Se llaman Luis y Jazmín Gamarra. En cualquier otra coyuntura, lo aconsejable sería proteger sus identidades; sobre todo la de ella, que todavía es menor de edad. Pero en este caso, el periodista puede tomarse la licencia de revelarlas porque es lo que estos dos jóvenes hermanos reclaman: dejar de ser NN y tener por fin los papeles que afirmen sus existencias. Ambos nacieron en la salud pública de Rosario y viven en Zavalla. Sus padres no los anotaron y atravesaron toda la infancia y la adolescencia -en el caso de Luis también el principio de la adultez-, como indocumentados. Él es carpintero, pero nunca pudo tener una trabajo en blanco por su condición. Ella tiene muy buenas notas en la escuela secundaria, pero el ministerio de Educación no puede certificar sus progresos. Y ahora, cuando tenían todo encaminado para lograrlo, sus papeles se perdieron en algún oscuro escritorio y tuvieron que empezar todo de nuevo.
La paciencia de Luis
“Ahora no te puedo atender porque estoy haciendo unos trabajos de carpintería en Pérez. Me gustaría hablar este tema cara a cara porque tengo tantas cosas para decir... Yo ya no me callo nada”, contesta Luis ante el llamado de Rosario3. Después se libera un poco del fastidio y del polvillo y acepta contar detalles de su caso, que es el mismo de su hermana, aunque transitaron caminos diferentes.
“Yo nací en la Maternidad Martin y mi hermana en el hospital Centenario, teníamos las actas de nacidos vivos, pero mi mamá dice que desaparecieron, que perdió esos papeles. Y a nosotros nunca nos anotaron”, resume el muchacho de ojos vivaces y voz potente.
Quizás marcado por esa falta de referencia en el comienzo de su vida, Luis llevó a cuestas una infancia errante, aunque bastante contenido por los límites de un pueblo de 7 mil habitantes: “Yo de chiquito hacía mi vida, prácticamente fui un chico de la calle por muchos años”, describe.
Hasta que apareció una persona que le tendió una mano y le mostró el camino en el comienzo de una etapa tan crucial como la adolescencia: “Cuando cumplí los 13, Beto, un hombre de acá del pueblo que lamentablemente enfermó y falleció hace algunos años, me llevó a su casa, me dio trabajo, me enseñó el oficio de carpintero que es lo que hago hoy. Me adoptó casi como un hijo”, recuerda.
“Cuando cumplí los 18 años, Beto me quiso poner en blanco en la carpintería, pero no se podía porque no tenía mi documento. Empezamos a hacer las averiguaciones para hacer los trámites, pero después Beto se enfermó y otra vez quedó todo frenado”, continuó Luis, con un dejo de pena al recordar a su segundo papá.
Pero la bronca vuelve a subir por la garganta del joven cuando habla de alguien que lo defraudó: “En el trabajo me contactaron con un abogado de Rosario que supuestamente me iba a ayudar, me dijo que le tenía que firmar un poder y yo confié. No sé para qué habrá usado eso, pero por mi tema nunca hizo nada; durante cuatro años me tuvo a las vueltas y después me enteré que no había movido un dedo”, apuntó.
Jazmín, con el mismo perfume de olvido
En paralelo, la hermana menor de Luis empezaba a vivir una historia parecida. Ella se quedó en la casa de sus padres, pero a través de los años fue sufriendo las consecuencias de no tener una identidad acreditada en los papeles. A medida que Jazmín iba creciendo, también crecían los problemas por ser una NN.
“A todo esto, mi hermana creció en la casa con mis viejos. Hace unos cuatro años yo volví a la casa de mi familia, porque estuve mucho tiempo alejado, y ahí me enteré de que ella estaba en la misma situación, que era indocumentada”, relata Luis.
Luis y Jazmín cursaron los estudios secundarios en el EEMPA de Zavalla -la joven todavía estudia allí-, pero no pudieron avanzar de año por no tener sus DNI. “Mi hermana siempre tuvo buenas notas, pero no puede pasar de año por este tema. Te da mucha impotencia y mucha bronca”, confió el muchacho.
Todo se pierde; nada se transforma
En febrero de 2019, hace poco más de un año y medio, una Trafic del Registro Nacional de las Personas (Renaper) llegó a Zavalla. Luis y Jazmín, ayudados por el periodista y dirigente político local Norberto Garnero, vieron la oportunidad de tener información precisa y de primera mano sobre qué hacer para tramitar sus identidades.
De allí fueron derivados a la oficina del Renaper en el Distrito Sudoeste de Rosario y luego pasaron a la Defensoría Zonal N°6, que funciona en el mismo lugar, para iniciar el proceso judicial necesario. Desde allí se envió un primer oficio a la Maternidad Martin y otro al hospital Centenario, donde nacieron los jóvenes, para solicitar los certificados de nacidos vivos.
A su vez, debieron ir al Registro Civil de calle Salta al 2700, a buscar las certificaciones de que no habían sido anotados en esas oficinas, como debió ocurrir en 1994 y en 2004.
Todo ese trámite burocrático llevó días, semanas, meses. Incontables viajes en auto de Zavalla a Rosario. Hasta que desde Defensoría les indicaron a los hermanos que debían dirigirse a la sede de la Unidad Regional II de Policía para registrar sus huellas dactilares. Cumplieron con el trámite un día de diluvio en Rosario. Era diciembre de 2019 y parecía que el objetivo estaba más cerca que nunca.
Ya en febrero de 2020, Defensoría activó un nuevo pedido para que, cumplida la toma de huellas, se pasara el trámite a Policía Federal para la averiguación de antecedentes. Esa solicitud se efectivizó a mediados de marzo de este año. Cinco días después, el gobierno nacional decretó la cuarentena en todo el país por la pandemia del coronavirus.
A fines de agosto, hicieron un llamado para conocer en qué instancia se encontraba el trámite, en el marco extraordinario del aislamiento social preventivo y obligatorio. “Los papeles se perdieron”, fue la fría respuesta. La explicación fue más desconcertante todavía: “Estas cosas suelen suceder”, les dijeron.
Hace algunos días, Luis y Jazmín fueron llamados nuevamente desde Defensoría para que (otra vez) se presenten en la Policía para que les tomen sus huellas. Todo comienza de nuevo, ojalá que esta vez con mejor suerte para estos chicos de carne, hueso y sentimiento que siguen reclamando ser tratados como personas.
“Me gustaría tener un trabajo en blanco; yo no sé lo que es poder comprarme algo con una tarjeta de crédito o acceder a un préstamo para comprar herramientas, porque no tengo documento. También me gustaría ver a mi hermana con el título. Esperamos que alguien se haga cargo y nos dé esa posibilidad”, concluyó Luis.
Un tal Sánchez
El caso de Luis y Jazmín llegó a oídos de un muchacho de 39 años que también vive en Zavalla y que hace 30 años que no tiene documentos, producto de un incendio que destruyó todo en su casa natal de Tigre, en el norte del Gran Buenos Aires. Inició los trámites para recuperar su identidad en 1997, y desde ahí hasta la actualidad le sucedió de todo.
Se llama Alejandro Sánchez, pero prácticamente no tiene forma de demostrarlo. “Mi hermano inició los trámites para recuperar mi documentación en los Tribunales de Rosario, donde nosotros vivíamos cuando vinimos de Buenos Aires. Pero lamentablemente él no llegó a terminarlos porque falleció en un accidente”, explicó.
“Camerún”, como le dicen sus amigos, nació en un hospital bonaerense. Su mamá falleció cuando él tenía un año. Luego sucedió lo del incendio devastador, que los empujó a mudarse a Rosario y luego a Zavalla, donde se instalaron junto con su padre y su hermano. “Desde al año 2007 me hice cargo yo de los trámites, pero nunca encontraron los papeles. Fui por 7 u 8 años a Tribunales hasta que llegó un momento que me acobardé; yo faltaba a mi trabajo para ir a hacer esos trámites y nunca llegué a ningún lado”, sintetizó.
La gestión de Alejandro pasó de Rosario a La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, el distrito en el que nació. En la ciudad de las diagonales, los papeles fueron arrasados por la trágica inundación del año 2013. Primero el fuego y después el agua, se encargaron de destruir el anclaje de Sánchez en el mundo de las personas reconocidas como tales.
“Ahora el trámite está en manos de un abogado, pero está todo parado, yo me cansé, ya no sé cómo hacer. Yo quiero tener un documento, que es algo básico para las personas”, suplicó Alejandro.
Hay que imaginar por un momento todas las actividades en las que se precisa el DNI, para tener una idea más o menos cercana de las dificultades que atraviesa un indocumentado: “No puedo votar, no puedo trabajar en blanco. Gracias a mi papá, que falleció hace un año, aprendí el oficio de herrero de caballos y subsisto con eso, pero yo quisiera otro tipo de seguridad legal y económica”, dice.
“Voy a cumplir 39 años y hace 30 que soy un indocumentado. Doy gracias que nunca me pasó nada, porque si no, hubiera tenido un problema muy grande”, se consuela.