Vivir en un mundo en el que la hiperconectividad nos permite, en cuestión de segundos y desde cualquier dispositivo móvil, acceder a una cantidad desmedida de contenidos de cualquier tipo a través plataformas diferentes ha traído consigo múltiples beneficios. La educación, el trabajo y el entretenimiento han podido explotar las posibilidades que internet representa, aquellas que se desprenden de un universo digital de archivos y aplicaciones que se multiplican para cubrir todo tipo de necesidades y propósitos. Pero, al mismo tiempo, la proliferación de este ecosistema tecnológico implicó modificaciones para el comportamiento humano.
Dos de estos cambios, o desafíos, están relacionados con el desempeño cognitivo y la salud mental. Por un lado, la capacidad de prestar atención y mantenerse enfocado en tareas puntuales se ha visto diluida por la incidencia de las pantallas. Por el otro, en muchas de las plataformas del plano digital se convive con una exposición constante y tácita que se aprecia, fundamentalmente, en las redes sociales.
Facebook, Twitter, Instagram y TikTok son algunas de las principales aplicaciones en las que, minuto a minuto, millones de usuarios comparten todo lo que les interesa mostrarle a sus amigos, seguidores y, también, al resto del mundo. Su existencia permitió conformar la "digitalización de la vida", una expresión que forma parte del guión de la película The social network (Red social), estrenada en 2010 e inspirada en la creación y etapa inicial de Facebook como compañía, que había tenido lugar seis años antes del estreno del film.
Esa frase fue incluida en uno de los diálogos que Justin Timberlake –que en la película personificó a Sean Parker, presidente de Facebook en su época de startup– protagonizó en la cinta. En medio de una fiesta, el emprendedor empezó a comentarle a un grupo de personas sobre la idea de la nueva plataforma que acababa de surgir en el campus de la Universidad de Harvard para que los estudiantes compartieran fotos e interactuaran entre sí.
"Vivimos en granjas, luego vivimos en ciudades, ¡y ahora vamos a vivir en Internet!", agregaba en esa descripción el actor, con el entusiasmo de un grupo de jóvenes que, a través de su proyecto, cambió la forma en la que utilizamos internet, abriendo la posibilidad de que cualquier usuario comparta sus propios contenidos de manera rápida y sencilla.
Desde aquella primera idea, la de una aplicación mucho más limitada en cuanto a funciones comparada con las que existen hoy, el uso que le damos a las redes sociales se ha vuelto mucho más preponderante en nuestro día a día y atraviesa ya aspectos laborales y, fundamentalmente, personales. Una prueba de esto es la apuesta en la que Meta, empresa dirigida por Mark Zuckerberg, comenzó a trabajar hace ya varios años: la de crear un metaverso, una suerte de mundo paralelo asentado en el plano digital, y que supone una utilización mucho más inmersiva de la realidad virtual.
Cuando Zuckerberg anunció que Facebook, compañía matriz de varias de las redes sociales que dominan el mercado, pasaría a llamarse Meta, prometió que a través del metaverso lograrían generar una "sensación de presencia" idéntica a la del mundo real, y que en ese espacio de avatares controlados por personas –y también bots– los usuarios podrían "hacer cualquier cosa que puedan imaginar".
Esa propuesta marca el camino que ésta y otras grandes tecnológicas quieren seguir: uno que nos lleve a estar cada vez más conectados, aún cuando eso tenga consecuencias negativas.
Más de tres horas diarias en redes sociales
Según datos de un informe publicado en conjunto por We Are Social y Hootsuite a mediados de 2022, en Argentina la población de entre 16 y 64 años utiliza internet durante un promedio de nueve horas al día, y más de la mitad de ese tiempo lo pasan conectados a través de sus smartphones. A su vez, más del 95% de los encuestados dijeron que habían usado redes sociales en el último mes, y el tiempo promedio entre los usuarios activos de estas plataformas (que de acuerdo con el mencionado reporte representa el 86% de la población) era de más de tres horas al día. Es decir, los usuarios y usuarias de Argentina que usan redes sociales pasan más de un tercio del tiempo que permanecen conectados a internet en redes sociales. Los datos locales no hacen más que reflejar una conducta que se ha vuelto cada vez más común, la de un uso de redes sociales que excede por mucho el tiempo que, según diferentes recomendaciones, debería ser de alrededor de 30 minutos por día. Y quienes desarrollan estas aplicaciones, que monetizan la atención, han implementado distintos tipos de funciones para incrementar ese tiempo. Esa transversalidad de las redes sociales, en las que parece que todo lo que no se muestra no ocurre, generó distintos debates sobre cómo impacta su uso en la vida de quienes scrolleamos pantallas. Uno de los fenómenos relacionados a esto es el llamado Fomo (por sus siglas en inglés, Fear of Missing Out, miedo a perderse algo) que despierta el impulso de ingresar en alguna de estas aplicaciones sin objetivo concreto, solo para "no perderse" qué imágenes, información o conversaciones circulan. Y mientras más se usan las redes sociales, menos se piensa en el momento presente. "Si siempre estamos poniéndonos al día con las interminables actualizaciones en línea, estamos priorizando las interacciones sociales que no son tan gratificantes emocionalmente y que, de hecho (y paradójicamente), pueden hacernos sentir más aislados”, dice al respecto un estudio que hace mención al Fomo. En una charla TED titulada "Quit Social Media" (Abandona las redes sociales), el autor Cal Newport explicó los motivos por los cuales decidió no crearse perfiles y destacó que, a pesar de esto, logró rebatir muchos de los argumentos con los que se suele defender su uso. En este sentido, sostuvo que las redes sociales son solo una forma de entretenimiento más y no una pieza clave para el desarrollo personal, una idea que invita a reflexionar sobre la importancia que le atribuimos a lo que hacemos en estas plataformas y el tiempo que les dedicamos. Durante los últimos años se han llevado a cabo diferentes estudios para analizar los efectos negativos que el uso de redes sociales puede tener sobre la salud mental. Una de esas investigaciones, publicada por la editorial de revistas científicas MDPI, se basó en el análisis comparativo de los resultados de 43 trabajos sobre el tema realizados entre 2012 y 2022, para los cuales se usaron distintas metodologías e indicadores. En líneas generales, la mencionada investigación detectó una asociación entre el uso de redes sociales y la depresión en adolescentes, como así también con otros trastornos como la ansiedad y consecuencias como la falta de sueño o una baja autoestima. Lo que señalan los autores es que hay una correlación, pero no un factor causal. Algunos de los estudios apuntaron que "cuanto más se utilizan las redes sociales, más síntomas depresivos se expresan" en los pacientes. Además, más de un tercio de los entrevistados (39%) declararon haber sufrido acoso o haber recibido insultos en redes sociales. Los investigadores usaron, entre otras unidades de medida, lo que se conoce como Escala de Conciencia de las Redes Sociales Relacionada con la Apariencia (ASMC, por Appearance-Related Social Media Consciousness Scale), y con ella determinaron que los usuarios le dan más importancia a la percepción de su físico a partir de la comparación con lo que ven en las redes, que tienen una gran influencia sobre la construcción de lo que se considera "atractivo". Teniendo en cuenta estos factores, María Mercedes Oviedo, psicóloga y magíster en Neuropsicología, explicó, en diálogo con Rosario3 que "el uso de la tecnología puede ser un agravante para alguien que tiene la potencialidad de desarrollar" trastornos como depresión o ansiedad. Tal y como indica el estudio publicado en MDPI, la relación no es causal, pero sí es cierto que las redes sociales forman parte de las condiciones ambientales que afectan los estados anímicos. Oviedo, especializada en el tratamiento de niños, niñas y adolescentes con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), contó que usualmente nota una "desmotivación" en los jóvenes, es decir que manifiestan una falta de interés "por algún aspecto en particular de su vida". "Lo que veo en la adolescencia es mucha desmotivación, principalmente con relación al futuro. No hay una visión positiva hacia el futuro, y creo que lo que generaron estas tecnologías, con su refuerzo constante y el sistema de recompensas inmediatas, es una mayor dificultad para esperar resultados y una menor tolerancia a la frustración", comentó. A raíz de esto, señala Oviedo, resulta cada vez más difícil "establecer objetivos pequeños para alcanzar otros" de largo plazo. Y salir de ese estado representa un desafío cuando el uso de estas aplicaciones se vuelve adictivo. Ese sistema de recompensas inmediatas, que en el universo de las redes se expresa en términos de likes, reproducciones y otras métricas superficiales, aumenta los niveles de dopamina, un neurotransmisor que, entre otras funciones, despierta la sensación de placer y felicidad e incentiva a los usuarios a seguir usando la plataforma perdiendo la noción del tiempo. Pero ese estímulo, que se registra en escalas de tiempo poco realistas y desaparece rápidamente, produce el efecto mencionado por la especialista. Hace tiempo ya que se discute que medir el "éxito" en redes sociales a través de números no tiene efectos positivos e incluso Instagram restringió la visualización de la cantidad de likes en las publicaciones. "Los perfiles ansiosos son los que más se potencian en esto, porque esperan más likes y esto hace que entren constantemente a las redes, esperando ver si ese número crece", apuntó en el mismo sentido la neuropsicóloga. Otra de las consecuencias del uso excesivo de redes sociales es que cada vez se vuelve más difícil mantener la atención en otras actividades que forman parte del azar diario, como la lectura. Oviedo explicó que esto responde a la relación que existe entre "lo cognitivo, lo emocional y la conducta". En este sentido, explicó: "Actualmente lo que se sabe es que las funciones ejecutivas, que son las que intervienen en tareas cotidianas como la organización, la planificación y otras propias de la memoria de trabajo –antes conocida como de corto plazo, que permite mantener la información en la mente y manipularla– también ayudan a regular la atención". Esas funciones vendrían a ser algo así como un "director de orquesta". "Una de las funciones ejecutivas es la del control inhibitorio, es decir, la capacidad que tenemos para eliminar algo a lo que no queremos prestarle atención, aquellos estímulos distractores externos" que impiden que nos enfoquemos en una tarea a la vez. Cuando ese control inhibitorio comienza a fallar no solo se desata una tendencia hacia el multitasking, sino que además se adopta una forma de trabajar de manera automática en la que la persona "no tiene registro de lo que está haciendo". Al entrar en este estado, los resultados obtenidos no son los esperados, lo cual también genera malestar a nivel emocional y desata una reacción en cadena. Al mismo tiempo, puesto que el control inhibitorio también regula el estado emocional, si este falla se pueden generar conductas impulsivas. "Las funciones ejecutivas y la atención son las primeras en verse disminuidas cuando uno está muy cansado o estresado", precisó Oviedo, y señaló que esta pérdida de la capacidad para prestar atención, con la consecuente falta de motivación, también provoca dificultades para el aprendizaje. Salir de este círculo de recompensas instantáneas y contenidos seleccionados por algoritmos no es una tarea fácil por el nivel de dependencia que genera en los usuarios. En este marco se han llegado a definir efectos como la denominada "vibración fantasma", que consiste en la sensación de que el teléfono se activó por una notificación cuando en realidad eso no ocurrió, algo que da cuenta de la expectativa constante que se tiene por recibir estos estímulos. En el entorno de las plataformas digitales, en donde la cantidad de contenidos por consumir es inabarcable, se habla de "multitarea mediática" para referirse al "consumo por parte de una persona de más de un elemento o flujo de contenido al mismo tiempo". Esta dinámica se refleja en el propio diseño de las aplicaciones, que ofrecen una gran cantidad de contenidos a través de múltiples estímulos visuales y auditivos. Todos esos estímulos, que también pueden recibirse desde distintas pantallas (revisando redes sociales mientras se mira una serie en una plataforma de streaming, por ejemplo) no permiten mantener el foco. Esto contribuye con la tendencia al multitasking y, por ende, con un empeoramiento en la calidad de la producción y la profundidad del pensamiento. También se ven afectadas la eficiencia y la productividad, porque al contrario de lo que se suele creer con relación a la multitarea, la concentración se vuelve más pobre y las interrupciones constantes hacen que todo lleve más tiempo. Considerando que la tecnología tiende a atravesar cada vez más nuestro día a día, lo que recomiendan los especialistas es limitar su uso para volver a construir vínculos sociales más sanos y entrenar habilidades que, con el tiempo, se van debilitando. Al respecto, Oviedo enfatizó en que "las funciones cognitivas requieren de entrenamiento" fundamentalmente durante las etapas tempranas del neurodesarrollo, que se extiende hasta los 21 años, y que "las habilidades que manejamos derivan de la estimulación que haya tenido nuestro cerebro" dentro de ese período. Es por esto que los más jóvenes constituyen el grupo más vulnerable a los efectos mencionados. En cuanto a los vínculos sociales, es importante generar más encuentros en persona y evitar que las conversaciones giren únicamente en torno a lo que se comparte en redes sociales, en las que en ocasiones los intercambios se dan entre "personas que no se conocen entre sí" y las temáticas suelen conformar un círculo cerrado de pensamiento cuyos límites son difíciles de romper. Además, es importante recordar que en estos espacios digitales los usuarios comparten sus logros y momentos positivos, algo que conforma solo una fracción de la realidad. "Lo importante es que uno entienda ese fin" para no caer en la comparación de su situación personal con la de los demás, agrega Oviedo. Otra recomendación es utilizar aplicaciones que brindan estadísticas de uso y permiten configurar temporizadores o bloquear aquellas que usamos en exceso. Por mencionar dos, se pueden probar Digital Wellbeing en Android o Attentive en iOS.Redes sociales y salud mental
Disminución del control inhibitorio
Los efectos de la "multitarea mediática"
Hacia un uso responsable
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