan las luces”, decreta Sebben, que hace de guía de la recorrida para la prensa, y la frase retumba entre la hilera de camas vacías pegadas a un metro de distancia que ocuparán cientos de mujeres y niños o niñas de hasta 14. Los desafíos de la convivencia aún son inciertos. Se verán cuando el lugar se ocupe, algo que podría ocurrir en cualquier momento.
“Todavía no es necesario este lugar pero cuando se infecten 10 ó 20 personas en un asentamiento y no puedan aislarse en sus casas, por falta de condiciones mínimas sanitarias, tendrán que venir acá. En seis horas lo podemos poner operativo”, anticipa el funcionario. Dice algo más: surgirán nuevos problemas a enfrentar pero el tiempo que se ganó hasta acá por la cuarentena salvó vidas.
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