Con el inicio de la pandemia por Coronavirus se instalaron nuevos problemas económicos y sociales y se profundizaron los ya existentes. En este marco, las mujeres y disidencias son quienes más sufrieron la crisis en lo que respecta a su participación económica y más aún teniendo hijos menores en el hogar.
El cursado de clases virtuales tanto en escuelas y jardines, como el cierre físico de las guarderías provocó que se intensifique la sobrecarga del sistema patriarcal referida a tareas de cuidado y de hogar pero además de acompañamiento escolar. Algo que indudablemente, limitó el tiempo de las mujeres y disidencias para realizar actividades remuneradas.
Llevar un plato de comida a casa y a la vez no sentirse solas frente a los parámetros machistas que toma a este sector como objeto desechable, se volvió una urgencia a resolver y las cooperativas fueron la respuesta inmediata al problema.
Según la página oficial del Gobierno de Argentina, las cooperativas “son entidades fundadas en el esfuerzo propio y la ayuda mutua para organizar y prestar servicios”. La definición es correcta pero dentro de esa cadena de brazos que se van uniendo como eslabones para lograr un objetivo concreto, hay mucho más.
Historias, deseos, esperanzas, desilusiones, respeto, tiempo, dudas, cuestionamientos, fuerza productiva, burocracia, trabas económicas, autogestión como respuesta y una agotadora pero bienvenida construcción colectiva.
Así nació La Wacha, una cerveza artesanal creada por un grupo de 15 mujeres en pleno corazón del barrio Ludueña. Primero se juntaban a hacer yoga, después a charlar y tomar clases sobre educación sexual y violencia de género, pero necesitaban más. Algo que además de contención brinde ayuda económica y que llegar a fin de mes sea posible.
Entre las calles grafiteadas con Pocho Vive o Ni un pibe menos por la droga y organizando “La Olla que nos Unió” para que nadie se quede sin comer durante el aislamiento social preventivo y obligatorio, las chicas se reunían para planear su proyecto. Intercambiaron ideas, se preguntaron qué vender, qué hacer pero nada las convencía lo suficiente. “Todo lo que surgía respondía a cosas que la sociedad nos acostumbró que sean de mujeres, como coser”, dice María Picech, coordinadora del grupo.
Hasta que después de largos meses, surgió una propuesta: cocinar cerveza. Tuvieron que darle pelea a los prejuicios del grupo y también los del barrio, se preguntaron una y otra vez si ellas podrían con eso, pero después de intercambiar opiniones, miedos y anhelos, y por el boca a boca que fue surgiendo dieron con una persona que les vendió el primer curso para aprender lo básico. Salieron con más preguntas que respuestas y eso nunca puede ser malo, fue una señal para avanzar.
Tenían el objeto de su emprendimiento. Faltaba un nombre. "La wacha de Ludueña nace un poco porque es un concepto que se usa en el barrio pero además por lo que significa. Algo o alguien que crece solo, como las plantas guachas que a pesar de las adversidades crecen y siguen su rumbo", aseguró Cecilia y las pibas que integran el grupo afirmaron con la cabeza que esa definición fue correcta.
Empezaron a cocinar en La Cabida, una casa que reúne cuatro grupos de formación y trabajo. Pero el espacio les quedó chico. Pasaron por algunos de los hogares de las integrantes hasta que finalmente dieron con un galpón que funcionaba como gallinero. Lo limpiaron, pintaron e incluso hicieron el piso nuevo. Armaron una cocina, dejaron el patio listo para ser habitado y ahora están levantando el baño con otras mujeres que forman parte de La Cabida y se desempeñan como albañiles. “El olor de los huevos podridos, de eso no nos olvidamos más”, dijeron entre risas mientras recordaban el arduo trabajo que llevaron adelante para que la primera tirada de cerveza artesanal vea la luz.
Ahora una pared blanca que pronto será dibujada y un portón rojo fuego dan la bienvenida a la casa de la futura cooperativa de cerveza artesanal La Wacha de Ludueña. En el interior una mesa de tablones y un grupo de mujeres que van desde 6 meses a 40 años le contó a rosario3 lo importante que es formar equipos de trabajo pero también “saber que la otra está ahí, por cualquier cosa porque solas no podríamos”.
Tienen cosas por mejorar y pulir, pero sin duda lo harán. Llevan adelante un proyecto autogestionado, que las une y las convence de que vivir “sin patrón y sin marido” y que instalar la birra artesanal en el barrio, es posible. Para comprar la materia prima realizan ferias de ropa y así van alimentando el círculo para una nuevo lote de cerveza que tendrá otros sabores e incluso mejor calidad.
Otra es la historia de Alejandra Cabeza y Georgina Arnhold. Se conocen por sus trabajos. Una lleva más de 15 años comercializando elementos de construcción y la otra compra esos productos para las obras que dirige como arquitecta desde hace 8 años. Esa relación superficial, con el tiempo, se convirtió en amistad y durante la pandemia atravesadas por la economía, lo social y por supuesto lo personal, crearon Mujeres en obra, un proyecto que va camino a ser cooperativa.
“Decidimos dejar huella en una de las ramas más masculinizadas de la historía”, aseguran las chicas por eso invitaron a otras mujeres a tomar el mismo compromiso. Las dos se vieron interpeladas por un motivo: la construcción fue históricamente una salida laboral informal para hombres ¿por qué?
Con ese disparador comenzaron a trabajar el proyecto Mujeres en obra que propone un triple impacto: social, sustentable y rentable pero además el trabajo cooperativo, el armado de redes y sobre todo grupos de trabajo que después de capacitarse tomen la construcción como salida económica.
“Las mujeres y disidencias ocupan menos del 5 por ciento dentro de este ámbito y en ese porcentaje ingresan arquitectas y administrativas. Creemos que sucede por las propias características del sistema constructivo tradicional y por la poca predisposición para invertir en tecnologías y capacitaciones, eso tiene que cambiar ”, aseguró Alejandra. Motivos suficientes para avanzar con la idea que habían construido juntas.
Luego de la formación, se armó el equipo y llegó el primer trabajo. “Hicimos casi 450 metros de revestimiento de pileta. La primera vez llegamos a una casa que estaba en construcción y los albañiles hombres nos miraban preguntándose ¿qué van a hacer? Siempre con respeto y buena onda, cuando vieron lo bien que trabajaban les pedían los números para tenerlas en cuenta en otras obras”, contó Georgina.
En lo personal, viven el proyecto con mucha emoción y también compromiso. “Tomamos las riendas de un cambio”, dice Ale y tiene razón. No solo se ocuparon de formar profesionales, sino también de cuidarlas. “En el verano Geor armó estructuras que llevábamos a las obras para poner media sombra y que las chicas puedan trabajar mejor”, agregó Cabeza.
Mujeres en obra apuesta a un servicio de excelencia, generando espacios y condiciones que contribuyan a la equidad de género para promover la independencia económica de las mujeres y disidencias.
Las cooperativas entonces nacen de una forma u otra para hacerle frente a la oferta laboral que recorta posibilidades, que cierra puertas, que excluye. Por casualidad o causalidad, detrás de cada proyecto cooperativo hay un grupo dispuesto a cambiar las realidades que viven, hay una decisión colectiva que empuja y obliga a revertir las cosas y volver a creer en algo o en estos casos, en alguien que lucha codo a codo por lo mismo.