Por el celular se filtra un ruido particular. Es una motosierra que ruge en medio del mediodía de lunes. Bajo el sol, R. toma un descanso para hablar con Rosario3, un recreo corto en su dura jornada de albañil, la changa que consiguió y que le permite en estos días llevar algo de dinero a casa. La precaria situación económica a poco de salir de la cárcel no le impide hacer un enorme eco: se apuntó como voluntario de Alfabetización Santa Fe con el deseo de enseñarles a leer y escribir a sus vecinos, tal como hicieron con él en 2016, cuando con 44 años, aprendió el significado de las letras y su vida cambió para siempre.
R. tiene 49 años y pasó 14 preso por robo y otros delitos en la cárcel de Rosario. “En 2016 empezaron a ir los muchachos –se refiere a la organización Alfabetización Santa Fe–y me empecé a interesar porque quería sorprender a mis hijos”, dijo sobre los 4 chicos de 7 meses, 4, 11 y 16 años que tiene con su pareja. “No quería tampoco me leyeran las cartas que me mandaban, entonces me esforcé para aprender a leer y escribir”, contó.
“La primera carta que pude escribir se la dediqué a mis hijos y cuando vino mi mujer, la sorprendí con un poema de amor que hice yo mismo”, recordó sobre aquellas primeras frases enlazadas que además de despertar la emoción y el orgullo de sus seres queridos, abrían con fuerza puertas; cientos de puertas que hasta entonces habían estado cerradas para él. Y entró mucha luz.
“Por la economía de mis padres de los que no tenía apoyo, y por estar, como decirte, en otro nivel, no se me daba la oportunidad para estudiar. Era como que estaba apagado, yo andaba en otras cosas, estaba equivocado y aprender a leer y a escribir me ayudó a reflexionar mucho. Fue como soltar algo atado al cuello, hoy me puedo expresar y es un cambio total en mi vida”, comentó sobre el impacto que tuvo este saber en su existencia.
Los 44 años que transcurrió como analfabeto fueron muy áridos. La dificultad para comunicarse con el entorno lo encerraban en sí mismo y sentía el aislamiento sin poder manifestarlo. R. cree que esta cerradura le impedía también pensar correctamente y tomar buenas decisiones. A medida que fue descifrando el código de la lecto-escritura pudo ponerle palabras a sus emociones y pensamientos. Él lo llama liberación.
¿Cuáles son tus palabras favoritas?, fue la consulta. “Me gusta la palabra amor, porque amo mucho a mi familia. Y la palabra arrepentimiento. Cuando escribí la palabra perdón pude pedirlo a mucha gente a la que le dañé”, sostuvo.
Pasar página
“Cuando aprendí las palabras quise dejar atrás todo, hoy doy vuelta la hoja y empiezo otra etapa”, advirtió. Ese proceso por el cual pasó a, por ejemplo, leer los carteles callejeros o cualquier texto sin tener que recurrir a los dibujos o saber con determinación el contenido de un documento que firma, no solo le permitió obtener un diploma sino aumentar sus chances de conseguir trabajo ahora que está en libertad: “Es una oportunidad”, consideró.
“Hoy trabajo de albañil, trato de conseguir changas. No recibo nada del Estado, pero estoy contento, no quiero volver a lo que era antes. Tengo una gran compañera y no quiero ver a mis hijos presos. Yo me equivoqué, pero supe aprovechar el tiempo y aprender en la cárcel. Hoy me levanto con la frente el alto porque lo que tengo me lo gano yo”, remarcó.
Este renacer le dio un nuevo propósito: replicar la experiencia. Es por eso que se anotó como voluntario para alfabetizar a personas que vivan en su zona. “Ahora sé bastante y lo aprendido me sirve para alentar a otras personas, quiero decirles que no hay que bajar los brazos, que hay que soñar y seguir adelante. No hay edad ni vergüenza, solo hay que tener fuerza y hacerlo”, concluyó.